11 nov. 2025

Los amantes guayreños en tiempos de la Guerra de la Triple Alianza

Esta dramática historia de una pareja de guaireños oriundos de Villarrica tuvo lugar durante la época de la gran tragedia, coincidente con las recias batallas de Tuyutí. Por entonces, Villarrica contaba con una población de 700 almas más o menos según Ernesto Meaurio, autor del libro Villarrica Contemporánea y su Municipio.

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Sebastián Bullo fue Mayor de nuestro Ejército. Cayó muerto en acción en la 2da. Batalla de Tuyutí.

Juan Carlos Ramírez Montalbetti

Está visto y comprobado que la casualidad actúa en muchas ocasiones como disparadores de acontecimientos impensados. Y es hoy la historia trágica de dos guaireños incorporando Meaurio en dicha obra un relato perteneciente al poeta español Victorino Abente y Lago, nacionalizado paraguayo y con residencia permanente en el país. puntualmente en la ciudad de Areguá.

Son protagonistas de ese relato el joven Sebastián Bullo, italiano de origen, llegado al país en los primeros años del gobierno de Don Carlos Antonio López, dedicándose al comercio en Villarrica, liquidando su patrimonio antes de su incorporación al Ejército paraguayo. Posteriormente, fue Mayor de nuestro Ejército cayendo muerto en acción en la 2da. Batalla de Tuyutí, y la joven Basilia Villalba, guaireña oriunda de Caazapá, que falleciera en el mismo lugar de la Batalla, consumida en su angustia y dolor causada por la muerte en acción de su amado Sebastián.

El autor de estos comentarios no pudo evitar ser seducido por semejante relato, reproducirlo y comentarlo a su vez como una prueba de fidelidad y constancia de la mujer paraguaya. El escritor español, en una fascinante elegía, relató lo acontecido con el noviazgo de la pareja en el extraño final shakespeariano semejante al de los amantes de Verona

EPISODIO

Estallada la Guerra de la Triple Alianza, Sebastián Bullo liquidó su negocio y marchó a enlistarse en las filas del Ejército paraguayo como voluntario en el Batallón 40 del General José Eduvigis Díaz.

Allí fue informado de que dicha unidad estaba completa por lo que no cabía su incorporación.

Insistió Bullo, diciendo que era italiano y que quería morir por el Paraguay, lo que conmovió al General Díaz disponiendo su inmediata incorporación.

En la mencionada Unidad actuó en forma brillante, con valentía y arrojo desde la campaña de Corrientes 1865 ganando ascensos hasta llegar al grado de Sargento Mayor, y cubierto de gloria, murió en el Segundo combate de Tuyutí que tuvo lugar el 3 de noviembre de 1867.

Bullo combatía en primera línea confundido entre sus soldados en forma temeraria siendo Segundo jefe de la primera brigada de infantería. El bravo italiano murió en su ley, fiel a su promesa.

Sebastián Bullo dejó embarazada en Villarrica a su mujer Basilia Villalba, quien era la madre de Alfredo Sebastián Villalba (Bullo), que caso con la caazapeña Dejesús Ortigoza, y fueron padres del gran guitarrista Ampelio Sebastián Villalba, autor de la célebre polka paraguaya Guyra campana.

El poeta Victorino Abente Lago dedicó a Sebastián Bullo una sentida Elegía que fuera publicada en El Guayreño, semanario aparecido en Villarrica en 1873, de propiedad y dirección del sacerdote misionero apostólico Fray Salvador María De Nápole, primer cura párroco de la Villa después de la Guerra. Llegado a ella con las tropas brasileñas de ocupación, al mando del Mayor Jorge López Acosta Moreira, quien traía consigo el equipo de imprenta.

ELEGÍA

Hallábame una noche de luna en la famosa Loma Tuyutí, contemplando impresionado aquellos fatídicos y solitarios lugares, vasto sepulcro de tantos héroes. Preocupada la imaginación por los recuerdos de cruentas escenas que allí se desarrollaron en otros tiempos, no pude menos que decidirme a permanecer en actitud contemplativa una gran parte de la noche diciendo,

Tristes fúnebres campos solitarios.

Teatro un tiempo de sangrientas lides.

Hoy sepulcro de bravos adalides, Do siente el alma lóbrego terror.

Tuyutí, Tuyutí sobre tus campos.

Abandonada vése y esparcida de héroes mil osamenta carcomida, Venerada reliquia del valor.

Profundamente conmovido explaya mi vista por aquellos arenosos.

El silencio que en torno mío reinaba, parecía, verdaderamente el silencio de las tumbas.

La luna fulgurando serena y melancólica en medio de los cielos parecía una virgen de eternidad velando el sueño eterno de tantos héroes. Cuando más abstraído estaba en mis reflexiones, apareció a lo lejos una blanca figura distinguiéndose cada vez más. A poco rato, ya no la tuve por visión como primeramente creí. Ocultóse detrás de una pequeña eminencia que formaba el terreno, restos, al parecer de alguna trinchera. Viendo que no volvía a descubrirse, decidí a aproximarme lo más que pudiera sin conseguirlo así. Hasta llegar a arrimarme a unos montones de tierra, desde donde levantando sobre ellos la vista, presencié una escena dolorosamente conmovedora.

