Susana Oviedo
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El profesor Manuel Alcántara es reconocido por ser formador de numerosas generaciones de politólogos latinoamericanos que estudiaron en la Universidad de Salamanca. Estuvo en Asunción el jueves último para presentar el libro Democracia y Elecciones en Paraguay, editado por Idea Internacional, con el apoyo de la Unión Europea y la Cooperación Española. Apelamos a su vasto conocimiento para comprender algunas situaciones que se dan en el plano político latinoamericano.
–¿Por qué a la mayoría de los países latinoamericanos les demanda tanto tiempo avanzar hacia una democracia de calidad y evitar que en el camino surjan intentos de retrocesos?
–Esa es una pregunta de muchas tesis doctorales. Comienzo con un titular que no es negativo. Todo depende con qué se compare. Si se compara la región con lo que era hace 40 años, está mejor, sin duda alguna.
En términos de número de países que han mantenido el sistema político democrático de una manera razonable, correcta, con adelantos y retrocesos, la foto dice: Se está mejor.
También si se la compara con otras partes del mundo, no está mal tampoco. En Asia la democracia no ha tenido un crecimiento importante. En África y Oriente Medio, no está bien. Así que, grosso modo, en el mundo, América Latina tampoco está mal. Pero no significa que la región sea un ejemplo a la hora de analizar lo que está ocurriendo para ponerlo como un modelo.
–¿A qué se refiere?
–América Latina es muy diversa, distintos estudios nos permiten hablar de por lo menos 4 a 5 América Latina. En cuanto al ámbito de la democracia, hay unos países que directamente no son democráticos, que son los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela; y otros, cuyo nivel de democracia se puede situar entre los niveles más exitosos en Europa Occidental y Europa de Norte, como son Chile, Uruguay y Costa Rica. En medio de estos extremos están unos países en una situación intermedia mal o tirando a lo positivo.
La mayoría de los países eligen a sus autoridades a través de procesos electorales más o menos competitivos. Uno puede encontrar problemas. Pero el proceso electoral se dio, se cumplieron las reglas. No es el caso de Paraguay, pero en otros países de América Latina esos procesos electorales han servido para generar alternancia. La oposición ha llegado al poder. Lo vimos en Guatemala, en Ecuador, en Argentina, probablemente no.
O sea, esa parte de la democracia razonablemente funciona. Sin embargo, lo que no está funcionando es la parte representativa de la democracia. Hay una enorme crisis de partidos en toda la región.
–¿Por qué los partidos políticos ya no funcionan como instituciones que canalizan y transmitir los intereses y demandas de la población para que sean consideradas en la toma de decisión gubernamental?
–Porque si algo ha cuestionado la revolución tecnológica es la idea de intermediación. Es decir, pensemos cómo se informaba hasta hace muy poco la gente. Compraba un periódico, escuchaba la radio o veía las noticias en televisión. Entonces, había unos intermediarios que eran los periodistas, que filtraban la noticia. Hoy, no.
Llevemos eso a nuestra vida ordinaria, nosotros ya no vamos a nuestra oficina bancaria, sino que gestionamos nuestros ahorros, nuestras inversiones a través de dispositivos móviles. Esto hay que llevarlo a los partidos, los partidos eran las grandes maquinarias de intermediación. Y están que no saben qué hacer. O sea, ellos están en un problema de identidad brutal porque se dan cuenta que han perdido piso.
–¿No se aggiornaron?
–Exactamente, y ¿por qué es muy difícil? porque nadie quiere perder el monopolio. Y ellos tenían el monopolio de la representación, pero este monopolio se ha ido diluyendo. Le pongo un ejemplo, en las elecciones municipales que ha habido en Colombia el domingo pasado, se presentaron unas 1.300 fórmulas electorales. Esta es la individualización de la política. Yo quiero ser candidato, entonces yo cumplo una serie de requisitos, y ya.
En algunos países para ser candidato todavía tienes que ser miembro de un partido político. Y entonces, ¿qué hace el partido político? se convierte en un dador de avales. Pero ese individuo que se candidata no tiene nada que ver con el partido político, con la filosofía, no ha sido socializado en ese partido político.
–¿Y cómo afecta eso al elector a la hora de elegir?
–Pues que el elector está absolutamente confundido, de entrada, porque hay una cantidad de identidades que se han ido fragmentando. Igual, pensemos, hace muy poco tiempo, las identidades principales de los seres humanos eran, ¿qué soy yo con respecto a mi familia?, ¿qué soy yo con respecto a mi trabajo?, ¿soy un abogado?, ¿soy un médico?, ¿soy un periodista?, etc. ¿Qué soy yo con respecto a mi religión?, ¿qué soy yo lingüísticamente hablando? ¿Qué soy yo étnicamente hablando? Esas eran las identidades básicas.
