Todas las objeciones que hay con respecto a la nueva fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, no tienen que ver con ella, sino con la forma cómo se integró la terna de la que fue elegida.
Nos endulzaron la boca con audiencias públicas y un ránking de logros académicos encabezado por lo más granado del derecho criollo, y terminaron imponiéndonos una selección arbitraria y de medio pelo en la que los nombres lustrosos habían desaparecido.
Fuimos estafados. El consejo de la Magistratura, ese cuerpo colegiado que ha tenido entre sus miembros a hombres de la talla de Óscar González Daher y Enzo Cardozo, armó por unanimidad una terna gris que incluía nada menos que al impresentable de Javier Díaz Verón, fiscal general de facto, ya que su mandato había vencido hacía tiempo.
De yapa, el consejo sesionó con un miembro apócrifo, el senador Enzo Cardozo, designado por una comisión directiva paralela orquestada por el cartismo y el Frente Guasu, aliados coyunturalmente con el noble fin de violar la Constitución para darles a Cartes y a Lugo la posibilidad de la reelección.
De ese circo de mutantes salió la terna, y de ella el presidente Cartes eligió a Sandra Quiñónez.
Como si no fuera ya suficiente, en la víspera de su confirmación en el Senado, la Corte Suprema rechazó por una supuesta cuestión de forma el recurso de inconstitucionalidad que se había presentado contra la designación de Enzo Cardozo. Una jugada grosera cuyo único fin era eliminar cualquier posibilidad de que en el futuro se cuestionara la legitimidad de la terna y, en consecuencia, de la elección de la nueva fiscala general.
La votación no arrojó mayores sorpresas. Colorados y liberales cartistas actuaron según las instrucciones del patrón y se les sumaron un par de maristas cuyas razones probablemente las conoceremos con el paso del tiempo.
Así llegó Quiñónez a la máxima instancia del Ministerio Público.
Lo irónico es que tanto despropósito no deja de ser terriblemente injusto para la propia fiscala, porque revisando su historial se encuentra mérito suficiente como para justificar su nombramiento, sin todo el bucherío político que le precedió.
La pregunta inevitable luego de constatar esta dicotomía entre las virtudes de la candidata y la forma engorrosa de su designación es si Quiñónez responderá a los hombres y mujeres que forzaron su ascenso, o será fiel a su propia historia.
El origen de su nombramiento es claramente político (en el peor sentido del término), pero nada le impide actuar de hoy en más según sus propias convicciones y de acuerdo con lo que establece la letra de la ley. La fiscala no necesita ya de los políticos. Como ella misma lo dijo, ahora tiene la lapicera.
Tanto pesimistas como optimistas impenitentes tienen razón; la primera mujer al frente del Ministerio Público puede ser un títere más de los grupos de poder, o puede hacer historia. Fue la candidata de Cartes, no hay duda, pero a partir de su asunción al cargo puede ser la fiscala del pueblo.
Depende exclusivamente de ella.
