15 nov. 2025

Agustín Barúa: “La primera escuela de sumisión que tenemos es el transporte público”

La inversión pública en salud mental, y la medida en que afectan a la salud mental la violencia, el sicariato, el caos en el tránsito y el éxito de la albirroja, son algunos de los temas que aborda en esta entrevista Agustín Barúa Caffarena, médico, psiquiatra, investigador y escritor.

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“La salud mental tiene que ver con los derechos, nosotros hacemos una secuencia que es: no hay salud mental sin salud, no hay salud sin derechos”.

Foto: Renata Carballo

Agustín Barúa Caffarena, médico, psiquiatra e investigador habla en esta entrevista sobre la inversión pública en salud mental, reivindica el trabajo comunitario, con la estrategia de la atención primaria, y considera que el espacio público tiene un sentido en salud mental fundamental. Para el profesional, hay una desesperación de la alegría: “La gente necesita creer en algo, ser parte de algo, celebrar algo”; y ve al técnico de la selección paraguaya de fútbol como un fenómeno, en clave de salud mental, en salud mental colectiva deportiva.

-¿Cómo evalúa la importancia de la salud mental a partir de la inversión pública?
-Como los sanitaristas siempre dicen: ‘Decime cómo está el presupuesto y te voy a decir qué es lo prioritario en salud’. Creo que fuertemente todavía la principal inversión está centrada en el hospital psiquiátrico. Y el hospital psiquiátrico como modelo institucional tiene severos problemas, porque se aleja de la cotidianidad, del día a día, de la construcción de derechos; se centra más en el encierro, en los abordajes medicamentosos y en la mirada profesional por encima de la mirada comunitaria.
La atención primaria justamente discute eso, porque pone en valor todo lo otro, los derechos, la cultura, el trabajo, la vecindad, los saberes no profesionales.
El presupuesto entonces todavía sigue muy centrado en eso, Y eso implica un presupuesto manicomializado, centrado más en el encierro, más que en los cuidados.

-¿Cómo está el país en cuanto a salud mental?
-Siempre soy temeroso de hablar de Paraguay, porque como soy tan asunceno, y los asuncenos a veces son muy jejapós, y creemos que Paraguay es Asunción nomás. Entonces, te voy a dar una respuesta de Asunción, pues no tengo una mirada nacional exhaustiva para hacer esto.
Creo que tenemos enormes problemas de desconfianza social, enormes problemas de miedo y prejuicio, unaq crónica falta de derechos, estigmatización territorial fuerte sobre algunos territorios como los territorios bañadenses, los territorios populares, que son zonas rojas.
Tenemos una crisis de la representatividad política enorme, las intendencias no responden, los gobiernos municipales no responden a las necesidades colectivas, y eso habla mucho de que la salud mental es eminentemente política. La salud mental tiene que ver con los derechos, nosotros hacemos una secuencia que es: no hay salud mental sin salud, no hay salud sin derechos. Entonces, es imposible que exista una buena salud mental acá, aunque pongamos un siquiatra cada dos cuadras, no funciona así.

-¿Cómo incide en la salud mental la actual forma de vida?, el encierro y la inseguridad.
-Uno de los problemas analíticos que tenemos es que comenzamos a discutir desde la inseguridad y no antes. Para mí la inseguridad es consecuencia, no causa. Entonces, ¿qué causa la inseguridad?
Yo lo asocio claramente con la desigualdad, con la falta de derechos, con las impunidades, entonces todo ese tipo de cosas está como recubierto por la noticia roja del delincuente esposado, un 95% pobre, es clasista el concepto. Entonces, decir inseguridad y encierro, para mí es uno de los grandes problemas también de salud mental asunceno.
Porque yo puedo tener niveles de consumo, de confort, pero me quedo preso en mi comodidad, me encierro con mis miedos, me encierro con mis preocupaciones, no tengo interlocución, no tengo confianza, no me abro, no sé confidenciar. Y el otro pasa a ser un enemigo a priori; entonces, se construyen lógicas de enemistad social. Y eso emerge por todas partes, donde tenemos que estar juntos un tiempo largo ya emerge.
El tránsito, las instituciones, la cancha, o sea, todo el tiempo que tenemos que tramitar la diferencia, no tenemos herramientas para tramitar la conflictividad y escalamos, nos peleamos propensamente, a eso después le echas drogas y se complica más.
El encierro es parte del problema. Por ejemplo, cómo habitamos el espacio público: vamos, trotamos y desaparecemos. Para nosotros el espacio público tiene un sentido en salud mental fundamental, es el lugar para conocernos entre personas diferentes, porque mientras más homogéneo y más estrecho es nuestro mundo tenemos menos salud mental colectiva.

