El cierre definitivo de la cárcel de mujeres del Buen Pastor, después de más de un siglo, fue del agrado de muchos y causa de cierto tipo de alivio para otros. Durante un sorpresivo y mediático operativo nocturno, se dio el traslado masivo de las 569 internas que guardaban reclusión en el sitio, para el traslado al Complejo Penitenciario en la ciudad de Emboscada.
El Buen Pastor había sido destinado a albergar a la población femenina privada de libertad desde el año 1919. Había iniciado como una casa de acogida, hasta que se convirtió en una penitenciaría, y hoy apenas quedan los restos de lo que fue hasta hace muy poco tiempo: una cárcel donde imperaba el hacinamiento y la precariedad.
A los medios de comunicación se les permitió realizar un recorrido por el lugar que llegó a albergar a más de 600 mujeres, a pesar de tener capacidad para solo 200. Como se señalaba en un reporte publicado en ÚH, en varios sectores ni siquiera había celdas: las reclusas estaban confinadas en un solo espacio, “apiñadas”. En otros pabellones, había celdas para dos o tres personas, y en algunos casos solo una, debido a que, cuando llovía, las cloacas rebosaban. Quedó en evidencia que las mujeres vivían entre humedad, basura, cloacas, colchones apilados y suciedad. Incluso se detectaron zonas con riesgo de derrumbe que requerían una intervención urgente.
Según las autoridades, el nuevo centro penitenciario tiene capacidad para albergar a 1.237 personas, que estarán distribuidas en celdas para cuatro internas, con equipamientos necesarios para el aseo y el descanso de las mujeres; se prometió asimismo que el nuevo sistema eliminará el hacinamiento en el que sobreviven las internas debido a la superpoblación.
Pese a las mejoras que supondrá el nuevo centro de reclusión, familiares de las internas denunciaron un aislamiento extremo tras el traslado. Aseguraron que las mujeres permanecen incomunicadas y que, durante los primeros días de la mudanza, sufrieron privaciones de sus derechos. Hablan de un cuadro de triple encierro: físico, comunicacional y psicológico.
“Hay una constante, que es el impacto mediático. Es decir, estamos haciendo, pero con una improvisación a la hora de tener en cuenta los derechos y garantías”, se denunció.
Orlando Castillo, comisionado del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, cuestionó que no se hiciera una mudanza gradual, y que por eso “se les fue de las manos”. Subrayó que, en todas las mudanzas que se hicieron, Minga Guazú, en Martín Mendoza (Emboscada) y ahora en el Comple “hay una constante, que es el impacto mediático. Es decir, estamos haciendo, pero con una improvisación a la hora de tener en cuenta los derechos y garantías”.
Además del hacinamiento y de otras cuestiones de infraestructura, no se debe perder de vista la situación de nuestra Justicia, pues es una de las principales responsables de que las cárceles hayan sido por tanto tiempo apenas unos depósitos de seres humanos. Hablamos, por un lado, de la mora judicial que no resuelve los casos, y por el otro, lo que se denomina el abuso de la prisión preventiva.
Sin duda, puede que haya mejoras en cuanto a infraestructura, pero no cabe duda de que aún falta mucho para erradicar la corrupción y las prácticas corruptas tan normalizadas dentro del sistema. Cabe recordar que, en el Buen Pastor, de las 600 reclusas, unas 350 aproximadamente tienen condena, mientras que el resto permanece en calidad de procesadas.
Resulta inaceptable el abandono del estado a las personas privadas de libertad. Urgen cambios que les den a estas personas condiciones de vida digna y que se respeten sus derechos humanos.