“Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; (...) los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo”.
El Evangelio de hoy recoge la primera de las parábolas en las que el Señor exhorta a la vigilancia. Está tomada del cuidado de los criados que esperan a su amo que viene de las bodas. El estar ceñidos indica tener levantados y ajustados los vestidos para servir; las lámparas encendidas aluden al cortejo nupcial que llega de noche.
Con esta parábola, Jesucristo nos enseña cuál debe ser la actitud fundamental del cristiano: Estar en vela.
Esto es lo propio del alma sacerdotal de todo cristiano: Alimentar espiritualmente al pueblo de Dios, mantener el mundo abierto a Dios. Todo cristiano es un guardián, que vela por sus hermanos, vigilando, rezando, custodiando.
Del mismo modo que Jesucristo estuvo en el huerto de los olivos velando; Él pide a cada cristiano que se haga cargo de las necesidades de los hombres, que no se deje llevar por la somnolencia y el descuido.
Y cuando el cristiano vive así, entonces sucede lo que Jesús sigue contando en la parábola: El esposo se ciñe como un siervo, le sienta a su mesa y se pone a servirle. Y entonces se produce la gran transformación: El criado se convierte en el amigo íntimo.
Este es el gran deseo de Jesucristo, llegar a una comunión de vida con cada cristiano.
La relación que Dios quiere tener con nosotros no es una relación de súbdito devoto con el rey o de siervos fieles del amo. Él quiere tener una relación de intimidad, amorosa, con nosotros: es Él quien nos desea, nos busca, nos invita a su fiesta y nos sirve.
Pobres, sencillos, sin méritos, sin talentos, somos los amados, los predilectos de Dios.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/2023-10-24/)