14 may. 2024

Augusto Casola, el legado de un escritor

Lector impenitente, escritor infatigable, autor de más de 15 obras de ficción, ensayos y de crítica literaria, Augusto Casola (recientemente fallecido) fue un intelectual que examinó la sociedad y la cultura de su tiempo con rigor.

El escritor en la oficina del Correo Semanal de ÚH, en 2014.

El escritor en la oficina del Correo Semanal de ÚH, en 2014.

Antonio V. Pecci
Escritor y periodista

Augusto César Casola (Asunción, 1944-Asunción, 2020) será recordado largamente por varios motivos, ya por su personalidad vital y enérgica; ya por su obra poética y de ficción; ya por su gestión al frente de organizaciones culturales o su labor docente.

Esa variedad de facetas que cultivó a nivel cultural, lo convierten en una figura inusual en nuestro panorama artístico-cultural, dado que por lo general los hacedores o creadores se enfocan a modelar lo suyo. Si bien hay quienes cubren algunos aspectos de gestión cultural lo hacen por un tiempo, dado el desgaste que significa y que, muchas veces, está rodeado de ingratitud.

Casola afrontó todo tipo de obstáculos y carencias para animar durante décadas la llama del encuentro, la conversación, el debate, que se centró en un grupo de amigos, pero que sirvió para alimentar por ejemplo la existencia del PEN Club desde mediados de los años ’70 hasta bien entrada la década del 2010, junto a José-Luís Appleyard, Miguel Ángel Caballero Figún, William Baecker, entre muchos otros.

Fue un protagonista del debate intelectual, un observador atento de la realidad social, educativa y política, que vertió en numerosos artículos y en debates con gente joven.

En esta ocasión queremos compartir algunas de las reflexiones que nos hacía llegar al Correo Semanal de Última Hora, desde donde periódicamente inquiríamos su pensamiento sobre determinado tema de interés. Y fueron numerosas las ocasiones en que contactamos con él por su enfoque serio, de base analítica y mirada amplia. Además, porque tenía una virtud que en el periodismo se aprecia mucho: Respondía regularmente los mensajes o cuestionarios que le hacíamos llegar. Lo que no sucede en todos los casos. Esas declaraciones, vertidas en otros medios también, nos dan una medida de su sólida formación e integridad intelectual.

UNA BIBLIOTECA FAMILIAR EXTENSA

Se preciaba de ser un buen lector gracias a sus padres que tenían una buena biblioteca y a sus profesores de colegio, quienes le daban libros para leer y comentar. Sus padres le incitaron a leer desde niño, ya que contaban con una biblioteca que se remontaba a su bisabuelo. “Aún ahora, con problemas de la vista que me dificultan y cansan no pasa una jornada en que duerma, sin al menos repasar media página de cualquiera de los 3 o 4 libros que me esperan sobre la mesita de noche”, relató. Contaba que leía en su oficina, estando de viaje, en la sala y en la “bañoteca”.

No conoció personalmente a Roa Bastos, incluso durante un tiempo, desconfiaba del renombre que tenía, hasta que se dio de bruces con una obra que fue desafiante para él. “Entonces apareció Yo El Supremo, cuya lectura, pese a la fascinación que causó en mí, no resultaba nada fácil. Ambas cosas me obligaron a convertirla, por más de un año, en mi libro de cabecera. Fue así como descubrí, gracias a ella, por la profundidad y el alcance humano contenidos en la dimensión del personaje, las cualidades del autor. Allí estaban juntos el alpinista y la cumbre, en ese momento único, porque la vida es tiempo apenas suficiente para crear una obra maestra, si acaso se alcanza esa gloria”. No le gustaba Borges, prefería a Sabato, Clarice Lispector, Jorge Amado y García Márquez.

LO COTIDIANO DEL ESCRITOR

En cuanto a cómo viven los escritores, comentaba dos hechos posibles que impedían que el autor de obras pudiese aspirar a vivir de ellas.

“En general tenemos dos tipos de amigos: El que lo felicita a uno por la obra publicada y como prueba de su admiración y respeto le dice: ‘Quiero que me regales tu último libro con una dedicatoria’, y el que cuando al invitar a su cumpleaños el escritor le propone: ‘te voy a regalar mi último libro, con una dedicatoria’, recibe de respuesta: ‘Mmm… vos sabes que no leo luego, ¿por qué no traes un vinito nomás?’”

LA ANTOLOGÍA DE CABALLERO FIGÚN

Me tocó invitarlo a realizar la selección de poemas de los diversos libros de Miguel Ángel Caballero Figún, para una antología, cuya edición estuvo a mi cargo y que fue publicada por Criterio Ediciones en 2012. Un ingente trabajo que lo tomó con entrega y dedicación por varios meses y para lo cual nos reunimos en varias oportunidades en su antigua y hermosa casa de la calle República de Colombia casi México o en el mítico bar San Roque.

En su prólogo describió la poética de su gran amigo ausente y lo que significa el abordaje. Una labor “que implica una interpretación subjetiva y crítica del total de la obra desarrollada donde, en mi opinión, se torna inequívoca la argamasa, mezcla de amor y martirio, alientos de mujer e inmensa locura, cuyos ingredientes se perciben en estos versos que dicen: Dime, mujer, desde la noche oscura/ de tus ojos de estrellas olvidadas/ el misterio que irradia en su penumbra/ tu mirada de luna traspasada”.

EL LEGADO DE UN ESCRITOR

Apuntaba que “la literatura trasciende a sus autores y su decantación es un derecho de la posteridad. El don maravilloso de la vida nos permite, dentro de sus límites, la posibilidad de desarrollar algún sueño que, como mensaje de una botella, arrojamos al mar del tiempo”.

“Con los años aprendí y acepto, que la única eternidad de que disponemos es la perpetuación de la obra producida, esa sombra de nosotros, ese extraño universo que conserva fresco las pasiones de amor y desengaño, la desesperación y su consuelo, nuestra vida, en fin”, señalaba.

Este año se extrañará su voz y su palabra en la Feria Virtual del Libro, en las ferias presenciales de los años siguientes, su inconfundible figura, su modo de ser dicharachero, jovial, su comentario irónico y su manera rotunda de afirmar sus convicciones.

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