–¿Qué ha pasado con esas identidades?
–Se han fragmentado enormemente. ¿Cuántos grupos de WhatsApp tienen? Cada grupo puede ser una identidad. Están los amigos del colegio, de la universidad, los amigos con los que jugamos tenis los fines de semana…Todo eso termina teniendo un componente identitario que nos fragmenta enormemente.
Entonces, integrar eso en un proyecto medianamente coherente, que tenga una lógica política, es muy distinto. Entonces, ¿quién domina? Pues domina el “tipo loco”, lo digo coloquialmente, atrabiliario, que sale y dicen ¡ay, este me gusta! Estoy pensando evidentemente en el caso de Payo Cubas o el caso de Miley.
–¿Figuras así, que no salen de los partidos ni de un proceso político, de qué manera puede afectar la calidad de la representación?
–Afecta muchísimo porque nos vamos a encontrar con que ya no existe aquello de que los partidos ejercen las funciones de agregación y de prelación de intereses, de establecer prioridades. Supongamos un Parlamento compuesto por 100 personas, que no se deben a sector alguno, ¿cómo articular la acción colectiva? Ese es un problema muy serio.
Pero curiosamente con la actual revolución tecnológica e industrial, tecnológica y comunicacional, los tiempos han cambiado y nos ofrece también un instrumento que puede ser muy interesante y que es inteligencia artificial.
–¿Supongo que dependiendo de cómo se la utilice?
-Claro, ¿por qué inteligencia artificial? Porque a través de ella, yo, poder político, poder social, puedo llegar a conocer más finamente las preferencias de mis ciudadanos. Puedo tener mecanismos de agregación de esos intereses a través de lo que estas personas hacen, dicen y prefieren. Incluso puedo desarrollar esquemas en los que a lo mejor a partir de ahora yo pueda plantear que las elecciones se pueden llevar a cabo a través de una consulta vía nuestro celular en la que los electores elijan sobre temas, y pasar una encuesta acerca de 50 temas con escalas, por ejemplo.
–¿Eso se puede traducir en una construcción colectiva de una plataforma política?
–Exactamente, y eso vendría a ser lo que Jean-Jacques Rousseau denominó la voluntad general. Él decía que la voluntad general no es la suma de las preferencias sino, en el fondo, es la media o mediana de las preferencias. Bueno, pues ahora esto lo podemos construir.
–¿Para esto qué hace falta?
–Una clase política madura que sepa cómo organizar esto, haciendo que el proceso sea transparente, libre. A mí me sorprende, por ejemplo, que no se habla de esto en la discusión, que ya se ha cerrado, y que esta semana precisamente se está presentando el documento de un proyecto de constitución chilena. Es decir, seguimos mirando para atrás. Esto es como si en la universidad siguiera dando las clases como las daba cuando empecé mi carrera universitaria: Llegaba y dictaba una conferencia durante 50 minutos y los estudiantes tomaban notas en sus cuadernos.
–¿Conoce alguna experiencia en algún país en que ya han notado por dónde va la cuestión y que se están adaptando desde la política a esto?
–No plenamente, pero, por ejemplo, en las últimas elecciones en Alemania, la gente podía entrar en una plataforma en la que había este tipo de preguntas y las personas rellenaban un cuestionario, daban una tecla, y al final les decía: Estas son sus preferencias y usted debe votar a este partido político. Eso ayuda también para disipar tanta confusión. O sea que este tipo de cosas se están haciendo.
–¿Qué dice sobre la baja calidad de la representación política?
–Bueno, yo ahí tengo una tesis muy radical y la he expresado en un libro cuya segunda edición salió hace tres años: El oficio de político. Mi tesis es que la política es una profesión y entonces, necesitamos buenos profesionales. Yo creo que uno de los problemas que hoy tiene la representación es la bajísima calidad de los políticos.
Ese es un problema muy serio porque partimos de la falacia democrática que todo el mundo tiene derecho a ser candidato. Entonces, yo creo que somos una sociedad suficientemente madura, con suficiente historia política detrás para decir que esa premisa es falsa.
Es lo mismo a decir yo estoy formado para ser médico porque tengo un don, que no nos sirve. Tiene que pasar por la Escuela de Medicina y hacer tal tipo de preparación.
–¿Una representación política de muy mala calidad, puede constituir en un obstáculo para el desarrollo de un país, aunque tenga una sociedad civil organizada que luche por mejorar la realidad?
–Por supuesto. No digo que sea algo en lo no hayamos prestado atención porque Maquiavelo y distintos autores en el siglo XVI se preocuparon muchísimo por lo que se llamó la literatura del espejo de los príncipes. Es decir, el espejo en el que se debía ver el príncipe para ser un buen gobernante. Eso está en Erasmo de Rotterdam, en Tomás Moro, en Jerónimo de Bobadilla, en Baltasar Gracián.
