Confieso que hay cosas en esta vida que no entiendo. Son preguntas que quedan sin respuestas, pese a mis intentos de encontrar una explicación. Permítame compartir algunos de esos misterios inexpugnables.
El primero de ellos es el negocio de la criptominería. Veo que es muy rentable y que proliferan emprendimientos legales e ilegales; estos últimos intervenidos ocasionalmente por la ANDE, pues consumen una barbaridad de energía. Los mineros tienen una gran cantidad de computadoras que, al parecer, hacen complejos cálculos. ¿Para quién? No sé. Recurro a Wikipedia, pero mis dudas, lejos de aclararse, aumentan. Me entero que la criptominería es una operación de la prueba de trabajo (proof of work), base de las redes blockchain y requiere de poderosos equipos de hardware y software. Eso genera ganancias que, si el halving de bitcoin lo permite, pueden intercambiarse en plataformas como Binance y Coinbase por monedas fiat. Clarísimo, ¿verdad? A propósito, tampoco entiendo qué es, en realidad, el dichoso bitcoin.
Otro tema que, cada vez que aparece, me obliga a poner cara de entendido silencioso, aunque, en realidad, me parece un galimatías de cifras, es el de las negociaciones de Itaipú. Hace unos días, el Gobierno anunciaba exultante la exitosa culminación.
Los medios cartistas titularon, en tono de prosopopeya, un “histórico” aumento de los ingresos anuales que recibiría el Paraguay.
Pero en los días siguientes, la euforia fue derritiéndose gradualmente a medida que otros técnicos relativizaron las ventajas de la nueva tarifa y dejaron en evidencia la exageración inicial. Los voceros de Peña habían abultado el número sumando royalties, compensaciones y resarcimientos que el Paraguay cobra todos los años. Al final, parece que no había tanto para festejar. Si los versados en este complejo asunto se contradicen, entenderá usted que yo, humilde médico, prefiera escuchar en silencio.
Hay otro ámbito donde ocurren cosas que no entiendo: en la Municipalidad de Asunción. Ahora resulta que no son 500.000 los millones de guaraníes en bonos con paradero desconocido, sino más de 800.000. ¡Son más de cien millones de dólares! Esta cifra me supera. No puede ser que Nenecho no tenga una explicación tranquilizadora al respecto. Como el intendente anunció que demandaría a quienes lo acusen de corrupto, me apresuro en aclarar que eso ni se me pasó por la cabeza. Aunque, reconozco, que el allanamiento de la casa de su ex jefe de gabinete, Wilfrido Cáceres, quien actualmente cumplía ignotas funciones administrativas, me dejó estupefacto. Lo imputan por enriquecimiento ilícito y lavado de dinero.
Me surgen dos preguntas sin respuesta. La primera: ¿Cree usted posible que no le haya llamado la atención al intendente el súbito enriquecimiento de su compañero de trabajo y amigo de farras? La otra: Esta imputación no es por la escandalosa compra de los detergentes de 400.000 guaraníes por litro durante la pandemia, sino por otro caso. ¿Cómo es posible que aquella causa no se haya movido desde hace casi tres años?
Tengo más cuestiones incomprensibles. ¿Cómo soporta la estoica ciudadanía asuncena que César Ruiz Díaz, el gerente de los transportistas del área metropolitana siga sosteniendo que su gremio pierde plata, mientras brindan un servicio haitiano, incompatible con su pasar opulento? Luego me acuerdo que estos mismos ciudadanos fueron quienes eligieron a Nenecho como el intendente más votado de la historia paraguaya y se me pasa…
Por último, déjeme contarle que no entiendo el motivo por el cual el fiscal general, Emiliano Rolón, declaró que la viuda de Marcelo Pecci era la que obstaculizaba el peritaje de su teléfono celular. La tajante desmentida de Claudia Aguilera espoleó una pregunta atragantada: ¿Cómo es posible que ese aparato no haya sido auditado hasta hoy?
Como se habrá dado cuenta, transito por esta vida con muchas preguntas sin respuestas. Me queda el consuelo de suponer que usted tampoco las tiene.