Arranca hoy el segundo semestre y las anheladas reformas del Estado se afianzan como una entelequia que nadie puede visualizar aún, como un espectro que sobrevuela el paraje sin concreción significativa.
Desde las instancias decisorias a nivel nacional se sigue con déficit y deudas internas hacia la ciudadanía, que aún continúa esperando “estar mejor”, tal como lo ha prometido en campaña electoral la actual administración pública.
Al repasar los hitos tan difundidos en torno a la corrección del aparato estatal anquilosado, podemos referir las modificaciones en torno al llamado servicio civil, que aún espera reglamentación, pero en un marco donde las cúpulas partidarias siguen estableciendo parámetros irregulares, al nombrar sin concurso a familiares, allegados y amantes, principalmente en el Congreso Nacional.
El proyecto de nueva modalidad de compras públicas espera sanción, con aspiraciones a mejorar los sistemas de adquisición de parte del Estado e ir dejando la atávica y enfermiza costumbre de direccionar los recursos a los mismos amigos de siempre, que ganan licitaciones aquí y allá, sin control de los estamentos encargados de regular el esquema; total, si uno pasa por el quincho de la calle España ya soluciona sus procesos y puede dormir tranquilo con las futuras adjudicaciones.
La reforma de la Caja Fiscal es un gran dolor de cabeza para cualquier gobierno, lo asumimos. El desangrado mensual promedio de USD 22 millones representa un agujero negro que crece paulatinamente, frente a lo cual habrá que –incluso– tomar medidas no muy populares, mientras que los sectores afectados preparan gargantas para lanzar el grito al cielo. Pero alguien debe tomar la sartén por el mango y rectificar el enorme déficit que se paga con impuestos.
El otro gran quiste padecido por la Administración Central es la anhelada reforma previsional, al notarse un recrudecimiento en los números anaranjados (que van tornándose rojos) conforme pasen los años y no se modifique el sistema, puesto que aumentará la población de adultos mayores y se irá estancando el crecimiento de la franja de trabajadores activos, cuyos aportes –junto con el de las patronales– sostiene el mayor caudal de recursos, que van destinados a la jubilación mediante el IPS. Un lugar común en los reclamos ciudadanos es el pésimo transporte público ante el pugilato entre Gobierno y empresarios que lloran miseria, pero que no mejoran el sistema y solo anhelan el cumplimiento cabal de los subsidios, sin los cuales colapsará el bolsillo del usuario. El convidado de piedra entre este tire y afloje es el ciudadano común, que debe sufrir diariamente el deterioro de su vida misma con extensas esperas en las paradas o buses en mal estado, en un círculo vicioso de informalidades.
Si abordamos los ítems de salud y educación, deberíamos dedicarles un tratado a cada uno de estos sectores, y ya sabemos que constituyen políticas a largo plazo, pero con decisiones de alto nivel que pueden impactar para la corrección de lo que se observa cotidianamente: Deterioro, desidia, improvisación.
En cada uno de los estamentos expuestos existe naturalmente una carga de influencia política, lo que es normal.
Pero cuando se trata de países en vías de desarrollo, la política partidaria y el sectarismo calan más hondo y las medidas, en general, solo benefician al mismo círculo de poder y sus acólitos, quedando la mayoría de la población siempre expectante de ser alcanzada por las transformaciones para bien. La interrogante es si –dentro de este segundo semestre– se podrá alcanzar alguno de los cambios prometidos, más allá del biorritmo partidario o electoralista; para que la gente sienta en sus emociones y en su bolsillo una mejora y un marco distinto al desgaste que padece de manera diaria.
Hasta ahora, sobrevuela el mero anhelo de que esa entelequia cobre forma, se patentice y baje a tierra para satisfacer no solo a quienes ya “están mejor”.