18 abr. 2024

“Soy una trabajadora de la palabra”

Galardonada con el Premio Nacional de Literatura 2017, la poeta, periodista y gestora cultural Susy Delgado habló sobre la significancia del premio, su obra y la perseverancia de la palabra.

susy delgado libro

El libro premiado. Yvytu Yma lo publicó Arandurã. | Dardo Ramírez.

Eulo García | Poeta

Nacida en San Lorenzo en 1949, Susy Delgado se entregó desde muy joven a la pasión artística. Superando la adversidad económica, y habiéndose alimentado desde pequeña con el amor de sus abuelos y con el olor a tierra, empezó a escribir en la adolescencia, pero le tomó varios años asumirse como escritora. En ese recorrido se entregó a la danza y empezó a recorrer el mundo como el tiempo recorre la vida de las personas. El periodismo fue otra de sus pasiones. Durante años dirigió el suplemento cultural del diario La Nación, y supo llevar adelante aquella quijotada feroz que fue la revista literaria Takuapu.

Cultivadora aguerrida de la lengua guaraní como identidad insoslayable de nuestra paraguayidad, es desde hace años asesora de Lenguas y Literatura de la Secretaría Nacional de Cultura, y últimamente se anda dedicando con mayor energía a la poética labor de la traducción, la última de sus pasiones.

“Los premios más altos son que la gente me dé señales de que le ha llegado mi trabajo. Ese es mi mayor premio”, me dice mirándome por encima de sus lentes, cuando la felicito por la obtención del Premio Nacional de Literatura 2017, un acto que mucha gente consideró como de verdadera justicia, y que nos sirve de excusa perfecta para hablar de su obra, que es hablar de su vida, que es hablar de poesía.

–¿Cómo te tomó el anuncio del premio?

–Un par de amigos siempre me decían: "¡A vos lo que te tienen que dar el Premio Nacional!”. Yo siempre tuve clarísimo en mi cabeza que a mí no me iban a dar nunca, era un sentimiento porque, para empezar, la poesía se lee muy poco, y mi poesía es un tanto especial. Yo soy muy insegura, lo he sido siempre, desde chiquita, y suelo decir que a mí no me lee nadie, que tengo media docena de amigos que me leen. Y a medida que iba avanzando, y con la poesía que hago, menos creía –ahora ya creo un poco– que a alguien le llego.

–¿Lo creíste rápido o pensaste que te estaban jodiendo?

–Al principio no entendí si era una chanza, si era una joda. Insistí mucho en preguntar si era de verdad o era una broma, y resultó que era verdad.

–¿Qué sentiste?

–Me acordé mucho de mis abuelitos, de mi infancia campesina, porque de allí vengo. Todos venimos de nuestra infancia. Me acordé mucho de ellos, lloré un poco. Pensé en todo el camino andado, porque yo creo que nadie camina solo, todos caminamos con alguien, con mucha gente incluso. Hay mucha gente a la que yo le debo el haberme animado a pensarme a mí misma como escritora, para empezar. Yo empecé a borronear versitos y cuentitos en mi adolescencia; después, eso se me fue convirtiendo en una pasión muy fuerte. Tenía inquietudes artísticas variadas, desde muy chiquita tuve inquietud hacia la danza, y me dediqué a ella por muchos años; pero no me concebía a mí como escritora. Necesité del apoyo de mucha gente.

–¿Cuándo se dio ese paso, esa convicción hacia la literatura?

–Cuando ya llevaba toneladas de papeles escritos (ríe). Tengo que recordar a alguien que fue mi pareja, un español, Ángel Llorente, que vivió acá muchos años. Él me decía: “Pero mujer, es que le tienes que dar importancia a esto, es que tú tienes talento, ¡tienes que darle importancia!”.

La gente de mi generación era mucho más tímida. Nosotros necesitábamos el apoyo de los maestros, de los orientadores. Yo tuve esa suerte ya con mi primer librito, tuve el atrevimiento –no sé cómo, porque yo era tan tímida– de enviarle a Roa Bastos y a Bareiro Saguier, y los dos me contestaron estupendamente.

–Además de esa timidez de la que hablás, y que caracterizaba a tu generación, también había miedo, ¿no?

–Claro, era un ambiente no muy favorable a estas cosas. Un escritor era una persona medio rara, medio tekorei. “Qué lo que hace ese –decía la gente–, no hace nada, ndo rekóiete la ojapo va’erã”.

Y luego había otras cosas más pesadas. Cuando estaba en el Taller Ortiz Guerrero nosotros teníamos un compañero preso, teníamos pyragues en la esquina, controlándonos para ver qué hacíamos. Y hacíamos poemas. También nos plagueábamos, por supuesto, de lo que ocurría, y en nuestros poemas también lo hacíamos, pero no íbamos a hacer ninguna revolución con poemas.

–Después de toda esa inseguridad que decís, ahora viene este premio...

