01 jun. 2025

Elevar nivel moral e intelectual de nuestros representantes

El nuevo incidente protagonizado esta semana durante la sesión de la Cámara de Diputados por el diputado Jatar Fernández ha expuesto una conducta inapropiada para un representante y miembro de uno de los poderes del Estado. Al mismo tiempo, nos platea la realidad de la calidad de nuestra representación parlamentaria. Es inaceptable que precisamente en el Parlamento se sucedan incidentes que exhiben actitudes intolerantes, autoritarias y muestran la incapacidad para llevar adelante un debate democrático, respetuoso y de altura.

A raíz del tratamiento del pedido de intervención de los municipios de Asunción y Ciudad del Este en la Cámara de Diputados se generó un desagradable incidente y posteriormente la sesión fue levantada por el titular de la Cámara Baja, Raúl Latorre; como tantas veces anteriores, los diputados dejaron de tratar importantes temas de la agenda del país.
Mientras la diputada Leidy Galeano (Cruzada Nacional) expresaba su rechazo a la disposición del contralor general de la República, Camilo Benítez, de acompañar la intervención del Municipio de Ciudad del Este; el diputado ex Cruzada Nacional devenido en aliado de la bancada colorada, Jatar Fernández, interrumpió en varias ocasiones a su colega, la que reclamó en plena sesión estar siendo amedrentada por él.

El vicepresidente de la Cámara, Carlos Arrechea (ANR-HC), quien se encontraba presidiendo la sesión, simplemente decidió llamar a un cuarto intermedio, sin intervenir ni llamar al orden al ofuscado diputado por su grosero e irrespetuoso comportamiento. Cuando el presidente de la Cámara volvió a dirigir la sesión, y al no haber ya cuórum, la sesión fue levantada.

Según el diputado Guillermo Rodríguez (Yo Creo), Fernández es un “incitador profesional”, afirmando incluso que sus acciones apuntan precisamente a cortar el debate en la Cámara Baja. “Es un incitador profesional. Está en su papel de barra brava. Imagínate que yo vaya a pararme frente a la bancada de Honor Colorado a gritar”, expresó. A la luz del desarrollo de los acontecimientos se puede comprobar que Fernández logró su misión, pues acabó con el debate y con toda posibilidad de que fuera tratado el tema del pedido de intervención de los municipios.

Lamentablemente, hemos ido normalizando este tipo de conductas en el Congreso Nacional.

Recordemos que hace dos años, otro diputado, el colorado cartista Yamil Esgaib, fue protagonista de una serie de incidentes, tras los cuales incluso fue suspendido por sus actitudes violentas contra mujeres, con diversos exabruptos hacia sus colegas, a una de ellas incluso la había amenazado “con romperle la boca”. Otra incorrección de Esgaib incluso fue transmitida en vivo, cuando acosó a una periodista de Telefuturo en los pasillos del Congreso Nacional, le tomó del rostro y le dijo al oído “no me vas a ganar”.

Como Parlamento se designa a una asamblea de quienes representan la voluntad popular expresada en las urnas. La palabra proviene del parlement , que describe la acción de parler (hablar), por lo que un parlement se aplica a la reunión de los representantes del pueblo donde se discuten y resuelven los asuntos públicos. Nuestra Constitución Nacional dispone que la soberanía reside en el pueblo (artículo 2) y que el pueblo ejerce el Poder Público por medio del sufragio para elegir por voto directo a dos de los tres poderes del Estado, el Ejecutivo y el Legislativo. Estos gobiernan en nombre del pueblo, pues como señala la Constitución, la nuestra es una República que adopta para su gobierno la democracia representativa, participativa y pluralista.

Ese es el fundamental contrato que rompen con cada salida de tono, con cada escándalo, y también cada vez que dejan sesiones sin cuórum, para eludir el tratamiento de temas.

Nuestro Parlamento debería ser el gran espacio de debate e intercambio de ideas, un espacio para la discusión respetuosa, pluralista y tolerante. Para que eso sea posible, necesitamos con urgencia elevar el nivel moral e intelectual de nuestros representantes en el Congreso. La democracia precisa del debate serio, civilizado y respetuoso, por eso es inaceptable normalizar conductas ruines que agreden los derechos y la dignidad de las personas.

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