Fue un experimento extraño. Una movilización de protesta convocada por la Generación Z, sin caras ni nombres a quienes atribuir el liderazgo. Solo tenían en común la franja etaria –los centennials son los nacidos entre 1997 y 2012– y formar parte de la primera generación nativa digital. La que no conoció el mundo anterior al internet, las redes sociales y los dispositivos móviles.
Su dominio tecnológico moldeó nuevas tendencias de consumo y de información. Los tradicionales diarios impresos vieron cómo su poder era desafiado por influencers en plataformas como TikTok, Instagram y YouTube. Mucho más informados que sus padres o abuelos sobre lo que ocurre en el mundo, asumieron actitudes comprometidas en contra de la corrupción, la falta de transparencia política y el daño ambiental.
Se ha escrito mucho sobre el activismo desde el teclado, ese que no se traslada a las calles, que es cómodo y anónimo y que termina siendo inofensivo. Hasta que ocurrió lo de Nepal. Los centennials de ese país dejaron sus computadoras y arrasaron con el gobierno en menos de una semana.
Nepal queda en Asia, en el Himalaya. Casi nadie conoce su realidad política. Pero si lo lograron allá, quizás pudiera replicarse aquí. Fue por eso que la Generación Z paraguaya llamó a manifestarse. Hay un obvio malestar colectivo contra un gobierno arrogante, corrupto e improductivo. Como en Nepal. Más allá de las enormes diferencias contextuales entre lo que sucedió allá y lo que pasa aquí, la comparación invitaba a incorporar los rasgos transnacionales que definen a la Generación Z a nivel global. Me refiero a la capacidad de utilizar las redes para convocar protestas sociales y políticas, a la frustración ante problemas sistémicos, como la corrupción, el nepotismo, la falta de oportunidades económicas y el ninguneo gubernamental.
Como una convocatoria de este tipo nunca había ocurrido, ni los organizadores ni la Policía podían adivinar su éxito o fracaso. Podría haber cien personas o diez mil. En Nepal subestimaron su fuerza y así les fue. Por eso, la seguridad paraguaya decidió prepararse para la opción de que miles de personas coparan las calles del centro.
Finalmente, no hubo mucha gente. Hubo diez veces más policías que manifestantes. Pero eso lo supimos con el diario del lunes, como se decía antes. Luego, hubo quienes dijeron que la escasa convocatoria era previsible por ser un domingo, seguido de un feriado y precedido por un megaconcierto; que los más maduros no se sintieron invitados; que las consignas eran demasiado dispersas; que los fake news de los trolls hicieron efecto y que no fue inteligente despreciar la participación de los partidos de la oposición.
Lo cierto es que el gobierno podría haber sacado provecho de la escasa concurrencia, pero se convirtió en el principal protagonista de su inesperada repercusión. El show fue armado por la desmesura de la propia Policía, con linces que parecían enloquecidos contra manifestantes pacíficos.
La razzia que se hizo a la noche, justificada por la Policía por un supuesto “vandalismo” de los manifestantes, se debilitó cuando la Fiscalía no encontró sustento suficiente para sostener las imputaciones contra la treintena de detenidos. Jefes policiales mintiendo y sin aportar evidencias que respalden sus afirmaciones desgastan a la institución. Deberían aprender del fútbol: hoy existe el VAR.
En su defensa, el gobierno expuso conversaciones extraídas de las redes sociales de los chicos que organizaron la protesta. Reconocían ser pyragues en la red. Este hecho, que genera serias controversias constitucionales, se agrava al saber que también solicitaron a las operadoras telefónicas información de metadatos y contenido de los chats.
Si hubieran reaccionado con calma, no hubiera pasado nada. La Policía estaría vanagloriándose de su triunfo ante una movilización poco concurrida. La represión innecesaria puso el foco noticioso en la violencia estatal y sirvió para legitimar la causa. En resumen, la manifestación terminó siendo una derrota de imagen para el gobierno debido a la represión desproporcionada e injustificada, y un triunfo de visibilidad para los manifestantes.