Jorge Daniel Codas Thompson
Este enfoque cambió significativamente con el ascenso de Xi Jinping al poder en 2012. Luego de consolidar su poder mediante una campaña anticorrupción que envió a sus principales rivales dentro del Partido a prisión, Xi se abocó al desarrollo de una política exterior proactiva y con una visión de alcance global.
La visión de Xi respecto a un nuevo orden mundial se basaría en un futuro compartido para la humanidad mediante el consenso entre las naciones, que se materializaría mediante la implementación de tres programas chinos: la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), creado en 2013; la Iniciativa de Desarrollo Global (IDG), fundado en 2021, y la Iniciativa de Seguridad Global (ISG), iniciado en 2022. Cada programa enfatiza el multilateralismo, pero con China como líder mundial.
Este conjunto de iniciativas, más allá de su aparente perfil consensual, constituye un plan para destronar a los Estados Unidos como la potencia hegemónica global, atacando cada una de las fortalezas de Washington: pretende el uso del yuan, la moneda china, para reemplazar al dólar (a través de operaciones bilaterales de comercio y de préstamos para el desarrollo, que muchos países no pueden reembolsar más adelante); quebrar el sistema de alianzas de los Estados Unidos mediante la implementación de la Iniciativa de Seguridad Global y sus nociones chinas de seguridad común, imponiendo la visión china del multilateralismo, y que estaría basada los derechos humanos centrados en el Estado, en lugar de los actuales derechos humanos basados en la noción liberal del derecho internacional. En pocas palabras, un nuevo orden mundial con China como nueva potencia hegemónica.
La estrategia de China ha tenido resultados mixtos, y tiende a ser menospreciada en el mundo, sobre todo en Occidente. Los préstamos realizados por China para la Iniciativa de la Franja y la Ruta han dejado insolventes a varios gobiernos. Debido a que China impone condiciones de refinanciamiento muy difíciles de cumplir, los deudores se encuentran en situación de volver a acercarse a Estados Unidos. Adicionalmente, y contrario a su discurso sobre la centralidad del consenso en las relaciones internacionales, China ha tenido un comportamiento agresivo con numerosos países, sobre todo aquellos con los que mantiene un conflicto sobre la soberanía del Mar del Sur de China, como Filipinas, Malasia, Indonesia y Vietnam. El conflicto del Mar del Sur de China es uno de los llamados intereses centrales de China vinculados a su soberanía, donde el gigante asiático no admite diálogos. Los otros intereses centrales respecto a la soberanía son el objetivo de anexar Taiwán, la soberanía sobre el Tíbet y el conflicto con la etnia Uygur en la provincia de Xinjiang.
Los sondeos de opinión parecen confirmar la impopularidad de China a nivel mundial. En noviembre de 2023, una encuesta del Pew Research Center, realizada en 24 países de todos los continentes, encontró que solo el 28% de los encuestados contaban con una opinión favorable de Beijing, y solo el 23% señalaron que China contribuye a la paz global. En contraste, el 60% de los encuestados poseían una visión positiva de Estados Unidos y el 61% manifestaron que Washington contribuye a la paz y la estabilidad.
No obstante, sería peligroso menospreciar la estrategia de China. El Orden Mundial Liberal Basado en Reglas, que lidera Estados Unidos, ha perdido legitimidad en varias regiones del mundo, sobre todo en África y América Latina, y un número creciente de naciones de estas zonas geográficas observan con interés las propuestas chinas.
Las iniciativas –como la Franja y la Ruta– han ido acompañadas de un importante financiamiento, llegando actualmente a USD 575.000 millones. La Iniciativa de la Franja y la Ruta asegura al mismo tiempo contratos de construcción para compañías chinas con exceso de capacidad productiva. Al mismo tiempo, el programa permite el uso creciente de la moneda china para las transacciones con los países en la iniciativa, y se erige en una plataforma global para la promoción del modelo económico chino.
