Osmar Sostoa
psicólogo clínico
osmar.sostoa@gmail.com
Como se ha visto en las entregas anteriores, el Trauma Psicosocial es el factor inhibidor de la personalidad del individuo. Y si dicho factor de la cultura tradicional tiene todavía una fuerza sistémica en la sociedad, seguirá sirviendo como receptáculo de una educación científica y técnicamente actualizada, pero con un programa de enseñanza pobre en materia cívica y ética. A la par, retroalimentada por una asimilación abrumadora e indiscriminada de informaciones a través de los medios de comunicación y de internet, sin capacidad de parte de los niños y adolescentes de asimilarlas críticamente.
De ese modo, el joven suma a su desconcierto la falta de contención social. La cultura tradicional parecía mejor por su estabilidad y su carácter uniforme, con lo que las emergentes generaciones accedían a una visión monocromática de la vida y muy pronto superaban su rebeldía juvenil. A ello se sumaban la resignación y aceptación de los valores existenciales vigentes, que después la paternidad les obligaba a repetir como cánones atávicos en la educación de sus hijos. Hoy día, padres y maestros, desarmados de la autoridad verticalista, no cuentan con otros parámetros para orientar a las nuevas generaciones. Esta desorientación alimenta el caldo de cultivo para promover persecutoriamente la contrarreforma. La dictadura de 35 años ha destruido tanto este país hasta el punto de que los líderes sanos y renovadores se sienten impotentes para realizar los cambios que con urgencia se necesitan. Se trata de una carencia trasversal a todos los partidos políticos, sindicatos, gremios diversos, entre otras organizaciones de la sociedad civil. Los pescadores de río revuelto, sin escrúpulos, herederos de la práctica política tradicional, continúan usurpando los nuevos espacios del sistema político enmarcado en la Constitución Nacional de 1992, desnaturalizando sus fines, principios y funciones en provecho propio.
En las escuelas públicas, las carencias no son solamente psicopedagógicas sino también presupuestarias, razón por la cual es difícil encarar una educación más allá de la instrucción básica. Los cambios socioeconómicos actuales conllevan la urbanización acelerada y la integración masiva de la mujer al mercado de trabajo; con la pérdida colateral de la familia ampliada para cuidar de los niños. Los psicólogos atienden casos graves de adolescentes con serios problemas de integración social debido a su aislamiento hogareño desde la edad escolar, porque quedaron recluidos y conectados a la computadora y a internet. Estos casos, y otros distintos, suelen preparar así a las futuras víctimas del bullying, el cual pueden sufrir en la propia casa, en la escuela o en otros lugares; o ser víctimas de abusos más graves. ¿La solución es volver a la familia ampliada tradicional? al parecer es imposible en la mayoría de los casos. En los países modernizados y con recursos económicos, la solución ha sido la escuela de doble turno, que incluye la realización de todas las tareas académicas en la institución y el apoyo psicopedagógico. De ese modo, la familia tiene tiempo de disfrutar de la convivencia después del trabajo y la escuela.
Como contrapartida, mediante un elevado costo económico, en muchas escuelas privadas los alumnos asisten en doble turno, a la par de un abordaje psicopedagógico desde la guardería y el jardín; motivo por el cual los niños son estimulados en su creatividad y libre expresión. En tales instancias no hay masificación de alumnos y los recursos didácticos y de infraestructuras son suficientes y adecuados. Los maestros son seleccionados por competencias y los estudiantes cuentan con asistencia psicopedagógica permanente. Cuando los conflictos familiares, propios de la cultura autoritaria que atraviesa a todos los estamentos sociales, afectan a los estudiantes de tales esferas, las autoridades escolares convocan a los padres y les plantean consultar con psicólogos para revisar la convivencia en la casa y dar asistencia psicoterapéutica a los hijos.
La acelerada y compleja vida actual, propia de la sociedad globalizada, si bien mejora la vida en ciertas dimensiones, las empeora en otras. Por eso, mientras por un lado mejora la conectividad mediante la tecnología, se incrementa la soledad de las personas; si bien posibilita y abarata recurrir a fuentes de información y cultura, se dispara exponencialmente el analfabetismo funcional; en tanto permite mayor interacción e integración sociales, se agrava la violencia social incluyendo el maltrato infantojuvenil.
La sociedad posmoderna tiene su eje de orientación psicosocial en el narcisismo con sus distintas manifestaciones, tales como individualismo, hedonismo, consumismo, banalización de principios y valores humanos, entre otros. La cibernética pobreza cultural sigue sumiéndonos en la pobreza general, bajo riesgo de cultivar generaciones tipo “cyborgs” instruidos por la inteligencia artificial mediante el “autoaprendizaje” en línea; sin facultad reflexiva para elaborar pensamientos propios. Es decir, lo que ahora se realiza virtual y masivamente, antes se hacía artesanal e individualmente con la didáctica vieja.
