Cómo hemos de cuidar los medios a través de los cuales nos llega la formación, la sana doctrina. Es necesario velar día y noche, y no dejarse sorprender; vigilar para poder ser fieles a todas las exigencias de la vocación cristiana, para no dar cabida al error, que pronto lleva a la esterilidad y al alejamiento de Dios. Vigilancia sobre nuestro corazón, sin falsas excusas de edad o de experiencia, y sobre aquellas personas que Dios nos ha encomendado.
El papa Francisco a propósito del evangelio de hoy dijo: “La misión –de acuerdo a cada carisma particular– es la que nos recuerda que fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta. Es cierto, podrán existir ‘harinas’ mejores, pero el Señor nos invitó a leudar aquí y ahora, con los desafíos que se nos presentan. No desde la defensiva, no desde nuestros miedos, sino con las manos en el arado ayudando a hacer crecer el trigo tantas veces sembrado en medio de la cizaña.
Poner a Jesús en medio de su pueblo es tener un corazón contemplativo capaz de discernir cómo Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar.
[...] El mal en el mundo no proviene de Dios, sino de su enemigo, el Maligno. Es curioso: él va de noche a sembrar la cizaña, en la oscuridad, en la confusión… Donde no existe la luz, él va y siembra la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de manera que es imposible para nosotros hombres separarlos netamente; pero al final, Dios podrá hacerlo. Él se toma el tiempo.[...] A veces nosotros tenemos una gran prisa en juzgar, clasificar, poner de un lado a los buenos, y del otro a los malos… Pero acuérdense de la oración del hombre soberbio:
‘Te agradezco, Dios, porque yo soy bueno y no soy como ese otro que es malo’. Dios en cambio sabe esperar. Él mira en el campo de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero también ve los retoños del bien y espera con confianza que maduren.
Dios es paciente, sabe esperar. ¡Que hermoso es esto! Nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre, y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, ¡para perdonarnos! Nos perdona siempre si vamos hacia Él…
[...] Gracias a esta paciente espera de Dios la misma cizaña, o sea, el corazón malvado con tantos pecados, al final puede convertirse en semilla buena. Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal; no se puede hacer confusión entre bien y mal.
Frente a la cizaña presente en el mundo el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, a alimentar la esperanza con el apoyo de una inquebrantable confianza en la victoria final del bien, o sea, de Dios.
Al final, de hecho, el mal será arrancado y eliminado: al tiempo de la cosecha, o sea del juicio, los cosechadores seguirán la orden del propietario separando la cizaña para quemarla.
En aquel día de la cosecha final el juez será Jesús, Aquel que ha sembrado la semilla buena en el mundo y que se ha vuelto Él mismo ‘semilla’, ha muerto y resucitado.
Al final todos seremos juzgados con la misma medida. ¿Con cuál? ¿Con cuál medida? Con la misma medida con la que hemos juzgado: la misericordia que habremos tenido para con los demás será usada también con nosotros.
Pidamos a la Virgen, nuestra Madre, que nos ayude a crecer en la paciencia, en la esperanza y en la misericordia con todos los hermanos”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://www.es.catholic.net)