La Iniciativa Global de Desarrollo presenta un perfil más sinocéntrico que la Iniciativa de la Ruta y la Franja, y se caracteriza por dos diferencias con esta última. En primer lugar, los proyectos son a menor escala y promueven el desarrollo como precondición a los derechos humanos. Si bien exalta el pensamiento chino en relación con el desarrollo, el programa implica frecuentemente la asociación con organismos internacionales para la promoción e implementación de proyectos, tales como la seguridad alimentaria y la salud.
La Iniciativa de Seguridad Global ha tenido una significativa aceptación, con más de 100 naciones expresando interés. El Gobierno chino ha invitado de manera especial a los miembros de organizaciones internacionales, donde China ocupa un lugar prominente, tales como la Asociación del Sudeste Asiático (ASEAN) y los BRIC (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), de los que solamente India rechazó oficialmente la iniciativa. La Iniciativa de Seguridad Global plantea que la seguridad de ningún Estado puede darse a expensas de otro, un concepto que China y Rusia han utilizado para justificar la invasión rusa a Ucrania, con el argumento de que esta se dio para contener el avance de la OTAN. Pekín plantea argumentos similares con respecto a otros dos aliados estratégicos: Corea del Norte e Irán.
En buena medida, el éxito que China está experimentando con sus iniciativas internacionales se dan por el creciente descontento de numerosos países con relación al sistema internacional liberal, que tiene a Estados Unidos como potencia hegemónica.
El descontento incluye a los principales organismos internacionales. La imposición por parte de la Administración de Donald Trump de aranceles a China ha debilitado a la Organización Mundial del Comercio, restándole peso como escenario para la promoción del libre comercio e instancia de resolución de controversias comerciales.
La no participación de Estados Unidos en los acuerdos y foros sobre el clima le han permitido a China tomar un lugar central en dicho tema estratégico. países como Brasil e India han venido manifestando su descontento con la repartición del poder en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde las cinco principales potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial son las únicas con membresía permanente y derecho a veto. El énfasis de Washington en avanzar en su agenda de democratización y derechos humanos en sus propios aliados han causado resentimiento en estos últimos.
El análisis de las estrategias chinas con miras a lograr la hegemonía global hace necesaria una reflexión sobre cómo podría Estados Unidos contrarrestarlas. En primer lugar, el liderazgo norteamericano debería superar el pensamiento a corto plazo dado por las elecciones cada cuatro años, y necesitaría recuperar la capacidad de trabajar de forma mancomunada por los Partidos Demócrata y Republicano para elaborar e implementar políticas de Estado que confieran coherencia y solidez a su Gran Estrategia (el conjunto de medios diplomáticos, económicos y militares utilizados para lograr el interés nacional de un país). Esto conllevará decisiones complejas, de largo plazo y, en ocasiones, contra intuitivas para los líderes de Estados Unidos. El aceptar que el actual Orden Internacional Liberal Basado en Reglas no está respondiendo a las necesidades de un gran número de países, incluyendo muchos aliados, será difícil de asimilar. Sin embargo, esto no significa que Washington deba cambiar radicalmente el sistema o dejarlo de lado. Estados Unidos ya tuvo una positiva experiencia con la Política del Buen Vecino hacia América Latina en la década de 1930 y mediados de la década de 1940.
Una estrategia renovada implicaría un enfoque realista de las relaciones internacionales, sin pretender intervenir en los sistemas políticos de otros países.
Aceptar trabajar con sistemas no democráticos no implica una promoción de sistemas autocráticos, sino una estrategia que con-lleve la posibilidad de proveer bienes públicos al sistema internacional (entre ellos, la seguridad internacional, el apoyo a la salud pública global en eventos como las pandemias, y la lucha contra el cambio climático).
Finalmente, y con el objetivo de gestionar de la manera más óptima el ascenso de China, Estados Unidos debe ver al gigante asiático, en las dimensiones donde sea posible, como un interlocutor con el cual puede trabajar para resolver determinados problemas globales, y no como una amenaza existencial.
A más de garantizar un bienestar y estabilidad mayores a nivel internacional, ambos Estados podrán evitar la Trampa de Tucídides, que implica una guerra entre una potencia que va en ascenso hacia la hegemonía versus la potencia hegemónica en declive relativo. En un conflicto armado entre ambos, solo habrá perdedores.