A la mayoría de los actuales administradores del Estado les cuesta el disenso, el diálogo, la apertura, la transparencia.
Este gobierno impone, no convence, se apresura, y la prisa no es buena aliada, más temprano que tarde tendrán que darse cuenta.
Prefieren aplaudir que estamos aumentando la deuda pública, acercándonos al ñembo grado de inversión, pero con la gente en la calle que cada vez necesita más para por lo menos sobrevivir. Me pregunto cómo está la calidad del gasto, a qué principalmente se destina lo que se recauda, por qué no pagan más los que más tienen.
En este país, la inseguridad aniquila y corroe, la falta de salud pública mata, la carencia de mejor educación extingue la vida. En esta tierra, el transporte público (privado, en realidad) roba días de vida al año; los méritos académicos no importan; prefieren destinar decenas de millones a sillas para el Congreso, a su director de Impresión y Encuadernación, a su jefa de Cafetería. Viven en una ventosidad que se expele por abajo y que en algún momento van a tener que oler.
Han hilado una serie de dudosas actuaciones en contra de la Constitución Nacional, que mejor las puede explicar un honesto constitucionalista —sí, los hay—, aunque algunas de ellas las hemos mencionado en este espacio.
Al mismo tiempo, ahora parecen buscar expulsar del Senado de la República del Paraguay a una de sus integrantes, aparentemente solo por el hecho de no estar de acuerdo con la mayoría. Como reacción a las preocupaciones en relación con “el copamiento y los atropellos del cartismo y sus aliados”, la legisladora está en huelga de hambre. Me parece oportuno reproducir algunas de las declaraciones que hizo al anunciar la medida.
Por ejemplo, la legisladora subrayó que “vamos abiertamente hacia un Estado autoritario, un Estado al servicio de ellos, los que ya están mejor”. Hay que estar alertas, porque es cierto, “son insaciables, y sus planes de poder absoluto tienen dos metas: por un lado, apropiarse del país para sus negocios y sus privilegios, y por el otro, demoler y eliminar cualquier rastro de oposición real”.
La congresista también resaltó que “estamos a un paso de repetir etapas dolorosas de nuestra historia, y este no es el momento de los tibios y los indiferentes, porque luego serán todos, especialmente las mayorías más desprotegidas, quienes sufrirán los abusos, la prepotencia desatada, el saqueo impune del Estado, la injusticia y la represión”.
Sus palabras, premonitorias, tienen que llamar la atención. Es una de las voces firmes en contra de los atropellos en el Parlamento, donde hay impunidad y blindaje a corruptos. Si no me cree simplemente vaya y lea la lista de los legisladores, busque sus antecedentes, se dará cuenta de cómo quienes no deberían estar en ese recinto siguen y seguirán, a pesar de sus malas conductas, por decir lo menos. La senadora pretende ser dejada de lado porque molesta, porque no acepta las tropelías. Así nomás.
“La ambición totalitaria ya ha traído sangre, atraso, exilio y miseria a nuestro Paraguay, a cambio del beneficio de un dictador y su séquito de chupamedias y acomodados”. Parece que hablara del presente, hay similitudes insalvables.
Hay nostálgicos de hilacha autoritaria, y el tufo en cualquier parte, pero la podredumbre terminará alcanzando a todos si no se toman las medidas correctas. La paciencia social tiene límites si no hacen bien las cosas, el asunto puede no terminar bien. Hay ejemplos sobrados en la historia, cíclica a la que no presta la debida atención.
Por ahora, observo espantado de lo que nos espera. El tufo es claramente tiránico. “Esta es una medida de fuerza para defender el único muro de resistencia que nos queda a todos los paraguayos: la Constitución Nacional. Es el último bastión que le queda por demoler al cartismo para así poder pisotear el país a su antojo”, dijo la senadora. Ojalá no se atrevan.