20 nov. 2025

La BBC está en crisis

La BBC de Londres está en crisis. No se trata de un problema menor. Es una situación turbulenta que afecta a uno de los mayores símbolos de información del mundo contemporáneo. El escándalo que provocó la dimisión del director general, Tim Davie, no puede reducirse a un simple error editorial. La manipulación de una declaración del presidente Donald Trump en un documental, para hacerla parecer una incitación directa a la violencia, puso de manifiesto una herida que corroe el periodismo moderno: La tentación de subordinar los hechos a las narrativas ideológicas.

La BBC siempre ha sido un referente mundial de rigor. Cuando un gigante de esta envergadura flaquea, el impacto es devastador. Y este episodio es sintomático. Revela la inquietante expansión del periodismo militante, que deja de documentar los hechos para promover causas. Un periodismo que intercambia la información por la tesis, los datos por las emociones, la verificación por el activismo. El periodista, que debería ser un observador atento e imparcial, se convierte en un predicador de convicciones personales.

Esta desviación del camino tiene graves consecuencias. La primera es la erosión de la credibilidad, el capital más preciado de la prensa. Sin credibilidad, una emisora, un periódico, una revista o un portal se convierten en una voz más en el tumulto de las redes. La información empieza a competir por espacio con rumores, memes y pasiones instantáneas. Se pierde la autoridad moral para exigir transparencia a los gobiernos, investigar irregularidades y supervisar el poder. La prensa que abdica de la verdad factual se vuelve incapaz de cumplir su misión.

La crisis de la BBC debería servir como una invitación –o más bien, una advertencia contundente– a una profunda autocrítica por parte de todos los que trabajamos con información. No se trata de señalar con el dedo a Londres, sino de reconocer que errores similares, en mayor o menor medida, se multiplican por todo el mundo. El periodismo, cuando se ve condicionado por visiones del mundo rígidas, deja de ser un puente y se convierte en un muro. Al privilegiar las narrativas, deja de explicar y empieza a hacer proselitismo. Y el público lo nota. El público reacciona. El público se distancia.

El consumidor de noticias, en el siglo XXI, está saturado de manipulación. Quiere –y tiene derecho a recibir– información ética, transparente y de calidad. Quiere datos, contexto, rigor y diversidad de fuentes. Quiere ser tratado con respeto, no como un objeto de ingeniería social. El periodismo que ofrece versiones en lugar de hechos subestima la inteligencia del lector, del oyente y del telespectador.

Por lo tanto, es urgente rescatar el periodismo objetivo, aquel que prioriza los hechos sobre las convicciones, que practica el antiguo y siempre relevante principio de “escuchar a ambas partes”, que distingue claramente entre noticia y opinión. El buen periodismo es periodismo honesto. No se trata de un periodismo neutral en el sentido ingenuo –porque nadie es neutral–, sino de un periodismo consciente de sus limitaciones y fiel a la posible veracidad de los hechos.

La BBC afrontará sus dificultades internas, como lo ha hecho durante casi un siglo. Pero este episodio debería tener repercusiones más allá de las fronteras británicas. Es hora de reafirmar que la prensa solo cumple su función democrática cuando está comprometida con la verdad y no con la conveniencia; con la información, y no con la propaganda; con el lector, y no con agendas ideológicas.

La crisis de la BBC es, en realidad, un espejo. Y lo que refleja es simple y contundente: Sin verdad no hay periodismo. Sin periodismo no hay confianza. Sin confianza no hay una democracia sana.

El caso de la BBC revela la inquietante expansión del periodismo militante, que deja de documentar los hechos para promover causas.

Más contenido de esta sección