25 may. 2024

La casa común que destruimos y ya es irrespirable

Susana Oviedo – soviedo@uhora.com.py

En una visita a Lima, muchos años atrás, me llamaron la atención unos carteles en las plazas y parques que instaban a “recoger y botar las heces de tu mascota”. Hoy esto es una práctica que, para ser incorporada por los ciudadanos, estoy segura, habrá sido necesaria una insistente campaña educativa y un control efectivo para sancionar a quienes incumplen las reglas.

Recordé esto en estos días en que me tocó regresar al microcentro de Asunción, que ya antes de la pandemia presentaba un estado deplorable, y hallé que ahora está peor. Contribuyen a su imagen desoladora actual las tiendas, hoteles y locales gastronómicos cerrados y el escasísimo movimiento de personas, pasado el mediodía. Las plazas están tristes, abandonadas, sucias y gran parte de esta área de la ciudad, irrespirable.

El Covid-19 se ha constituido en el argumento perfecto para que algunas instituciones, como las municipalidades, dejen de hacer lo poco y mal que venían haciendo en favor del hermoseamiento y mejora de los espacios públicos, reparar las calles y aceras y convertir en lugares amigables a las ciudades que les tocan administrar, cuidar y amar.

Dicho esto, quiero regresar a lo que conté de Lima, para agregar otro aspecto que me encantó: frente a la casa de una familia amiga, en el distrito de San Miguel, el ancho paseo central de la calle en la práctica era un precioso y variado jardín lleno de flores y plantas ornamentales. Esto se debía a que cada familia o frentista adopta la porción de ese espacio de todos que le toca delante de la casa y la mantiene cuidada y bella. Suponemos que esto también habrá sido una iniciativa que requirió un proceso de toma de conciencia y de asunción de responsabilidad entre ciudadanos y autoridades locales para que funcione y se normalice. A lo que voy es que para provocar cambios se requiere planificar, trazar una ruta a seguir y definir las acciones que deben ejecutarse, no una vez, sino en forma continua para alcanzar los objetivos. Es decir, debe pensarse en la sostenibilidad.

Si en estos momentos estamos espantados porque “arde el país” con cientos de focos de incendio, en su mayoría provocados. O porque nuestros principales ríos están secándose y corremos el riesgo de no garantizar el suministro de agua potable. Si hoy nos resulta una noticia corriente, que no provoca ya indignación, la cantidad de hectáreas de bosques que se destruyen por la deforestación o porque hay cada vez más especies animales y vegetales a punto de desaparecer, es porque no hemos tomado conciencia como sociedad del valor de los recursos naturales y, por lo tanto, no se puede pretender respeto y cuidado de lo que el papa Francisco llama la “casa común”, simplemente porque la gran mayoría no la concibe así. No la piensa así, ni se relaciona con la naturaleza con esa “apertura al estupor y a la maravilla”, ni con el lenguaje de la fraternidad y de la belleza; por lo tanto, las actitudes no pueden sino ser “las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos” (Laudato si’).

Por eso son tan comunes aquí las calles que llevan meses cubiertas de agua debido a cañerías rotas, sin que nadie se inmute al respecto, o los terrenos baldíos descuidados por sus propietarios, convertidos en vertederos barriales. Vecinos que queman sus basuras domiciliarias o bien las arrojan en los raudales las veces que llueve. Personas que desperdician ingente cantidad de agua para lavar la vereda o su automóvil o en el simple acto de cepillarse los dientes.

Estos gritos agónicos del medioambiente deben llevarnos urgentemente a promover campañas de concienciación que vayan desde el uso racional del agua hasta explicaciones fáciles sobre las causas del calentamiento global y de las consecuencias que traerán si no modificamos rotundamente la mentalidad destructiva, egoísta e irracional que predomina hoy en nuestro relacionamiento con el mundo y con nuestra propia especie.

Más contenido de esta sección
Demasiados episodios grotescos en una semana como para no dedicarles unas líneas.
Tras las impactantes revelaciones que se obtuvieron con la operación Dakovo, que logró exponer tan explícitamente los alcances del crimen organizado en cuanto al tráfico de armas, sobrevino una situación por de más escandalosa: la implicación de altos militares en actividades criminales. Esta fue sin dudas una dolorosa comprobación del elevado nivel de infiltración del poder mafioso dentro de las instituciones del Estado paraguayo. Además de ser profundamente vergonzoso, esto implica un ataque a la democracia.
El Congreso Nacional rompió récord esta semana con el proyecto de la ley de superintendencia; los senadores tardaron 15 minutos para aprobar; los diputados 11 minutos. En una convulsionada jornada, los diputados también aprobaron ley que suaviza penas para corruptos y los senadores salvaron al cartista Hernán Rivas, acusado de tener un título falso de abogado. Y como les quedó tiempo, también mutilaron la ley de puerta giratoria. Este es el espantoso combo navideño que el Parlamento le ofrece al pueblo paraguayo.
Los impactantes resultados de la operación Dakovo lograron exponer en forma explícita los alcances del crimen organizado en cuanto al tráfico de armas. En nuestro país, logró la detención de más de una decena de personas involucradas en un esquema de tráfico internacional de armas y una nota gravísima, entre los detenidos están un militar de alto rango así como ex funcionarios de la Dimabel. Es muy preocupante la manera en que la mafia y el crimen organizado están socavando nuestra soberanía y nuestra democracia.
No fabricamos armas, pero las comercializamos en cantidad industrial. No producimos cocaína, pero el país es depósito, ruta y puerto de embarque de cantidades industriales que llegan a los principales mercados del mundo.
Eduardo Nakayama abandona el PLRA. Solo y apresuradamente, dicen. Quién sabe. Explica que no ve ninguna posibilidad de que su partido pueda desprenderse de la infiltración cartista. Desde adentro ya no hay nada que hacer, sostiene.