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Agustín Barúa Caffarena, médico, psiquiatra e investigador.

Foto: Rodrigo Villamayor

-¿Cómo nos afecta eso que nos pasa todos los días en el caos del tráfico, el transporte público?
-Me acuerdo de que hace años Jorge Lara Castro decía que la primera escuela de sumisión que tenemos es el transporte público urbano, porque uno aprende a aceptar ser maltratado de diferentes formas. Desde la privatización porque no es público, desde la precariedad de las frecuencias, el estado de los buses, los horarios, todo el combo que conocemos.
Eso es muy terrible, y también son terribles ese y otros temas que generan sumisión, que ya naturalizamos. Siempre hablo de que en Paraguay el componente más grande de la salud mental como perspectiva, es la salud mental sobreviviente.

-¿Qué significa eso?
-Y es que a la gente, cuando vos le preguntás, ‘estás con miedo, o estás triste, o ‘cómo estás’, te dice, “Yo no soy cuña’í, no soy maricón”. Se arma una barrera. Eso no es antojadizo, no es solamente machismo, que sí lo es en parte, pero este país es un deporte de supervivencia. La gente genera una coraza psíquica para poder llevar el día a día, y lo veíamos en el transporte público, lo vemos en el tránsito, lo vemos en las instituciones.
Para mí, por ejemplo, hay dos recursos compensatorios psíquicos para sobrevivir mentalmente en Paraguay y en las instituciones, que son el grupismo y los chismes. ¿Por qué son mecanismos compensatorios? Porque de alguna manera te genera un espacio de seguridad psíquica que la institución no te ofrece, la institución no te ofrece capacidad de conversación en la diferencia; entonces, la gente genera conversaciones diagonales.
Hablo de vos, pero no con vos; o si no, hablo en confianza con mi pequeño grupo, pero no puedo hablarlo abiertamente, entonces, todas esas son compensaciones que la gente hace para sobrevivir en ese tipo de espacio.
Otro ejemplo, porque para mí es gravísimo. Solemos pensar sobre la salud mental infanto-juvenil o infanto-adolescente, y nos preocupan, los jóvenes nos preocupan. Pero en el fondo, yo siento que en gran medida debajo de eso está que no queremos pensar la salud mental adulta; nos gusta mucho tutelar a los otros; pero el cuidar, a diferencia de la custodia, implica que yo me pueda ver a mí mismo, y en general los adultos no queremos reflexionar sobre nosotros. ‘Los jóvenes son generación de cristal, no saben lo que quieren, pierden los valores’, siempre estamos descalificando, pero nosotros nunca entramos en la foto.

-¿Cómo afecta la violencia, los casos de sicariato, por ejemplo?
-Creo que es costumbre y no es costumbre también, porque es intramitable. El terror es intramitable. Puede ser cubrible, pero siempre está debajo de la tela negra. Quienes somos profesionales de salud mental en Asunción y esta vez me animo a decir en Paraguay, necesitamos trabajar nuestra valentía. Porque salud mental es el arte de meter las cosas bajo la alfombra. Bajo la alfombra están todos los temas salud mental. Tristeza, miedo, angustia, suicidio, droga, violencia, etcétera. Todos son temas muy difíciles de compartir, porque primero que nos afectan a todos, segundo que implican modificaciones estructurales muy fuertes, una sociedad superdesigual y privilegiada.
Recuerdo siempre esta anécdota, fui a visitar el Hospital Regional de Pedro Juan Caballero hace años, calculo un poquito antes de la pandemia, y converso con una psicóloga y una psiquiatra, y les pregunto en un momento: ‘¿Y ustedes cómo trabajan el tema del narcotráfico y la salud mental colectiva pedrojuanina acá?, respuesta: ‘Cri, cri, cri, cri’. Y después una me dijo, “Y sugerimos dieta diaria y ejercicios livianos.” Salud mental en Paraguay. Esa es una foto.

