29 mar. 2024

Una era de merde

Por Arnaldo Alegre

Y en el séptimo día, Dios –regocijado en su obra y adormilado por la modorra de la tarde libre– se relajó e inventó las redes sociales. Cuando se dio cuenta, ya era tarde...

Parió sin querer millones de fraudulentos émulos suyos que reparten desde los albores de la era digital sabiduría descocada, arrogancia sin sustento y un indisimulado encono inconsecuente contra todo lo que respire, excepto ellos, porque, hay que decirlo, la autocrítica es un lujo en el cual se niegan a caer con el entusiasmo enfermo del converso.

En el mundo virtual no hay ideas, solo consignas: no hay proyectos, solo arrebatos. Que de tanto en tanto den buenos frutos, como las manifestaciones contra el tercer aguinaldo en la Cámara de Diputados, es de pura suerte.

Mentamos con ligereza a la pena de muerte y exigimos purgamientos bestiales a un Estado que apenas está aprendiendo a construir rutas, al mismo tiempo que nos untamos con dosis diabéticas de mensajes voluntaristas en que el hombre es la mayor creación del universo y que su grandeza solo depende de su menguada predisposición, y no de un contexto social, político y económico facilitador.

La intolerancia es tremenda. Nos llenamos con imágenes de amor al prójimo, de bucólicos mensajes de convivencia en el paraíso de lo políticamente correcto; pero ante la irrupción de cualquier minoría (en especial, la sexual, tema que sigue chirriando nuestras mentes cristianamente culposas) se impone la mayoría aplastante que al unísono grita: “Te queremos... pero bien lejos y si es posible empalado, porque te gusta luego, rarito”.

Y la religión es la madre de todas las batallas. Junto a su hija opa, la nacionalidad pueril. Puede que el bautismo propio haya sido el último acto religioso al que asistimos, pero si nos tocan a la Virgencita Azul nos ponemos la tricolor en bandolera y nos clavamos una escarapela en el pecho desnudo para, tras robar el caballo al mismísimo mariscal López, arremeter contra los infieles que osan mancillar nuestras fibras más íntimas. Podemos reírnos de lo que son y creen los demás y alquilamos el infierno para los infames, pero si somos víctimas de los dardos ajenos, exigimos el respeto que no nos atrevemos a dar.

Baudelaire afirmaba que se han negado al hombre dos derechos humanos fundamentales, el de contradecirse y el de mandar todo a la mierda (en francés suena mejor). El poeta fue reivindicado en parte por las redes, pues allí la merde es un destino muy requerido, con vulgar afán adolescente

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