–Creo que hay que darle un significado que mucha gente quizá no le ha dado. Yo creo que está en nosotros mismos, en los escritores, darle un significado a ese premio. Tiene que representar realmente un camino hecho en la literatura, un esfuerzo entregado a ella, la cosecha de una vocación. Yo creo que nosotros mismos tenemos que darle contenido e importancia a este premio, porque ndajarekói la otro tuichavéa... Y hay que exigir que tenga seriedad. Ahora está la idea de cambiar la ley. Queremos promover que se vaya entregando alternativamente a las obras en castellano y a las obras en guaraní, un año uno y un año otro.

SALTOS Y TRANSFORMACIONES

–Son treinta años desde tu primer libro. ¿Cómo se fue transformando tu poética en este tiempo?

–El primer salto importante fue atreverme a escribir en guaraní, porque al principio no me atrevía. Fue también un crecimiento, en cuanto a conciencia, del valor de mi lengua materna. Eso me vino con los años, porque a pesar de venir de un hogar campesino, nuestra formación natural es muy alienada, en cuanto al valor de la lengua. Había un preconcepto que no favorecía al guaraní. Un día ocurrió un hecho fortuito que nunca olvidaré, fue una de mis primeras experiencias en agencias de publicidad: me pidieron un texto en guaraní para Los Compadres, un guioncito radial para ellos. Nunca me voy a olvidar. Fue un gran hallazgo para mí, porque yo nunca había escrito nada en guaraní, y me di cuenta que podía escribir en guaraní.

Después, Villagra Marsal se enteró de que yo tenía poemas en guaraní, y el segundo libro que salió ya fue Tesarái mboyve, que me lo publicó Alcándara. Me lo tradujeron entre Villagra Marsal y Jacobo Rauskin, con colaboración mía. Aquello fue muy importante para mí. Ese fue un gran salto para mí.

–Y con relación a tu último libro, Yvytu yma, ¿qué otros saltos hay?

–Hay varios, fue un proceso dentro de mi línea de trabajo. Desde un principio tuve varias líneas.

Por un lado, me ha llamado siempre el tema de la mujer, el tema social en general. Escribí mucha poesía amorosa, línea que no dejé hasta hoy. Tengo esas líneas desde el principio. Y en la forma, cada uno de esos cauces fue evolucionando. De unos años a esta parte, a mí me pareció dar un segundo salto en la reflexión lingüística, en el sentido de asumir que ya estamos en una especie de “Babel lingüística”, y que yo como escritora tengo que asumir eso. A mí, el oído me dice que no solo hablamos un jopara en el Paraguay.

Yo suelo decir, un poco en broma un poco en serio, que estamos mucho más lejos del jopara, y que estamos más bien en un guarara, porque a mí eso me dice el oído. Y eso me puede gustar o no gustar, ese es otro problema, pero como escritora lo tengo que asumir. Tengo que trabajar con eso, intentar por lo menos –no sé si lo lograré– hacer una estética con eso. Así como Emiliano R. Fernández, porque él hizo una estética con eso.

Yo lo tuve claro desde el principio: el guaraní debe dialogar con los que no hablan el guaraní. Tenemos que trazar el puente hacia los otros, incluso eso les va a estimular a aquellos que no lo hablan, a acercarse al idioma.

Tenemos que tener una actitud de apertura desde el guaraní, salir del cerco, salir del gueto, tenemos que tener una actitud de romper las barreras y dialogar no solo con el castellano, sino también con otras lenguas del mundo si se puede.

–Esa es la otra gran línea temática que trabajaste: la lengua.

–La lengua, sí. Hasta le dediqué un poemario: Ayvu membyre, que fue un asumirse, modestísimamente, como hija de aquel Ayvu rapyta, por eso tomé aquello de “ayvu” y “memby”, que quiere decir “hijo de aquella palabra”.

–¿Dónde se juntan, en tu obra, la lengua y el paso del tiempo?

–No sé cuándo ni cómo fue, o si vinieron juntos ya desde el principio y yo no me daba mucha cuenta. Yo soy muy instintiva en la creación de la poesía, no me propongo escribir ciertos temas. Yo escribo sobre los temas que me duelen, que me pican, en poesía al menos. Yo solo puedo escribir poesía sobre aquello que me conmueve, que me patea el alma.

–¿Creés que hay un contenido político en eso?

–Yo creo que sí tiene contenido político. Yo creo que sí tiene una mirada política, como todo lo que hacemos en la vida tiene su costado político. Es, tal vez, mi manera modestísima de hacer política. Es mi pequeña trinchera, tal vez. Muy modesta. Yo no voy a mover un ladrillo de esta sociedad, pero si al menos mi poesía le llega a alguien, le ayuda a reflexionar un poquito, está bien.

Soy reacia a los grupos, a las etiquetas, a los uniformes. Soy atea. No tengo partido. No tengo marido. Soy feminista sin proponérmelo, un día me di cuenta; yo simplemente me iba plagueando en la vida con los temas de la mujer, y después, comparando con lo que dicen otras mujeres, dije: “e’a, pero yo niko soy feminista también”.

–Hay también mucho movimiento en tu poesía...

