14 jul. 2025

Israel y su disyuntiva estratégica

El Gobierno israelí y sus aliados occidentales se enfrentan a un escenario regional cada vez más complejo en su conflicto con Irán y sus entidades subsidiarias.

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Jorge Daniel Codas Thompson
Analista de política internacional

El 7 de octubre del 2023, Israel enfrentó a la peor atrocidad contra judíos desde la Segunda Guerra Mundial. Ese día, militantes de la organización terrorista Hamás secuestraron, violaron y asesinaron a ciudadanos israelíes. Pero más allá de esta tragedia humana y moral, la catástrofe que se abatió sobre Israel tuvo reverberaciones históricas y simbólicas. Como tuvo lugar en las cercanías de la frontera con la Franja de Gaza, el único lugar donde Israel había desmantelado los asentamientos de sus ciudadanos y se había retirado a la frontera previa a la Guerra de los Seis Días de 1967, esta masacre fue un ataque a la idea de un Estado judío en cualquier parte de la tierra donde hoy se asienta Israel.

Como su esencia misma fue la matanza de asistentes a festivales de música que celebraban la vida, fue un ataque a la existencia de una democracia liberal próspera en Oriente Medio. Por último, la reacción militar de Israel provocó una oleada de antisemitismo como no se había visto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, es importante resaltar que el ataque fue muy significativo no solamente para los israelíes y los judíos, sino también para el mundo entero. Hamás pudo llevar a cabo un ataque técnicamente sofisticado gracias a su país patrocinador, Irán, que se ha convertido en una formidable potencia regional. Y la influencia de Irán, a su vez, se basa en sus vínculos con China y Rusia, un eje autoritario creciente que busca subvertir el orden internacional liberal liderado por Estados Unidos. Para Israel, el ataque fue una nueva Noche de los Cristales Rotos, la ola de violencia antisemita nazi desatada en 1938. Pero la comunidad internacional debería haber percibido que la barbarie de Hamás fue respaldada por un Irán agresivo que cuenta con el apoyo del eje autoritario. Por ende, el 7 de octubre fue un ataque directo no solo a Israel, sino al mundo libre.

Pero si Israel hubiera querido enmarcar su guerra contra Hamás en esos términos, su Gobierno tendría que haber declarado que estaba librando una guerra contra Hamás y los demás agentes terroristas de Irán, y no contra el pueblo palestino. Israel debería haber llegado a un entendimiento con Estados Unidos y la OTAN sobre la esencia de la guerra y cómo se libraría. Debería haber declarado que su objetivo no era sólo la seguridad de Israel sino la libertad para el pueblo de Gaza, que merece ser liberado de la tiranía de Hamás, organización que se enquistó en el poder tras haber ganado las elecciones de 2006. Israel debería, por último, haberse comprometido con un proceso diplomático destinado a producir una solución de fondo del conflicto israelí-palestino, lo cual habría permitido el establecimiento de relaciones diplomáticas con Arabia Saudita, contribuyendo así a la estabilidad de Israel y la región.

Sin embargo, Israel reaccionó de manera contundente con un masivo ataque sobre Gaza, que provocó la muerte de numerosos civilies en bombardeos y combates entre las fuerzas militares de Israel y Hamás. Los resultados son evidentes: gracias a la combinación de los errores estratégicos de Israel, la ceguera histórica occidental y las máquinas de propaganda de las potencias autoritarias, la gente de todo el mundo ve a Israel como el agresor, en lugar de entender que son Hamás y Hezbolá los que cuentan con el apoyo de los imperios más agresivos de la actualidad. En lugar de percibirse como algo similar a la lucha de Ucrania contra Rusia, la guerra en Gaza se ve como una guerra de opresión contra el pueblo palestino.

Por su parte, el plan estratégico de Irán es claro: Sus objetivos a largo plazo son destruir a Israel, dominar el mundo árabe, socavar a Occidente y volver a convertirse en una potencia imperial. Para lograr estos objetivos, está empleando una estrategia de tres niveles. En primer lugar, Irán fabrica armamento convencional avanzado, en particular misiles crucero y balísticos, para reducir la ventaja tecnológica de la cual disfrutan Estados Unidos, Israel y sus aliados. En segundo lugar, Irán está rodeando a Israel con un anillo de bases desde las que sus entidades terroristas subsidiarias (y, eventualmente, sus propias fuerzas) pueden atacar a Israel y podrían en el futuro lanzar una invasión total de dicho país. Por último, Irán busca la obtención de armas nucleares para conseguir desestabilizar estratégicamente la región, y eventualmente tener la posibilidad de atacar a Israel y sus aliados.

