24 jun. 2025

Más que una huerta de zanahorias, joven cultiva esperanza en Itapúa

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Apoyo. La producción se realiza en una parcela familiar, donde Julieta instaló dos huertas.

n. m.

En tiempos donde muchos jóvenes migran del campo a la ciudad en busca de oportunidades, Julieta Hüther Aguilar, estudiante del tercer año de la Escuela Agrícola CEA. de Bella Vista, decidió quedarse, mirar la tierra y sembrar algo más que hortalizas. Su proyecto de cultivo orgánico de zanahorias no solo forma parte de su formación académica, sino que es una apuesta concreta a un modelo de agricultura más consciente, saludable y sostenible.
Con apenas 17 años, Julieta Monserrat lleva adelante un proyecto productivo que ha despertado admiración en su comunidad: El cultivo orgánico de zanahorias, con enfoque técnico y conciencia ambiental.

“Todo lo hago con mucho empeño y aplicando lo que aprendí”, comenta Julieta, quien desarrolló esta iniciativa como parte del plan curricular del bachillerato técnico agropecuario, exigido por la institución. Pero más allá del aula, el proyecto se convirtió en un reflejo de compromiso y visión de futuro.

CIENCIA Y CONCIENCIA. A diferencia del relato habitual sobre abandono del campo, la historia de Julieta representa a una generación que quiere transformar el agro desde adentro, incorporando conocimiento técnico, conciencia ambiental y espíritu emprendedor.

Cultiva sobre dos parcelas de 30 metros cuadrados cada uno. Utiliza abono orgánico, aplica rotación de cultivos, y controla plagas con métodos naturales. La producción es 100% libre de químicos. Y a pesar de las dificultades –como el daño por herbicidas residuales en parte del terreno–, no bajó los brazos.

“Este rubro me enseñó a tener paciencia, constancia y a confiar en el trabajo que uno hace”, señala.

La producción se realiza en una parcela familiar, donde Julieta instaló dos huertas. Allí aplica técnicas de cultivo respetuosas con el ambiente: materia orgánica, rotación de cultivos y prevención natural de plagas como los pulgones y el mildiu. Nada de químicos. Solo trabajo, conocimiento y paciencia.

“No utilizo productos sintéticos. Estoy priorizando métodos ecológicos. Son zanahorias totalmente orgánicas”, explica con convicción.

La variedad elegida es la Brasilia, conocida por su buen rendimiento. Su meta: Alcanzar 500 kilos en un año lectivo, lo que no solo cumple con los objetivos académicos, sino que abre la puerta a una fuente de ingreso real y sostenible. Según cuenta, el precio por kilo varía entre G. 3.000 y G. 7.000, dependiendo de la época del año.

Uno de los desafíos más duros fue la afectación de parte del terreno por herbicidas residuales. En vez de abandonar, Julieta optó por técnicas naturales de recuperación del suelo. La resiliencia forma parte del cultivo tanto como el agua o el sol.

MÁS QUE UNA RAÍZ. El cultivo de zanahorias no solo aporta ingresos, también enseña. Las zanahorias son ricas en vitaminas A, C y K1, favorecen la digestión, la salud ocular y hepática. Pero en este caso, su mayor valor está en lo simbólico: Demuestran que con educación, planificación y amor a la tierra, es posible sembrar oportunidades reales y sustentables.

El proyecto de Julieta no solo florece en los surcos de su parcela. También inspira en su comunidad y visibiliza el potencial transformador de la educación agropecuaria, sobre todo cuando se combina con determinación y responsabilidad. “Este rubro elegí por su ciclo corto, la alta demanda y todo lo que se puede aprender con él. Me va muy bien hasta ahora”, afirma.

A contrapelo de la tendencia que se da a nivel país, donde el campo muchas veces se abandona por falta de apoyo o motivación, historias como la de Julieta ponen de manifiesto que la agricultura consciente puede ser parte de un futuro más fértil y justo.

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Inspirador. La que inició como proyecto académico, ahora es ejemplo en su comunidad.

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Orgánico. El proceso de siembra está libre de todo químico.

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