19 oct. 2025

El día que Paraguay empezó a perder la guerra

Puede afirmarse que el 13 de julio de 1865, con la pérdida de William Whytehead, que sin un disparo o parte militar, Paraguay empezó a perder la guerra en su retaguardia, en la capacidad de reponer pertrechos y en la cohesión moral de su cuerpo técnico, pues con él se extinguió mucho más que a su ingeniero jefe: Perdió al cerebro técnico que durante una década había sostenido la modernización industrial del Estado y garantizado el funcionamiento de arsenales, astilleros, fundiciones y ferrocarriles.

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William Henry Keld Whytehead.

Ángel Piccinini
Investigador

El Gobierno paraguayo, impulsado por un ambicioso plan modernizador, y por recomendación de la Casa Blyth, vio en William Henry Keld Whytehead, el hombre ideal para encabezar su visión.

Este joven oriundo de Stepney, Middlesex, Inglaterra, nació el 2 de abril de 1825. Desde joven, se orientó a la ingeniería y pronto destacó por su talento. Trabajó en la Casa Blyth, donde ejerció como Consulting Engineer, y alrededor de 1851 publicó un folleto sobre la prevención de humo en hornos industriales. En 1852, registró varias patentes de mejoras en máquinas de vapor y calderas e incluso fue editor o redactor de The Artizan, una influyente publicación técnica de su tiempo.

En 1854, se encontraba en Francia, dirigiendo la fabricación de armas y proyectiles en un arsenal, donde fue contactado y contratado por Francisco Solano López con un sueldo anual de 400 libras, el 26 de octubre de ese año.

El 25 de enero de 1855, Whytehead llegó a Asunción, junto con López, a bordo del vapor Tacuarí. Desde su oficina convergieron todas las actividades técnicas estatales: Altos hornos, arsenal, astillero, fundición, obrajes y el proyecto del ferrocarril. Era la figura técnica central, solo subordinada al ministro de Guerra y Marina y al presidente.

A comienzos de 1857, Whytehead firmó un segundo contrato que le garantizaba alojamiento oficial durante tres años. Pero él prefería una vida austera y no utilizaba todas las prerrogativas, salvo los caballos. Su desempeño fue sobresaliente; entre 1855 y 1860 botó cinco vapores de guerra y comercio, el ferrocarril comenzó a asentarse, Ybycuí producía hierro y piezas variadas, y el arsenal cubría pedidos de maquinaria y armamento con notable eficacia.

En marzo de 1860, cumplidos los plazos contractuales, decidió regresar a Inglaterra a descansar. Se despidió dejando tras de sí gran prestigio. Sin embargo, el Gobierno paraguayo deseaba que continuara y ese mismo año le propuso un nuevo contrato de cinco años más un salario de 1.200 libras anuales (unos 218.500 dólares actuales). Whytehead regresó a fines de 1860, retomando sus responsabilidades.

Entre 1860 y 1862 continuó con las obras modernizadoras. Fue intermediario frecuente en peticiones de empleo o favores de compatriotas, mediando ante las autoridades. Siempre se mostró como un benefactor, socorriendo a los ingleses necesitados, enviando remesas y prestando dinero.

En marzo de 1862, sufrió un duro golpe personal, la muerte repentina de su madre. Este hecho, junto con la muerte de don Carlos Antonio López en setiembre, marcó un cambio de época. La Presidencia de Francisco Solano López, asumida en octubre de 1862, redujo el trato directo con Whytehead. A partir de entonces, se entrevistaba principalmente con Venancio López, nuevo ministro de Guerra y Marina.

A fines de 1862, comenzó a manifestar síntomas de una enfermedad tropical crónica. Los doctores Barton, Skinner y Stewart le atendieron sin éxito. Sin reponerse, el 2 de enero de 1863, un incidente agravó su estado: Un peón llamado Ramón Pedrozo lo agredió a puñaladas junto con el contramaestre Grant. Aunque las heridas no fueron graves, la convalecencia fue difícil. Apenas recuperado, se trasladó a Buenos Aires, donde permaneció dos meses bajo tratamiento del Dr. Leeson. Las inyecciones de morfina le calmaron temporalmente el reumatismo cervical.

El 15 de abril de 1863 regresó a Asunción, con la ilusión de retomar su trabajo, pero su enfermedad persistió. Pasó casi todo el resto del año en su casa, sin hallar alivio. Con un pequeño respiro de salud a fines de 1863, volvió al arsenal y a la supervisión de obras.

A finales de 1864, su situación profesional comenzó a deteriorarse. La Guerra con la Triple Alianza desviaba recursos y provocaba un clima adverso. Se produjeron roces con el ministro de Guerra y Marina y un creciente desdén de algunos subordinados. Cuando en abril de 1865, el Gobierno creó la Orden del Mérito y publicó la nómina de condecorados, Whytehead fue omitido deliberadamente. Aquello le afectó profundamente.

En febrero de 1865, sufrió un nuevo accidente: Durante una inspección al vapor Vesubio cayó por una escotilla abierta y se lastimó la cadera. Este percance, sumado al reumatismo, la enfermedad crónica y la tensión moral, consumieron sus energías.