-¿Alguna reflexión sobre las expectativas de la sociedad, redes sociales, la cultura de la cancelación?
-Mirá, por un lado, para amplios sectores juveniles empobrecidos de Paraguay la opción es migrar o matarte. De hecho, hay entidades que ya están muertas, ¿no? Sicarios, chespi, motochorros, están más muertos que vivos. Entonces, ese discurso del día de la juventud, esperanza de la patria y todo eso, no funciona, está vaciado.
Entonces, ¿cómo es que no podemos asumir como adultos que los estamos empujando hacia la virtualidad, porque estamos masacrando esa realidad. Las redes sociales son ya parte de la complejidad humana en este momento, y creo que hay una relación entre realidad no virtual y virtual, porque la virtualidad también es una realidad.
Por otra parte, la crueldad no nace con las redes sociales, se potencia, creo que somos una sociedad super cruel en ese sentido, cuando se trata de una serie de identidades como los pueblos originarios, el territorio bañadense, el campesinado, la deshumanización es brutal, pero ¿que podemos pedir? cuando tenemos –insisto- una sociedad que es así, masacrante.
A mí me gusta mucho un concepto de un camerunés Achille Membé, un filósofo que habla de la necropolítica, y dice que es la política que define quiénes tienen que morir.
Este país tiene definido quiénes tienen que morir, sectores campesino empobrecidos, sectores indígenas, pobres jóvenes urbanos. Porque, ¿qué política seria tenemos nosotros para los jóvenes pobres urbanos?

-Tampoco tenemos respuestas colectivas, y cuando hay reacciones individuales, son violentas.
-Quiero dar una mirada que intenta ser complementaria un poco de cómo se suele pensar eso. Yo creo que nosotros somos un pueblo extremadamente triste y extremadamente no consciente, por ende no pedimos ayuda.
‘Vamos si que a chupar’, esa es la fórmula más salud mental que tenemos, porque alguien se dio cuenta de que el otro está mal, entonces le ofrece un tratamiento alcohólico; para mí el principal psicofármaco que tenemos es el alcohol.
Entonces, esas tristezas operan, las tristezas suelen ser las melancolías, y suelen ser muy metamorfósicas, aparecen de diferentes maneras, fanatismo, celos, somatizaciones, conflictividades, argelería. Estamos muy desconectados emocionalmente, por eso de repente tenemos explosiones tan fuertes, como por ejemplo la albirroja, que es una desesperación de la alegría.

-Con el fútbol se liberan emociones decías.
-Hay una desesperación de la alegría. Yo quiero reírme. Quiero estar bien. No me saques la risa. Me sacás todo los derechos, ¿por qué me querés sacar la risa también? La gente necesita creer en algo, ser parte de algo, celebrar algo.
Yo recuerdo que hace un tiempo hubo una pelea entre la barra de Cerro, y lo que dijeron fue, ‘parece que en realidad lo que hay es el enfrentamiento entre bandas de narcotráfico’, pero nadie piensa en que para ese varón promedio, pobre, presionado por mil cosas, el fútbol es su única sonrisa; nosotros no pensamos en la dimensión alegre de este proceso.
Y por otro lado, yo creo que también hay fuertes compensaciones, somos una sociedad ultracompensada. Entonces, cuando puedo reírme y reírme de vos, me voy a reír de vos, porque tengo tanta tristeza que no sé cómo hacer. Entonces, no es que yo me río de vos porque me quiero burlar de vos; es solo para que baje el nivel, para que pueda respirar. Ese tipo de análisis yo creo que se hace muy poco.
También somos jueces morales, porque ese es otro tema también, por nuestra historicidad tan conflictiva y tan poco trabajada, tenemos eso de ‘yo soy bueno, vos sos mala’, constantemente juzgamos, desde una pretendida superioridad, y por eso también se nos dificulta mucho escucharnos.

-Siguiendo con el fútbol, el fenómeno albirroja es algo bueno que nos está pasando después de mucho tiempo.
- Para mí en Asunción, el nombre del carnaval asunceno es la albirroja.
La expresión carnavalesca, y el carnaval tiene sabiduría, potencia festiva, expresión de la rebeldía, celebración de la diferencia, tiene cuestiones muy valiosas y el carnaval es una tradición de los pueblos donde se sacan muchas cosas. La albirroja es lugar de expresión, sacar muchas cosas, y estábamos sin eso; imagínate todo lo que tenemos de opresión, desigualdad, precariedad, etcétera, y encima sin la albirroja.
Alfaro es interesante para mí como fenómeno de salud también, porque Alfaro para mí y esto es especulativo, yo no tengo ninguna conexión directa con él, pero todos somos alfarofrénicos, ¿verdad? hizo una serie de cuestiones que son fundamentales en clave de salud mental, en este caso salud mental colectiva deportiva.
Uno, escuchó. Dos, creyó en la gente. Tres, le ayudó a la gente a creer en ellos. Lo que se vimos en la Albirroja fue muy extrañísimo, que prácticamente el mismo grupo de jugadores que venía jugando horrorosamente por un montón de años, de repente jugaba como un relojito.
Fue muy significativo, y aparte del golpe de esperanza, me dice: “Mira cómo los paraguayos cuando estamos con salud mental producimos, cómo cuidamos, cómo generamos, cómo somos, ¿no?” También me resulta impactante que en clave de salud mental trajo una luz de esperanza para la paraguayidad, si cabe el término. Para nuestra identidad colectiva, diciendo, “Hay algo que no estamos pillando, pero si pilláramos como pilló Alfaro, esto sería otra cosa”.