Los planes maestros de Hamás y Hezbolá también son claros. Su objetivo compartido es convertir a Israel en un estado paria al crear la percepción de que el Estado judío es poco más que un cliente débil de Washington, poniendo a la opinión pública estadounidense en su contra. Para lograrlo, el liderazgo de Hamás no sólo estuvo dispuesto a sacrificar a la población civil de Gaza, sino que buscó activamente hacerlo. Los principios que organizaron su campaña de terror fueron utilizar a las mujeres y los niños palestinos muertos durante los combates para enfurecer a Estados Unidos con Israel y utilizar la pesadilla de los rehenes en Gaza para quebrantar el espíritu del pueblo israelí. Los líderes de Hamás comprendieron que no podían vencer a Israel de inmediato y, por lo tanto, explotaron sus puntos débiles como sociedad libre y próspera. Su intención era aislar a Israel, perjudicar su economía de alta tecnología, y hacer intolerable la vida dentro del país, provocando el éxodo de parte de la población. En este sentido, hay 100.000 refugiados israelíes que tuvieron que ser evacuados de la frontera con Líbano.

Uno de los objetivos de Hamás al lanzar la ofensiva del 7 de octubre era obligar a Irán a acelerar el cronograma para llevar a cabo su plan estratégico. Esperaba que, tras las atrocidades de Hamás, Israel actuara de manera irracional. Creía que una escalada de violencia se descontrolaría y desencadenaría una guerra en múltiples escenarios que acabaría convirtiéndose en un cataclismo regional. Si bien el conflicto aún no se ha contagiado a toda la región, sí ha envuelto a Hezbolá y al Líbano, así como, de manera creciente, a Irán. Por su parte, el masivo ataque militar contra Gaza provocó la indignación internacional, pero no logró una victoria decisiva israelí ni una resolución pacífica.

En el pasado, los líderes de Israel sabían cómo enfrentar proactivamente las amenazas existenciales. En 1947, el líder sionista David Ben-Gurion aceptó un plan de partición de la Asamblea General de las Naciones Unidas antes de liderar una guerra que finalmente dio como resultado un Estado judío en el 80 por ciento del territorio entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. En 1967, el Primer Ministro Levi Eshkol envió a su Ministro de Asuntos Exteriores, a conversar con los líderes políticos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia antes de lanzar la operación militar preventiva que se conoció como la Guerra de los Seis Días, y que multiplicó por tres el tamaño de Israel, incluyendo la captura de la Franja de Gaza y de Cisjordania. Es en esta línea de pensamiento estratégico donde el actual gobierno de Israel ha fallado.

Lo que está sucediendo hoy en Oriente Medio no es un hecho aislado, ni tampoco es simplemente otra ronda de hostilidades. Lo que comenzó en octubre pasado es un acontecimiento complejo cuyo alcance es posiblemente mayor que todo lo que ha sucedido en el siglo XXI. Este nuevo conflicto marca el fin de una era dorada de más de seis décadas para Israel, durante la cual una floreciente democracia gozó de supremacía estratégica contra las fuerzas del fanatismo que la rodean. También marca el fin de una era dorada judía de ochenta años, durante la cual la culpa colectiva por el Holocausto frenó y suprimió el antisemitismo. Asimismo, parece marcar el fin o, al menos la degradación, del liderazgo estadounidense que dio al mundo relativa estabilidad, prosperidad, y libertad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En muchos sentidos, el mundo está retrocediendo en el tiempo. Los israelíes están librando una guerra más parecida a la de 1948 que a las más recientes.

Para Israel, las implicaciones de esta nueva situación histórica son evidentes: debe reconstruir su resiliencia nacional general y debe integrarse plenamente al mundo libre. La coalición de derecha de Netanyahu no ha fortalecido al Estado judío, sino que lo ha debilitado. La continua anexión de territorios palestinos exacerba los ánimos y fomenta la intensificación del conflicto israelí-palestino. Israel debe restablecer el delicado equilibrio entre una sociedad libre y una sociedad movilizada. Sus gobernantes deben redefinir a Israel como una democracia de frontera que salvaguarda sus valores frente al mal. E incluso mientras se preparan para la guerra, los israelíes siempre deben esforzarse por la paz, buscando soluciones de fondo como el establecimiento de relaciones diplomáticas con Arabia Saudita y una solución constructiva para la cuestión palestina.

Por su parte, Estados Unidos debe reconocer una verdad simple: la real amenaza es Irán. Los ayatolás iraníes no se detendrán mientras crean que la historia, así como sus aliados China y Rusia, están de su lado. Irán seguirá ampliando su esfera de influencia y poniendo en peligro la civilización occidental, así como el mundo árabe aliado de Occidente. Por lo tanto, los estadounidenses no deben ignorar los peligrosos acontecimientos que están transformando rápidamente el mundo. El orden liberal internacional liderado por Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que se profundizó al concluir la Guerra Fría, enfrenta una nueva amenaza. La primera fue la invasión rusa de Ucrania en 2022. La segunda fue la incursión de Hamás en Israel en octubre de 2023. Si Occidente no adopta rápidamente una política realista y resuelta, la tercera puede suceder cuando Irán realice su primera prueba de un arma nuclear. Solo un liderazgo estadounidense sólido y proactivo puede evitar que la potencial pesadilla de un Irán nuclear se convierta pronto en realidad.

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