Olvidémonos de las giras maratónicas de Santiago Peña en busca del capital internacional, agotadoras jornadas en las que nuestro presidente economista pone cara de alumno aventajado del FMI y desglosa esas virtudes del Paraguay poco conocidas en el mundo: La estabilidad monetaria y cambiaria, la bajísima presión tributaria y el empleo barato. Peña desgrana los datos en su perfecto inglés de Columbia, pensado para seducir a los grandes inversores del planeta.
Todo sacrificio presidencial palidece; sin embargo, ante la contundencia de historias de vida como la del audaz inmigrante uruguayo Sebastián Marset y el imperio que montó en unos pocos años gracias a esas otras particularidades sobre las que Peña prefiere callar.
El Post resume lo que sabemos de la vida Marset mediante el trabajo encomiable de dos biógrafos corajudos; Deny Yoon Pak y Silvio Corbeta, a la sazón, agentes del Ministerio Público. Conviene refrescar la memoria.
Marset abandonó su Uruguay natal cuando aceptó que jamás le darían allí la oportunidad de ser lo que siempre quiso; un narco exitoso. Y por esa misma razón eligió instalarse en Paraguay, el país donde nació la idea de celebrar el Día Internacional de la Amistad. Nada mas lógico; después de todo, aquí –como lo descubrió Marset– los amigos lo son todo. Y él supo hacerse de buenos amigos. Amigos políticos, algunos empresarios, varios funcionarios en dependencias claves y un nutrido grupo de policías, jueces y fiscales. En poco tiempo sus amistades le permitieron montar un fabuloso negocio de acopio y exportación de cocaína a los mercados europeos. En el proceso, entre muchas otras cosas, se vinculó con un empresario conocido, Mauricio Schvartzman, al que luego ejecutó por facilitarle documentos apócrifos mal confeccionados; asesinó personalmente a un familiar que se fue de boca; negoció con un narco criollo, Miguel Insfrán, cuyo alias escandaliza a Patolandia, y lavó dinero con acciones y oraciones de un pastor de la misma familia emplumada. También se vinculó con un diputado colorado, Juan Carlos Ozorio, quien lavaba dinero narco a través de una cooperativa, San Cristóbal, la que contaba entre sus clientes morosos con el actual presidente del Congreso, el senador colorado Basilio Núñez (sacaban dinero y jamás les reclamaban el pago).
De paso, como el niño que juega el partido porque es dueño de la pelota, Marset fue fichado como jugador profesional en un club presidido por el ahora senador colorado Erico Galeano, el mismo que facilitaba su avioneta a socios y amigos del uruguayo, y que más tarde le vendería a uno de ellos en más del millón de dólares una propiedad que había comprado en poco más de 200 mil.
Un detalle curioso. El mismo día en que el fiscal que investigaba la muerte de Schartzman, Marcelo Pecci, era asesinado, Galeano le vendía la avioneta que usaban los amigos de Marset a una empresa que tiene por socia a la diputada colorada Fabiana Souto, esposa del actual vicepresidente de la Republica, Pedro Alliana.
Antes de ser senador, Galeano era tabacalero y un gran socio comercial de Horacio Cartes, el ex presidente declarado como significativamente corrupto por el Gobierno de Estados Unidos, actual presidente del partido colorado y líder del movimiento al que pertenecen Galeano, Núñez, Souto, Alliana y el propio presidente Santiago Peña.
Buena parte de toda esta historia aparece en tapa del Washington Post. Es de suponer que los inversores potenciales ya estarán haciendo cola para venir al país, emprendedores audaces… como Sebastián Marset.