–Una de mis preocupaciones siempre ha sido un concepto esencial que yo tengo de la poesía, y es que la poesía tiene un profundo parentesco con la música, o que tal vez es simplemente música. Siempre tuve ese concepto de que la poesía es la hermana carnal de la música.

–¿Tiene que ver también con tu pasión hacia la danza?

–Exacto, estaba pensando en eso. Yo a la danza la veo también como hermana carnal de la poesía, es otro lenguaje, totalmente diferente en apariencia, pero en su espíritu es hermana carnal.

LA PALABRA COMO SENTIDO

–¿Y a partir de este premio, cómo seguís?

–Y por de pronto, lo que siento es como un compromiso que se me agranda, se me agranda porque yo ya venía sintiendo un compromiso muy grande hacia mi país, hacia mi gente. Yo ya venía sintiendo la necesidad de dar algo a mi gente, por eso empecé a dar esos talleres en el interior, que para mí son muy gratificantes, y lo vi como una manera de tratar de dar algo a la gente del interior, que es la más huérfana de todas.

–Sos una laburadora del arte. ¿Te reconocés así?

–Sí. Me suelo definir así, que soy una trabajadora de la palabra. En estos momentos, por ejemplo, la traducción es una pasión muy fuerte en la que estoy tratando de trabajar en todo momento que pueda. Tengo proyectos de traducción, ganas de hacer antologías traducidas por mí.

–Hay que seguir a pesar de todo el contexto...

–El mundo entero se está cayendo a pedazos. Además, yo soy una persona que fácilmente cae en grandes depresiones. Muchas veces me planteé que no iba a escribir más. ¿Para qué sirve la poesía? ¿Para qué sirve esto? Me sirve a mí, para expresar lo que a mí me duele, lo que a mí me quebranta, lo que me angustia.

Pero, ¿qué carajo voy a hacer con esto? Nada. “La poesía no sirve para nada”, esa frase me ha rondado muchas, muchas veces. Y sin embargo, por ejemplo, en estos talleres que voy haciendo por el interior, voy y encuentro a un poeta que escribe en sus cuadernitos, que ni siquiera tiene computadora, que no ha tenido ni siquiera una formación ni medianamente aceptable. ¿Cuál ha sido su escuela?: la canción popular. Porque escribe con métrica y rima precisas, ¡y rimas internas! Encima, con manejo y dominio, ¡y te cuenta cosas! Entonces digo: ¿qué carajo es esto de la palabra que nos llama? Pero entonces tiene que tener algún sentido, me digo otra vez. Reivindico otra vez, rescato y revalorizo otra vez el valor de la palabra. No va a servir, tal vez, para hacer este mundo un poco más humano, pero tal vez sirva, por lo menos, para que nos miremos de una forma más honesta, para que nos miremos con mayor sinceridad, tal vez.

–Y que quizá nos sirva para sobrevivir. Cuando definitivamente todo se caiga a pedazos vamos a tener que hablar.

–Y nuestros papá guasu, los guaraníes, decían que somos palabra. Que sin la palabra no somos seres humanos. Hasta nuestros abuelitos decían, cuando alguien moría, “oho chugui iñe’ê”. Eso quería decir que murió al írsele la palabra. Nosotros somos herederos de ese concepto, y entonces tiene que tener algún sentido.

UNA CARTA Y UNA ANTOLOGÍA

“La carta que me mandó Roa aquella vez [cuando iba a presentar su primer poemario, Algún extraviado temblor, 1986], una tremenda carta de trece páginas, la voy a publicar ahora, después de muchos años, con la traducción que hice de sus poemas al guaraní. Este año me animé y este año saldrá, antes me habían propuesto hacerlo y no me había animado. Será una antología de sus poemas que los traduje al guaraní”.

Kuruguaty

Kuruguaty

oñembyasy

ojahe’o...

Kuruguaty

ipu asy

ñane kyti

ñande piro

ñande reity

ñande juka.

Kuruguaty

aña raity

teko vaieta ijaty hague

oñua tapicha mboriahu

oity ñuhãme

oñemboharái hekomíre

ikéra yvotýpe.

Jatevu

mbói chini

káva pochy

yryvu

mboriahu ro’óre okarúva

aña rymba

aña ruvicha.

Kuruguaty

oñembyasy

ojahe’o

osapukái

okorói rei pyhare pytépe.

Kuruguaty

huguy syry

omboykuepa

ñane retã

ndahuguypái

huguy

huguy

huguy syry...

Curuguaty

Curuguaty

se duele

y llora...

Curuguaty

suena doliente

nos hiere

nos despelleja

nos echa

nos mata.

Curuguaty

nido del diablo

de esa gente maligna

que abrazó al pobrerío

los empujó a la trampa

jugó con sus vidas

con sus sueños.

Garrapatas

víboras cascabel

avispas rabiosas

cuervos

que comen carne de pobres

animales del diablo

caciques del diablo.

Curuguaty

se duele

llora

grita

clama vanamente en medio de la noche.

Curuguaty

sangrando está

empapando

la patria

no acaba de sangrar

sangra

sangra

sangrando está...

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