¿Cómo disfrutan los mártires despedazados de las 72 vírgenes que les promete su creencia ante su extrema acción? Si lo hacen como un espíritu beatífico eterno, ¿vale la pena semejante sacrificio para tan poca satisfacción corpórea?
Y cuando se satisfacen con esta ristra de doncellas, ¿pueden pedir recambio o están condenados a convivir eternamente –y a complacerlas– con 72 ex vírgenes? ¿Y es justo que a las mujeres mártires se les prometa apenas un varón puro y casto por igual sacrificio?
Estas preguntas son de imposible resolución como los dudosos enunciados sagrados que las inspiran. La irracionalidad que rodea al extremismo árabe es tan grande que no hay posibilidad de negociación.
La única verdad que sostienen es la brutal eliminación de todo lo que no sea parecido a ellos. No hay ninguna reivindicación ni territorial ni política: lo suyo es solamente el exterminio del otro, del que osa pensar distinto. Y es muy diferente, por ejemplo, a la cuestión palestina.
Ni siquiera se salvan los musulmanes, pues los asesinatos entre chiitas y sunitas son tan terribles como los cometidos en Francia. Inclusive están en riesgo los que comparten su propio delirio místico, pues ante mínima desviación la respuesta es el exterminio.
Y no es que los católicos puedan dar clases de decencia inmaculada. La Inquisición y la evangelización sangrienta de los nativos americanos son claras muestras del espíritu del expansionismo cristiano.
Por más que haya inspirado los mayores valores de nuestra época, Francia no tiene las manos limpias. La cruel represión durante la colonización de Argelia –donde se estrenaron los nefastos métodos usados por la milicada en Latinoamérica– es una muestra de ello. Los judíos –víctimas del escarnio durante milenios– flaco favor se hacen a ellos y a la humanidad al declararse el pueblo elegido por Dios. Al resto, ¿qué les queda entonces? ¿La nada?
¿Deben responder por estos errores históricos los que fueron exterminados por el simple hecho de estar escuchando un concierto o disfrutando de un bar parisino un viernes de noche? La respuesta es no.
Toda concepción religiosa se declara única, pura y aparta al que piensa distinto. Algunas muestran una compasión por ellos y tratan de “salvarlos”. Otras, simplemente, matan.
Los dioses no son para este mundo. Según sus creencias, este es apenas un camino para el más allá. Por eso el desprecio por la vida propia y la del prójimo.
Quizá, Alá es grande; Jehová, poderoso, y Dios, amor. Pero viendo a sus hijos, siento una duda terrible de que eso sea verdad.