10 may. 2024

Cuando los indignados son parte del problema

Si se anunciara que los medios de comunicación decidieron despedir a todos los periodistas cuyos bienes excedan largamente la capacidad de compra de sus ingresos y no tengan cómo justificar la diferencia, y apareciera un grupo de comunicadores protestando indignados por la medida, ¿qué pensaría usted de ellos?

¿Creería usted en la honestidad de esos periodistas? ¿Tendría alguna credibilidad para usted lo que ellos le informaran?

Si se comunicara que no se dejará realizar intervención quirúrgica alguna a los médicos que no demuestren tener una mínima pericia con el bisturí, y un malón de galenos saliera a las calles reclamando enérgicamente la suspensión de la medida, ¿qué conclusión sacaría sobre la capacidad de esos médicos?

¿Entraría usted al quirófano estando uno de ellos a cargo de su operación? ¿Qué sentiría estando en esa sala?

Déjeme decirle que la misma sensación tuve hace unos días cuando leí las airadas reacciones que generó en las redes sociales el que le señalara a la ministra de Educación, Marta Lafuente, que los maestros que no reúnen condiciones mínimas para enseñar deberían salir de las aulas.

Tengo necesariamente que suponer que quienes consideran cuasi criminal este reclamo son precisamente los maestros que no reúnen los requisitos básicos para desempeñarse como tales.

¿Por qué los que sí están en condiciones de enseñar estarían en contra de depurar el magisterio? ¿Es que acaso hay una solidaridad mal entendida que pretende mantener a personas no aptas para enseñar solo para garantizarles un sueldo, en detrimento del alumno, verdadero sujeto y única razón de ser de todo el sistema educativo?

Conviene aclarar que los números que di a conocer son oficiales del MEC, no los inventé yo. De acuerdo con la evaluación de docentes de 2012, no reúnen el perfil mínimo para ejercer la docencia el 55% de los maestros de la educación inicial, el 47% de la educación primaria y el 38% de la educación secundaria.

Las consecuencias de esta situación de precariedad en la formación docente son notables. Según los exámenes de evaluación nacional de 2012 (Snepe), la mitad de los alumnos que llegan al noveno grado en la educación pública solo alcanza notas de 1 y -1 en matemáticas, comunicación y ciencias básicas, en una escala de 1 a 5. Vale decir, muchos ¡ni siquiera entran en la escala!

Este es el panorama en general para el millón y medio de alumnos matriculados hoy en la educación pública. Se trata del 22 por ciento de la población total del país, un 22 por ciento cuyo futuro es, en el mejor de los casos, incierto.

Y el maestro que se indigne porque estos datos se hagan públicos obviamente forma parte del problema, jamás de la solución.

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