Vivimos tiempos agitados, augurales y de crisis. Es el mejor escenario para construir un país agotado por la mediocridad de su dirigencia, asfixiado por la corrupción y carente de esperanzas de futuro.
Los jóvenes han tomado la palabra de su destino que, finalmente, es el nuestro y es tiempo de recobrar el diálogo y la construcción de algo nuevo que permita construir una vocación de país que hemos abandonado.
Saber que el Paraguay es nuestro compromiso colectivo es una reiteración necesaria. En el siglo del conocimiento estamos aplazados y los jóvenes gritan su descontento, porque saben muy bien que si todo sigue igual, serán parte de la primera generación de paraguayos desde el inicio de la República que no superarán a sus padres.
No quieren ser parte de ese fracaso y gritan su descontento contra la educación primaria y secundaria que tenemos y que no sirve para estudiar en nuestras universidades.
La ministra de educación pidió que el prófugo rector de la UNA renuncie para recobrar la paz sin inmutarse en realizar una autocrítica luego de afirmar que el 93% de sus alumnos ¡no aprenden nada!
Ella cree tontamente que se salvará de este incendio prometiendo a los manifestantes de la sentata que harán una mejor educación con el mismo presupuesto (sic), eso implica que hacían una muy mala con la misma plata.
Basta de cinismo y que se asuman las responsabilidades, de lo contrario no solo quemaremos las instituciones, sino el país completo.
Esta crisis tiene que ser una oportunidad para pensar en el Paraguay como una tarea de todos. Recuperando la educación como llave hacia el futuro y como espejo donde la Nación debe encontrar su rumbo.
Es comprometerse desde el Gobierno a tener una percepción más seria de lo que nos debemos.
El problema no es cromático como lo cree tontamente el secretario de la Juventud, el nudo gordiano que hay que cortar es más grande y complejo del que creemos.
Reducir el problema de miles de jóvenes huérfanos de educación, de compromiso, de responsabilidad y de futuro a una cuestión personal y de partido es de una necedad terrible que solo impide construir la vocación de país que alguna vez tuvimos.
La orfandad viene de la familia escasamente promovida y valorada por todos, de esta sociedad que premia y admira modelos decadentes y que por sobre todo carece de referentes en los que estimular su crecimiento.
Nuestro problema es social, económico y político. Vivimos tiempos de excelencia y competitividad sostenidos en la cachafacería delincuencial de muchos. Y así no se puede.
Estamos dando palos de ciego y la posibilidad de rompernos la cabeza es grande. Es tiempo de madurez y de responsabilidad.
Tenemos que valorar el gesto de repudio a la mediocridad y corrupción de nuestros jóvenes. Pero no nos merecemos lo mismo, con el mismo presupuesto y aún peor, con la misma gente.
O cambiamos o perecemos. La vocación implica claridad, inteligencia y capacidad. El resto es solo anécdota y cinismo.