Las conversaciones con el abogado Pedro Ovelar deben figurar en la antología de la decadencia de la Justicia paraguaya. Imputan a dos serviciales fiscales que hacen parte del esquema que vuelven eficaz al abogado de marras. No es que sepa de Derecho ni mucho menos, sino que sabe tratar a los cantores del sistema. Sabe su nota exacta y lo que los hace entonar las melodías acordes con los pedidos del cliente con quien observa que su vida es tan miserable como perseguido por los EEUU, que “por eso toma tanto”. Este reconocimiento de una verdad conocida por todos nunca antes encontró en la frase una manera de describir al presidente de facto de la República y convocante del gabinete del quincho del que el abogado forma parte y se fotografía siempre sonriente. Lo único que falta es que haga una demanda innominada contra todos aquellos que han vuelto borracho a su cliente.
La preocupación del fiscal Cantero no es con la Justicia, sino en cómo se siente el sujeto de su acción. Él no defiende los intereses colectivos ni le interesa saber la verdad, lo único que quiere conocer es cómo se siente el supuesto perseguido, incluso cuando sus colegas colombianos le sacan el testimonio del organizador del asesinato de su hasta hace poco tiempo compañero de oficina: Marcelo Pecci. Está más preocupado por cómo le afecta sentimental y afectivamente al supuesto autor moral del crimen. Un verdadero desastre. Su colega Grisetti no le va en zaga. Saca a los padres del asesinado Rodrigo Quintana que quieren saber quién ordenó el asalto al local del PLRA y terminó en el asesinato del joven. Los padres quieren conocer la verdad y son apartados del caso. En ese mismo 2017, cuando Cantero cantaba 50 millones, ocurría que una fiscala rechazaba registrar los celulares del entonces presidente Cartes y sus secretarios porque “eran demasiado importantes”. Lo mismo ahora que Pedro Ovelar le da a su teléfono la categoría de “sagrado” porque tiene conversaciones que solo confirmarían todo lo que presumimos.
Un perdido y desconcertado fiscal general Emiliano Rolón tiene que venir de urgencia de un viaje a Panamá, justo el país donde investigan a Cartes y estuvo detrás de los supuestos documentos filtrados, para dar una conferencia de prensa que es un canto de todas las galimatías juntas. Tiene miedo, no controla su institución y se sabe presionado por no se sabe qué motivos y razones profundas. No se anima a investigar penalmente a los sospechosos fiscales del coro de la corrupción y repite cuáles son sus virtudes personales sobre las cuales nadie le preguntó ni le consta.
El canto de la corrupción suena como esos estanques de ranas que croan al unísono forzando a los implicados a taparse las orejas mientras la sociedad que paga a los batracios cantores de la Fiscalía se lamentan viendo el espectáculo decadente de una sinfónica que chapotea feliz en el barro donde habitan y se protegen mutuamente.
Una pena y un escándalo que apesta.