Fue una preocupación muy clásica del Renacimiento tardío, pero yo creo que hoy no la tenemos en cuenta y entonces aplaudimos desde la sociedad, incluso desde los medios, esta suerte de candidatos extravagantes que salen y que dicen cualquier cosa, cualquier ocurrencia, resultan simpáticos, son populares y atraen a la gente.
–¿Qué resaltaría de las elecciones últimas en Paraguay, tras su lectura del libro que vino a presentar?
–Las elecciones de Paraguay se caracterizan por dos aspectos contradictorios. Un aspecto que no sigue la pauta de América Latina es que siga habiendo un partido hegemónico. De ciento y pico de años, el Partido Colorado, y que la alternativa fuera el Partido Liberal Radical Auténtico. Paraguay da esa imagen de un viejo estilo, pero teóricamente. Porque luego, en la práctica, cuando uno se acerca a la realidad y, como se analiza en el libro Democracia y Elecciones en el Paraguay, al entrar en los entresijos del Partido Colorado nota como este fue capturado por distintos grupos. No es que sea el viejo Partido Colorado con una serie de supuestos. Eso ha cambiado profundamente.
A la vez, se produce, el efecto sorpresa, que tampoco es que sea nuevo en Paraguay y es la división de la oposición. Una división encabezada por un individuo (por Payo Cubas) con unas condiciones muy malas, pésimas. Y que, en ese sentido, introduce a la política paraguaya en el fenómeno latinoamericano de figuras tipo Milei y otros.
–¿Cuáles son los desafíos para la política en esta era de sociedad globalizada?
–El gran auge de lo privado, de lo particular. En un determinado momento el poder era un poder claramente político, ¿no? Uno decía, ¿dónde está el poder? y era Estados Unidos. Y, en la Guerra Fría, Moscú.
Pero hoy resulta que el poder es Amazon, es Google, es el señor Elon Musk. Es decir, hoy ha habido un enorme proceso de privatización de lo público y de la riqueza. Es decir, decíamos que el poder está en el Estado. Pero se ha demostrado que no.
Alguien puede decir, bueno, pero eso es bueno porque esas corporaciones han investigado, han invertido muchísimo en esto y en aquello, y eso supone que se ha avanzado. Bueno, sí, puede ser cierto. Pero también esa privatización ha sido una vía y una salida de corporaciones mafiosas, de corporaciones que están en lo ilícito.
–¿Y el control?
–No hay nada de control. Entonces, ahí están los grandes grupos narcotraficantes, pero también los grandes consorcios que venden armas y que están haciendo su agosto con estas crisis de armamento, de enfrentamientos bélicos de Ucrania-Rusia y en Oriente Próximo Entonces, son una serie de poderes que están ahí y sobre los que no sabemos nada.
– ¿Son globales?
–Sí, poderes que mueven todo, que tienen capacidad de influir en la política. Pueden comprar candidatos, pueden comprar una campaña electoral, etc. Y es muy difícil, además, porque es muy difícil meterles mano.
Antes he hablado de algo positivo de la inteligencia artificial, pero la inteligencia artificial tiene los lados oscuros, como puede ser realizar campañas electorales en las que tú invadas el terreno a través de mensajes falsos, suplantando la voz de candidatos, suplantando la imagen de candidatos, generando ruido, generando muchísimo ruido, generando desconcierto, personalizando la publicidad electoral
Hay países que prohíben, por ejemplo, encuestas electorales hasta cuatro días antes de la elección o que no haya publicidad electoral 48 horas previas a la elección. Pero con esto –levanta el teléfono móvil– todo eso ya se escapa. Es que tú con esto (insiste con el celular) recibes un mensaje publicitario electoral el minuto antes de que estás entrando al local electoral. Ya se escapa totalmente a cualquier regulación. Y qué te van a prohibir que uses ese día.
Parece que no miramos todo eso, se realizan reformas electorales, pero ese aspecto todavía no es un tema de investigación. Hay muy poca gente que lo está investigando. Y es un tema fundamental porque incide en la premisa de la calidad del proceso.
–¿Por qué los jóvenes no se interesan en la política?
–Yo creo que se interesan de otra manera. Siempre se ha dicho que los jóvenes eran algo especial, pero hoy verdaderamente lo son, porque los menores de 25 años son todos absolutamente digitales. Tienen una comprensión del mundo muy diferente a la que tenían las generaciones anteriores. Entonces, yo no creo que sean apáticos. Creo que intervienen o se informan o interactúan a través de mecanismos que son distintos.