03 sept. 2025

“La tortuga roja”, pura poesía animada de los estudios Ghibli

Con títulos esenciales del cine de animación contemporáneo como “Mi vecino Totoro” o “La princesa Mononoke”, los estudios Ghibli han salido por primera vez de su Japón natal para producir “La tortuga roja”, pura poesía en dibujos que ha asombrado en el Festival de San Sebastián.

la tortuga roja ghibli

“La tortuga roja” cuenta la historia de un hombre que llega a una isla abandonada y conoce a una tortuga que se convierte en mujer. | Foto: thr.com.

EFE

“Quería explorar el lado más poético posible de la gran naturaleza, de la vida”, explica el holandés Michael Dudok de Wit, el elegido por el estudio Ghibli para realizar esta producción europea en la que le dieron libertad artística absoluta.

Fue en 2006, recuerda el realizador, cuando recibió una carta del productor Toshio Suzuki, en la que le decían que les habían gustado mucho sus cortos, especialmente “Father & Daughter” (2000), y que querían colaborar con él.

El entusiasmo y el shock fue total, aunque no terminaba de fiarse de que la oferta fuera real. Creía que se lo habrían ofrecido a otros cien directores y cuando descubrió que no era así y que solo se lo habían pedido a él, salió a la calle, hablando solo y con ganas de contar a todo el que pasaba que los Ghibli le reclamaban.

Unos estudios míticos para el cine de animación, fundados en 1985 por Isao Takahata y el gran Hayao Miyazaki, responsable de joyas como “El viaje de Chihiro” (Óscar en 2002 a la mejor película animada) o “El castillo ambulante” (2004).

Miyazaki, que se retiró en 2013, era y es el espejo en el que se miran la mayor parte de los directores que se dedican a la animación.

Tras su estela surgieron nombres como los de Kunio Kato -Óscar al mejor cortometraje de animación en 2009 por “The House of Samll Cubes"-, Tomomi Mochizuki (“Ocean Waves”, 1993), Hiromasi Yonebayashi (“Karigurashi no Arrietty”, 2010) o Goro Miyazaki, hijo del maestro.

Pero el estilo poético de Miyazaki, que ha impregnado todos los proyectos de los estudios Ghibli, nunca había salido de Japón, hasta que sus ejecutivos descubrieron el trabajo de Dudok de Wit, que hasta ese momento solo había realizado cortometrajes.

Y para él era un gran desafío, por saltar al largometraje, pero sobre todo por presentar un proyecto que estuviera a la altura de la calidad que sabía que los Ghibli demandaban.

“Me dieron carta blanca artísticamente, así que empecé a preparar una historia que tenía que hacer en Europa, con equipo cien por cien europeo y sin poder usar animadores japoneses”, explica el holandés.

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Los productores le pusieron algunas condiciones. Que no fuera de más de 80 minutos de duración, que se hiciera bajo las leyes francesas -porque respetan más los derechos de autor- y que no se saliera ni del presupuesto que le dieran ni del tiempo fijado de rodaje.

La productora francesa Wild Bunch entró en el proyecto y se puso manos a la obra para poner en pie una película en la que tenía el control total, pero de la que los representantes de Ghibli estuvieron muy atentos para que el resultado final se adecuara a sus estándares de calidad.

Tanto cuidado puso Dudok al realizar el filme que, aunque tiene un estilo personal y diferente de las películas japonesas de Miyazaki, destila por todas partes la misma poesía a través de sus colores, de la música y el respeto absoluto por la naturaleza.

Características esenciales de la obra de Miyazaki que se han colado en el proyecto de Dudok, que cuenta la historia de un hombre que naufraga y llega a una isla abandonada, donde conoce a una tortuga que se convierte en mujer.

Inspirado en cuentos y leyendas antiguas y en la animación clásica de los Ghibli, “La tortuga roja” es un ejemplo más de cómo las fronteras entre ficción real y animada están cada vez más desdibujadas hasta fundirse simplemente en puro cine.

Tras ganar el premio especial de la sección “Una cierta mirada” del último Festival de Cannes, ahora se ha presentado en el de San Sebastián, donde se ha situado desde el primer minuto como uno de los favoritos del público junto a otra película animada, “Ma vie de Courgette”, del suizo Claude Barras.

Dos estilos de animación muy diferentes que confirman la buena salud de un género que hace mucho dejó de estar limitado al público infantil.

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