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“La atención primaria justamente discute eso porque pone en valor todo lo otro, los derechos, la cultura, el trabajo, la vecindad, los saberes no profesionales”, afirma el psiquiatra.

Foto: Rodrigo Villamayor

-En salud pública a veces no tenemos insumos, medicamentos, lo básico, y aspirar a un enfoque de salud mental que mejore nuestra vida, ¿es casi imposible?
-Imagínense que hace poquito se le sacó a un médico que era director de medicina pediátrica del Hospital Nacional, esa es otra foto de nuestro sistema de salud público. Decir lo que pensás, problematizar lo que pensás, comprometerte con tu tarea, se castiga. Es muy fuerte, somos una sociedad fuertemente antisalud mental.
A veces uno tiene que no mirar el paseo central de la avenida Eusebio Ayala donde están los indígenas, no pensar eso, porque si no, se cae todo. Entonces, no veo, no siento, no pienso y eso tiene un costo de salud mental en la persona a la que no le ves, pero también en uno mismo. Porque cuando yo no veo afuera, tampoco veo adentro. Hay una interrelación entre el mundo externo e interno que está superimbricado.

-¿Qué sucede si decido ver?
-Yo creo que en nuestro caso esta gente de la generación Z, ve, la gente del Ycua Bolaños ve, las feministas ven, el movimiento estudiantil Una no te calles vio, el movimiento estudiantil secundario cuando se alzo en 2015-2016 vieron. O sea, vemos y aparece esa visión colectiva transformadora.
Siempre pienso que si me dan a escoger cuál es el signo emocional más fuerte de la sociedad humana, yo diría terror. Y Asunción a una ciudad de terror. ¿Por qué es terror nuestro género? Porque metemos muchísimo miedo. Desde que podés meter el pie en una tapa y se te fractura el tobillo en una vereda, hasta el colectivo que tiene un chofer mal pagado y mal dormido que te va a atropellar, la saga que ya conocemos. El terror educa. La pedagogía del terror es cállate, no te metas, decí que sí cuando pensás que no, no publiques tu opinión, no te enojes, chupa nomás, o tomá clonazepán. Imagínate los problemas que tenemos salud mental.

-Y eso lo viene de la dictadura o de antes de eso.
-Yo creo que tenemos una especie de trayectoria de terrores históricamente como nación, como colectivo, desde la conquista de los españoles, el ‘encuentro de los mundos’, después y yo siempre tomo como el principal hito la guerra contra la Triple Alianza porque fue algo que tenía que ver mucho con lo que se comenzaba a probar como identidad paraguaya. Después ese duelo quedó pegado a la identidad paraguaya. Y se va acumulando como capa de cebolla, otros duelos; tenés la guerra del Chaco, tenés el 47, tenés la dictadura stronista, tenés la crónica falta de derechos. Es brutal. El terror hace que uno sea un sobreviviente.

-¿Alguna reflexión final?
-Trabajando en los bañados de Asunción me di cuenta lo pomposo, lo aburrido y lo ridiculizante que es porque hablaba solo castellano, porque hablaba mucho. Entonces, alguna vez comenzamos a discutir participación comunitaria, en el campo sanitario, y construimos un concepto que se llama erótica social.
La erótica social es la puesta en valor de las prácticas de la alegría de la gente. Porque veíamos que la gente en los Bañados se iban al piki, a la bodega, al bailongo, sin que nadie le tenga que pedir. Nosotros le rogamos para hacer nuestras actividades de salud, del Ministerio de Salud y nadie iba al taller, charla educativa, asamblea. Y pensamos que la participación se basaba en explorar cuatro ámbitos: arte, fiesta, humor y juego de la gente humilde.
La erótica social es la puesta en valor de las prácticas de la alegría de la gente para generar participación. El filósofo Spinoza decía que el poder son instituciones que buscan entristecerte para dominarte, y acá hay una fábrica de tristeza: tristeza miedo, tristeza enojo, tristeza soledad, tristeza sin derechos.
Para nosotros la participación tiene que tener ese caudal de alegría para poder dialogar con la gente. La gente no quiere participar, es pasiva, pero ponele en una fiesta y vas a ver. Entonces, buscar un dialogo entre lo político y la erótica. La erótica no es el porno o el sexo, sino es el sentido mitológico original, de que el Eros es la vida, la vitalidad de la vida, la vida con alegría y libertad colectiva.

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