Un titular de nuestro diario de ayer daba la alarma acerca de los más de 750.000 kilos de basura recolectados en los puntos de desagüe pluvial tras la tormenta del miércoles. ¡Una barbaridad! Es decir, cosa propia de bárbaros.
A ver, pensemos, hasta donde sabemos tormenta es un término que hace referencia a la perturbación violenta de la atmósfera que incluye fuertes vientos y precipitaciones. O sea, las tormentas no generan la basura. Es más, es considerado uno de los fenómenos meteorológicos más comunes del planeta que no debería afectar tanto la vida ciudadana, y esto me hace dudar si será que después de una tormenta en Medellín (uno de los más afectados por los rayos caídos, según las estadísticas), por ejemplo, terminan recolectando siquiera esta cantidad de basura.
Es preocupante cómo encaramos últimamente con tanta indolencia la vida. ¿Nos importa? Me refiero a ese resignado o idiotizado automatismo de tirar la basura donde sea y no preocuparse ni mínimamente en el bien común. En este caso, la experiencia no genera cambios de actitud. Se le ha ocurrido a alguien pensar, por ejemplo: “Ah, cierto, no debo tirar más basura por ahí porque si hay tormenta convierto el desagüe en un basural que pone en peligro a otros”. No creo y perdonen mi incredulidad.
Hay un problema grave estructural. Un ñembotavy institucionalizado entre los que tienen la función de asegurar los mínimos del bien común, pero no lo hacen. Pero también hay un problema educativo y cultural que nos viene desde esta empoderada cultura del descarte (al decir del papa Francisco), donde nos volvemos violentos acumuladores y desechadores, inconscientes totales. No son solo los ricos, también los pobres, que antes éramos más limpios, la verdad. Así da gusto reírse con ganas cuando se habla de élites o aristócratas en este país, donde nos andamos igualando por lo bajo, salvo bellas excepciones.
¡Qué vergüenza! Es un signo de dejadez y deshumanización vivir así, en la basura. ¿Será que a alguien le gusta? ¿O es que se nos atrofió el sentido común? Así no éramos los paraguayos. Nos estamos degradando. Y esa sí que es una señal de que se viene una tormenta más fea: la violencia que crece fácil en el desorden y en la basura.
De hecho, ya comprobamos eso en la calle, donde muchos andan como ratas sucias y destructivas, en coche y a pie, sin distinción. Y los pobres de la tierra, esos que cargan con nuestros males, de yapa, a esos se los lleva el viento ante nuestra mirada indiferente... ¿Se puede vivir de otra manera? ¡Claro que sí! Recuerdo el fenómeno Atyrá bajo la inspiración del finado don Feliciano Martínez... O nos ayudamos a recuperar rostros, nombres y dignidad humana, o no serán necesarias las tormentas para destrozar nuestra vida en común.