26 may. 2024

Chiapas y su renglón paraguayo

Tras los procesos revolucionarios de los años sesenta y setenta en América Latina, quizá el que tuvo arranque en los primeros días de enero de 1994, hace ya tres décadas, en la empobrecida selva Lacandona, Estado mexicano de Chiapas fue el último y más ferviente paradigma de intentar una transformación del orden establecido a través de las armas.

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) emergía con fuerza para catalizar reivindicaciones frente a décadas de abandono del gobierno mexicano hacia indígenas y campesinos que se debatían con mínimos recursos para subsistir. El grupo armado ponía los tapones de punta ante el acuerdo para crear el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), propuesto por los Estados Unidos y al que Canadá también veía con buenos ojos.

Empezaba además a hacer su estreno en sociedad una figura rutilante: El último utópico que lideró grupos de guerrilla y se movió en la clandestinidad de las selvas, arengando a las masas y procurando revertir injusticias sociales, el subcomandante Marcos, antiguo profesor de Historia y dueño de una interpretación profunda sobre la realidad de pueblos marginados.

El pasamontañas que cubría su rostro, su infaltable pipa y las estrategias de lucha que recordaban al emblemático Che y otros soñadores de un mundo mejor, eran el sello que avisaba al gobierno mexicano y de otras latitudes latinoamericanas, que gran parte de la población estaba disconforme con las políticas neoliberales aplicadas en la región y que si las administraciones se alejaban cada vez más de las bases, habría reacción para enfrentar los ajustes ordenados desde Washington, incluso con el fuego de las armas.

Entretanto, en el Cono Sur los gobiernos se alejaban de los estándares que habían dominado hasta los ochenta casi todas las administraciones; se superaban en cierta forma los tormentos que habían impuesto las dictaduras totalitarias y el deseo común de los países de la región era transitar el camino democrático, para fortalecer incluso el bloque regional cuyo documento principal fue el Tratado de Asunción, de 1991, en que los líderes de Paraguay, Argentina, Brasil y Uruguay dejaron su firma para constituir el Mercosur.

La convulsión, no obstante, fue elemento intermitente en Latinoamérica: El tablero se reconfiguraba con un poder más intenso de Occidente, liderado por Estados Unidos, frente a lo que ya fue el colapso soviético y la retirada paulatina de los focos donde pudo tener presencia la mirada socialista, enfrentada a la hegemonía del capitalismo.

El best seller El fin de la historia y el último hombre, de Francis Fukuyama (1992), parecía ser la guinda de la torta en el enfrentamiento de ideologías; mientras que la idea (errónea, lo sabemos ahora) del triunfo de la democracia liberal aparecía como un principio axiomático y que se acabarían los dilemas tras casi medio siglo de Guerra Fría.

Contra esa idea también luchaba el subcomandante Marcos. Paraguay fue si bien mediante una acción traducida en una cobertura periodística, testigo de cómo se gestó y contra quiénes luchaban aquellos hombres armados en la selva de los antiguos mayas, cuyos descendientes seguían padeciendo el abandono estatal.

Siendo periodista aún, Anuncio Martí (quien luego fue procesado por secuestro y terminó huyendo del Paraguay) fue a Chiapas junto al reportero gráfico Jorge Sáenz, ambos del extinto diario Noticias. El primero tenía contactos que le prometieron una nota con el mismo Marcos. Tras semanas de intento y en el día en que estarían frente a frente, surgió un imprevisto y no pudo concretarse la entrevista presencial. No obstante, una serie de publicaciones suyas de aquellos años acercaba a los lectores paraguayos la odisea experimentada por esa guerrilla y sus miles de seguidores, en lo que se plasma como la última utopía desde una selva latinoamericana, fusil en mano y con el sueño de transformar la realidad.

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