El filósofo de las antinomias, en su libro Pedagogía (Kant, 2003), proponía primeramente “borrar” la “animalidad” con la “disciplina” y luego “instruir” para la libertad. La pedagogía contemporánea, sin negar la animalidad –por el contrario, asumiéndola– la culturiza en el amor; siguiendo la línea de pensamiento marcada por Rousseau, Freud, Pestalozzi, R. I. Cardozo, M. Bertoni, Freire, entre otros, para alcanzar la libertad. Por lo tanto, la línea persuasiva de la educación ya tiene sus siglos dejando también su impronta en contraste con la disciplinaria, la de “la letra, con sangre entra”.
Lastimosamente, recién en 1989 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño, en la cual se establece la protección contra todo tipo de violencia hacia los menores de edad. Desde entonces, todos los países del mundo signatarios de la ONU ajustaron a dicho acuerdo sus sistemas constitucionales y jurídicos, así como sus métodos educacionales. Pero todavía hoy, hay padres y maestros que siguen aplicando la violencia para “corregir” a los hijos y alumnos, apoyados en un consenso social tácito.
Por eso, falta comprender la educación más allá de la instrucción científica y técnica. No es suficiente la capacitación para el trabajo; también es imprescindible la formación cívica, la que nos lleve a la convivencia democrática y participación ciudadana; aquélla que se cimenta en el respeto mutuo, la empatía, entre otras virtudes, y que puede aprenderse en la familia y la escuela. Para humanizarnos más profundamente, no basta con la competencia operativa; son necesarios también el desarrollo cultural y psicosocial, la integración y responsabilidad social, entre otras virtudes, para mejorar nuestra vida. Tampoco hay que olvidar que somos parte de una sociedad que cuenta con una historia en cuyo devenir hemos forjado una cultura, una razón de ser, con sus valores y antivalores, con sus conflictos de identidad.
Cabe recordar que el paraguayo surgió históricamente como un ser bifronte; de padre español encomendero y de madre guaraní cultivadora y servidumbre de este patrón, fruto de una circunstancia nada romántica, como pretendieron pintarla algunos poetas. Posteriormente, el Dr. Francia y los López fueron quienes consolidaron la soberanía y sobre ella la identidad paraguaya. En el sustrato de ese movimiento cívico ya estaba instaurada una identidad nacional, la cual evidenciaba sus contradicciones en la diglosia (Hauck, 2014; Ferguson, 1959; Fishman, 1967; Melià, 1973); por un lado, considerando el uso generalizado del idioma guaraní en la población campesina, facilitada por su uso cotidiano en los hogares y por la catequización colonial en dicha lengua; y, por otro lado, el idioma español como emblema del poder, ostentado por el nuevo “karaí”, heredero de la encomienda. De ese modo, el ciudadano mestizo es sumamente patriota para defender la “heredad nacional” pero al mismo tiempo muy sumiso con los que detentan los poderes político y económico locales.
Ese patriotismo sirvió para defender gallardamente a la patria en las dos guerras, contra la Tripe Alianza (1864/1870) y la defensa del Chaco (1932/1935); pero no sirvió para levantar al país de la postración luego de la guerra grande. Más bien, el fanatismo partidario inoculado en beneficio de los nuevos círculos dominantes de posguerra sirvió para desangrar a la población en frecuentes guerras civiles. Además, la educación “normalista” de Sarmiento no servía para promover el espíritu libre y crítico de la ciudadanía, como fundamento de una Sociedad Civil que garantice la convivencia democrática. Esa instrucción disciplinaria y básica condicionaba a la ignorancia y el embrutecimiento que campeaban en todo el territorio nacional. Los caudillos imponían su poder discrecional por encima de las leyes, las autoridades y el sistema político “democrático”; dividiendo a la población entre colorados y liberales para disputar el poder gubernamental con recurrentes conspiraciones y golpes de estado. Así, el paraguayo es valiente en un caso y sometido en otro. Los nobles intentos de algunos políticos y organizaciones cívicas y políticas no pudieron reconvertir esta realidad hasta ahora.
Por eso, sin paraguayos bien educados, la postración del Paraguay seguirá tal cual. Se puede entender así por qué nunca se consolidó la democracia en nuestro país: porque nunca la educación estuvo orientada a instituir una Sociedad Civil, único soporte de la democracia genuina. Ese ciclo fatídico continúa repitiéndose, entre otros factores, por la educación autoritaria aún vigente en la práctica, a pesar de los modernos planes de enseñanza.