Una joven de pálido semblante bañado en lágrimas, bella como el mejor modelo de las vírgenes de Rafael, tendida sobre sus espaldas la blonda cabellera estaba arrodillada delante de una cruz.

De cuando en cuando sollozaba con indecible aflicción e inclinaba su frente al suelo hasta tocar la tierra, así, permanecía un largo rato como subida en letal desmayo, volviendo después a incorporarse para continuar su ferviente plegaria, En uno de esos momentos de dolor oí que pronunciaba con voz balbuciente y dolorosa el nombre de Sebastián.

Volvió más a tocar con su rostro el suelo, y habiendo permanecido un gran rato en esta actitud, no dude que estuviese dominada de un vértigo profundo, motivo por el que determine acercarme a ella. Vuelta en sí de su letargo, miróme con extrañeza, pero habiéndole explicado la causa por la que me encontraba allí desvaneció se su sorpresa y empezó a llorar amarga y copiosamente. No podré saber la causa de su quebranto, hermosa joven. Pregúntela. Mis penas en nada pueden despertar su interés, caballero, sin embargo, una vez que usted ha compadecido mi dolor y presenciado mi angustia no tendré inconveniente en manifestarle mis pesares. No solo joven tengo un sumo interés en ella, sino que desearía poder contribuir al alivio de sus penas. La soledad en que vive usted ha compadecido de mi dolor y presenciado mi angustia, no tendré inconveniente en manifestarle mis

PESARES

No solo joven, tengo un sumo interés en ella, sino que desearía poder contribuir a aliviar sus penas. La soledad en que usted vive le abisma cada vez más en la amargura y desearía proporcionarle lo necesario para alejarle de este fúnebre paraje que le acarrearía una muerte prematura.

¡Oh! Eso jamás, nunca podré separarme del sitio donde reposa mi querido Sebastián.

Era militar ese joven…

Voy a decírselo, me parece que presiento ya un gran consuelo en manifestar a Ud. mis pesares. El hombre a quien entregué mi corazón desde muy joven, era Sebastián Bullo. Le conocí por primera vez en Villa Rica, donde he nacido. Todo mi anhelo se reducía a quererlo y concentrar en él todas mis esperanzas. Con motivo de la Guerra tuvo que separarse de mí, pero no pude resistir su ausencia y fui en pos de él. Llegué a Paso Pucú el 2 de noviembre de 1867, punto donde se hallaba la infantería, allí de guarnición, encontrélo muy ocupado, apenas tuvo tiempo para sonreírme y dirigirme algunas palabras cariñosas. ¡Ay!, era la víspera del aciago día en que fue víctima de su heroísmo. Estaba alistándose para atacar en día siguiente las fuerzas aliadas atrincheradas en este mismo sitio. Un presentimiento fatal nubló entonces mi corazón y en sueño he visto el cadáver de mi adorado. ¡Oh! Noche terrible. Despertóme el estampido del cañón. Apenas amanecía el día, corrí azorada en busca de Sebastián, pero ya se había ido. Una nube de humo cubría esos campos, y a manera de siniestros fantasmas se revolvían envueltos entre ellas, los furiosos combatientes.

Concluido el combate, pregunté por mi amado y me dijeron que había sucumbido al cometer un acto de sublime heroísmo.

Al trepar la trinchera que circundaba el Cuartel General del Vizconde de Porto Alegre, cuando iba a colocar la bandera tricolor sobre ella, cayó traspasado de un bayonetazo.

Retiréme entonces a Villa Rica donde una profunda tristeza me consumía. Eran mis únicos deseos después de concluida la guerra volver a estos sitios para morir donde murió mi amante, ultimo tributo que debo a su amor.

Felizmente, huido López de Lomas Valentina, reservóme la providencia un primo que había presenciado la muerte de Sebastián en aquel memorable combate y habiendo caído prisionero, pudo saber a punto fijo donde había sido enterrado aquel.

Roguéle me mostrara su tumba, y me condujo aquí, donde he puesto una cruz y vengo a llorar y rezar todas las noches. ¡Ojalá me una pronto con él bajo la tierra! He aquí lo que me dijo aquella bella joven cuya fidelidad extremada a un amante que sacrificaba su vida en ¡HOLOCAUSTO DE SU AMOR! En vano fueron todos mis esfuerzos para sacarla de la soledad y abandono en que yacía.

Una semana después me contaron en Itá Pirú que había sido hallada muerta a los pies de la cruz y en su seno un papel escrito que decía “Si alguna persona caritativa quiere darme sepultura, hágalo al pie de esta cruz donde está enterrado mi querido Sebastián”.

En el año 1890, el Municipio de Villarrica rindió un merecido tributo al bravo italiano que dio su vida en aras de la libertad del Paraguay, perpetuando su nombre en una de sus calles. Otro tanto ocurrió en 1942 en el Barrio Ciudad Nueva del municipio de Asunción.

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Sebastián Bullo fue Mayor de nuestro Ejército. Cayó muerto en acción en la 2da. Batalla de Tuyutí.

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