Es un orfanato para crías de rinocerontes perdido en la exuberante vegetación de Limpopo, en el norte de Sudáfrica. Muchas de ellas perdieron a su madre a manos de cazadores furtivos, por lo que la dirección del lugar se mantiene en secreto.
Se llega por una larga pista de tierra rojiza, salpicada de charcos y frecuentada por monos juguetones. Las jirafas corren en paralelo al coche como si quisieran perseguirlo.
Arrie Van Deventer, de 67 años, dio cita al equipo de la AFP en un cruce de caminos. Desde allí lo condujo hasta la reja que indica reserva de animales, un letrero anodino ya que en la zona hay un centenar de reservas.
“Cuando un trabajador agrícola pasa la información a los cazadores furtivos, aunque se limite a decirles ‘en este lugar hay cinco rinocerontes’, ganará más dinero que su salario anual’. Por eso hay que extremar el cuidado, explica el fundador del orfanato, que funciona gracias a donaciones privadas.
Este antiguo profesor de historia, que se convirtió en criador, recibió una llamada en 2011. Cerca de allí, dos hembras y una cría habían sido asesinadas, quedaba otra cría. Se informó para ver adónde se podía llevar al rinoceronte blanco. “Hice llamadas y me di cuenta de que no había un lugar aceptable para este bebé. Entonces me escuché decir por teléfono a alguien: ‘Ok, construiré uno’”.
La misión del orfanato se resume en tres palabras: “socorrer, revitalizar y liberar”. Pocos visitantes y ningún turista. Hay que ser discretos y además no conviene acostumbrar a los animales a la presencia de las personas. Después “es mucho más difícil prepararlos para volver al estado salvaje”.
Seis mujeres, cuatro empleadas y dos voluntarias, cuidan de un “cierto número” de animales, la mayoría de ellos rinocerontes blancos y también algunos negros.
Huérfanos voraces
Durante los primeros cinco meses, duermen con los pequeños rinocerontes todas las noches, “nos convertimos en sus mamás”, explica la directora Yolande Van Der Merwe, de 38 años. “Se pegan a nosotras por la noche, para el contacto y el calor” en una especie de establo abierto. “Si queremos comer o ir al baño alguien tiene que reemplazarnos. Sino el bebé se estresa, grita, llora”. Un sonido agudo como el del delfín, explica Arrie.
Durante los diez últimos años, miles de rinocerontes han sido asesinados en el país por sus cuernos, muy codiciados en Asia, principalmente en Vietnam, donde se les atribuye una serie de supuestas virtudes. Un lujo tan buscado que puede venderse por más de 90.000 euros (USD 110.000) el kilo. Un tráfico ilegal controlado por redes mafiosas.
En el orfanato, los tres más jóvenes comparten un recinto. “Dos hembras y un varón” que esperan sus biberones, llenos de una mezcla de leche y arroz hervido. Una toma cada pocas horas.
Zanré Van Jaarsveld viene a acariciarlos, rascándolos. Pero se cansan. “Tienen hambre, se vuelven gruñones”. Las hembras tienen fama de ser más exquisitas con la comida, “los chicos devoran cualquier cosa que les traigan”.
Jessie llegó en abril, “casi en un estado de estrés postraumático”. “Le dimos Valium durante dos días para que se calmara”, afirma la cuidadora de 26 años. “Estaba muy deshidratada y tenía un corte en el hombro, sin duda una herida de machete. Creemos que intentó proteger a su madre, los más pequeños no piensan en huir”.
Al nacer estos animales pesan unos cuarenta kilos. “Son muy pequeños, no más altos que mi rodilla”, muestra Yolande. Después comen mucho y engordan más de un kilo por día. Al año rondan la media tonelada.
Cuando llegan a los cinco años están preparados para defenderse de los predadores y ser liberados en una reserva cercana mucho más grande.
Una defensora del medioambiente la patrulla con frecuencia y trae noticias a las cuidadoras de sus antiguos consentidos.