Hoy por hoy, en Paraguay y en el mundo, cualquier alternativa política debe considerar el hecho de que estamos viviendo una época en la que el peso del discurso político sustantivo es menor y que el resultado en las urnas tiene cada vez más relación con los resortes de la mentira, la distorsión, la interpelación de las emociones. Una de las referencias más citadas para ilustrar esta situación es la que nos remite a la experiencia del Brasil cuando fue electo Jair Bolsonaro. El uso de las redes sociales fue notable, llegando a la juventud en grandes números. Su discurso de la victoria por Facebook el día que se supo los resultados electorales rompió con todos los protocolos de un discurso de la victoria. Fue transgresor. Su presentación casera, con su esposa sentada al lado en ropa de calle casual y una traductora para sordo mudos del otro lado caracterizó un estilo que se diferenciaba drásticamente de todo lo que había hecho la élite política hasta el momento.
Recordando la famosa frase de Marshall Mcluhan de que el medio es el mensaje, se puede decir que Bolsonaro lo personificaba bastante bien, ya que su diferencia era sobre todo su modo de comunicar, más que el contenido. Su costumbre de grabar un mensaje en su teléfono inteligente y subirlo a las redes lo hacía más próximo a la gente, un hombre de la calle virtual. Un estilo que se asemejaba mucho al “efecto Trump”, donde la ignorancia y falta de argumentación lógica o gramática, expuestos en las redes, lo transformaban en una persona “como uno”, distinto de la élite sofisticada, distante y bien educada, pero del cual se desconfía. Todo ello envuelto en una avanzada de las distorsiones y las falsedades.
Para apreciar dicho ambiente, vale la pena seguir a Luciano Fordi, quien dice que no es solo cuestión del volumen de información falsa y distorsionada que intenta interpelar a los individuos, sino que este flujo tóxico contamina todo el ecosistema informativo, colocando a los individuos en una situación muy vulnerable, tratando de diferenciar de la mejor manera posible lo falso de los verdadero. Una situación que se ve agravada por el hecho de que estamos hablando de una población usuaria relativamente nueva en América Latina, debido al crecimiento exponencial que ha tenido el acceso al internet en años recientes.
El efecto general es que el diálogo político pierde su eje constructivo y queda empantanado en una textualidad viciada que no permite la construcción de consensos para la acción colectiva. Este tema fue minimizado al principio, mientras que la extrema derecha lo ha usado despiadadamente. Hoy, las fuerzas democráticas y defensoras de los derechos, se plantean alternativas respecto a cómo controlar y contraatacar las distorsiones, falsedades, manipulaciones y la toxicidad general del ambiente. La cuestión aquí se vuelve un tema de organización, tanto online como offline, siendo capaz de dominar el debate tanto en la web como en la calle. Para ambos espacios hay tecnologías y técnicas de las cuales hay que apropiarse para hacer de ellas un uso correcto. El panorama es tal que los operativos deben reconocer una complejidad policéntrica, que gira alrededor de hashtags, influencers y seguidores capaces de mover al electorado en determinadas direcciones en la web, pero también crear convocatorias de ocupación espacios públicos que no tienen liderazgos definidos e identificables.
Este es un trabajo que tiene que ir acompañado del trabajo semántico, requiriendo legiones de “filósofos” capaces de constantemente trabajar los significados, anulando algunos, resignificando otros, retwitteando otros. Un trabajo analítico permanente que puede en algunos casos ser cubierto por algoritmos, pero está constantemente necesitado de la inteligencia humana. Esto es particularmente importante en los álgidos momentos de las campañas electorales. Hay una cierta especificidad y autonomía del debate en redes y su ejecución ha llegado a un grado de especialización que la transforma en un campo concreto diferenciado de los otros y que es necesario comprender y respetar si se quiere evitar el ascenso de la intolerancia y la crispación violenta.
(*) Analista político y consultor independiente. Twitter: @escabcar