Hace no mucho tiempo, se había dado a conocer la autopsia practicada al mariscal Francisco Solano López por dos médicos del Ejército brasileño, fechada el 25 de marzo de 1870, según la cual, el tiro de gracia fue un disparo de fusil por la espalda cuando el mariscal se desangraba junto al río Aquidabán-Nigüí. Explican los historiadores que los soldados brasileños le mutilaron las orejas, dientes, cabello, y bailaron sobre él, según el relato recogido de los soldados paraguayos que se encontraban ahí. El cuerpo de López sigue en la zona del río Aquidabán, sin lápida. Junto a él se encuentra enterrado su hijo, el coronel Juan Francisco López, conocido como Panchito, de 15 años.
Esta es la historia relatada, con más o menos detalles, a la población toda desde las escuelas, una historia que tiene en el centro a un personaje no exento hasta nuestros días de encendida polémica.
Se debe reconocer, sin embargo, que este es un país que no le concede un buen trato a sus héroes en general. De ello podrían dar testimonio los escasos sobrevivientes de la otra guerra, la del Chaco (1932-1935); la gran mayoría de ellos sobrevivieron olvidados y arrinconados por la pobreza. Lo mismo se puede decir de quienes reconstruyeron el país al final de la guerra guasú: las mujeres, a quienes se tardó más de un siglo otorgar carta de ciudadanía.
Este 1 de marzo, no obstante, es un momento oportuno para reflexionar sobre otro tipo de heroísmo, aquel que no se demuestra en un campo de batalla; precisamente, en estos tiempos en los que la soberanía del país no está amenazada por factores externos y no se ve como necesaria una defensa como la que tuvo que encabezar hace más de 150 años el mariscal.
Las actuales amenazas son de muy diferente naturaleza. Hoy, la nación y el sistema democrático están en peligro por la acción del narcotráfico, el crimen organizado, el lavado de dinero, la corrupción, el nepotismo y todo esto que supone una descontrolada circulación de recursos que a diario pone a prueba la integridad del país, poniendo a prueba a las autoridades, la clase política e incluso la población.
Debemos entender, al mismo tiempo, que el Paraguay sigue en pie por la acción de numerosos héroes civiles como las mujeres, los trabajadores, los estudiantes, las amas de casa, los trabajadores de blanco, los campesinos, los maestros, la gente que construye honradamente y con sus manos el país.
Hace más de un siglo atrás, casi fuimos borrados de la faz de la tierra, pero pudimos renacer por los hechos y la conducta de quienes reconstruyeron el país. Por eso, el verdadero heroísmo es el que acomete a diario la gente que trabaja por sus hijos, por sus familias, por mantenerse enteros y unidos, y defendiendo los valores de la vida y la familia.
El heroísmo que necesita este país es el mismo que el pueblo paraguayo demostró durante la pandemia; el demostrado en los momentos difíciles, cuando la generosidad y la solidaridad del pueblo sostuvieron a los enfermos y sus familias con ollas populares y tallarinadas; cuando los enfermos agonizaban en los pasillos de hospitales donde no había oxígeno ni medicamentos; no fue la clase política, sino la ciudadanía la que mostró su fortaleza y heroísmo en aquellos duros momentos.