El 8 de julio de 1865, visitó al ministro Barrios y le comunicó su agotamiento y nerviosismo, solicitando unos días de descanso. El 11 de julio, presentó una carta al presidente pidiendo permiso para regresar a Inglaterra, alegando su salud quebrantada y las tensiones con los empleados del Arsenal.

La situación empeoró al día siguiente. El 12 de julio, Whytehead denunció que un grupo de operarios había llegado a insultarle cerca de su casa, acusándole de “conducta moral” intolerable. En su nota al ministro, pidió que se abriese una investigación sobre su persona y presentó su dimisión. Esa noche, un oficial enviado por Barrios acudió a calmarlo, prometiendo acciones inmediatas. Sin embargo, la promesa no apaciguó su crisis. En las primeras horas del 13 de julio de 1865, William Henry Keld Whytehead fue encontrado muerto, colgado de una viga de su dormitorio en la quinta que alquilaba. El Dr. Fox, quien llegó primero, comunicó la tragedia al ministro.

Su muerte se interpretó como resultado de un colapso nervioso absoluto. Aunque hubo versiones que afirmaban que ingirió nicotina o que se anticipó a un arresto que temía, la mayoría de los contemporáneos coincidieron en que fue un acto de desesperación por la enfermedad, el desgaste, el aislamiento y la humillación sufrida.

El Gobierno dispuso que se le rindieran honores fúnebres de primer orden. El 15 de julio de 1865 fue enterrado en el Cementerio Inglés de la Recoleta, acompañado por una comitiva de oficiales paraguayos y compatriotas británicos.

La guerra significó para Paraguay un desafío sin precedentes: Sostener una resistencia frente a fuerzas que superaban ampliamente sus recursos humanos y materiales. El mayor activo del Estado paraguayo, aparte del sacrificio de su población, fue la infraestructura industrial que Whytehead había concebido, planificado y puesto en funcionamiento durante la década anterior.

Que este sistema mantuviera su operatividad dependía en gran medida de la continuidad de su liderazgo técnico, porque Whytehead no solo diseñó el complejo Arsenal–Fundición–Astillero–Ferrocarril, sino que conocía cada engranaje, cada procedimiento y cada punto crítico de ese aparato logístico.

Ante todo, habría sido el garante de la coordinación y la eficiencia de la producción bélica, pues tenía la flexibilidad mental de un verdadero ingeniero de frontera: Sabía improvisar prensas de granadas, tornos para fusiles o moldes de obuses a partir de máquinas ideadas originalmente para usos pacíficos. La capacidad de transformar calderas de vapor en fundidoras improvisadas, convertir bombas hidráulicas en sistemas de enfriamiento o utilizar compresores para acelerar la producción de municiones habría sido esencial cuando la guerra redujo los canales de abastecimiento externo. Sus invenciones y soluciones pragmáticas habrían permitido sostener la producción en un escenario de creciente penuria material. Conocía las reservas de mineral de hierro de Ybycuí, los tiempos de fundición y la capacidad real de cada horno.

Más allá de lo técnico, Whytehead desempeñaba un papel moral y de disciplina que incidía en la logística. En tiempos de caos, su autoridad mantenía cohesionados a los técnicos ingleses y paraguayos. Tenía la experiencia y el carácter para organizar turnos, priorizar pedidos, prever el desgaste de máquinas y mantener abastecidos los talleres.

Los obreros y maquinistas, aunque a menudo temían su severidad, reconocían en él la única figura capaz de garantizar orden y previsibilidad. Con su muerte, se multiplicaron los roces internos, deserciones y la desmoralización de personal extranjero, que empezó a marcharse o a perder compromiso. Si hubiera seguido presente, su prestigio y ascendencia habrían contenido la dispersión, preservando un capital humano vital para la continuidad de los arsenales y astilleros.

Si Whytehead hubiera permanecido vivo y al mando, probablemente, no habría cambiado el desenlace final de la contienda, pero habría podido demorar el colapso y dar a Paraguay un margen adicional de resistencia técnica y logística, su contribución habría tenido varias dimensiones decisivas y haber prolongando la esperanza y, con ella, la posibilidad de una salida menos devastadora.

El Estado se quedó con la mayor parte de la biblioteca de Whytehead, que constaba de aproximadamente 1.000 volúmenes sobre arquitectura, mecánica e ingeniería civil y naval. Entre estos volúmenes se encontraban 19 libretas de anotaciones y diseños técnicos, que podrían contener las detalladas notas de Whytehead de sus entrevistas con Solano López durante una década. Estas anotaciones, cruciales para comprender el diseño histórico de los proyectos de López y sus dimensiones contemporáneas, parecen haberse perdido definitivamente.

En Asunción, una calle lleva el nombre de Ing. John Whytehead en su honor. Sin embargo, este nombre es incorrecto debido a una confusión del sabio Juan Pérez Acosta; también hay una Escuela Básica Nº 4689 Ing. Willian Whytehead, ubicada en el camino que une Altos con Atyrá.

Si bien existen otras fechas de nacimiento atribuidas a Whytehead (1810), me baso en el censo realizado en Inglaterra en 1841, donde se menciona a él y a una de sus hermanas. Además, se encontró su certificado de bautismo.

Fuentes: Los británicos en el Paraguay – Josefina Pla /

Family Search / El Semanario Nº 585

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William Henry Keld Whytehead.

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