29 abr. 2024

Si no tengo caridad, no tengo nada

Hoy meditamos el Evangelio según San Mateo 25 (1-13).

Jesús sigue exhortando a una vida de vela activa. Lo hace ahora con una parábola sobre unas bodas. El esposo está por llegar y un cortejo de vírgenes está esperando para acompañarle con sus lámparas encendidas. El relato nos dice que el novio se retrasa, y con ello se aclara la idea general sobre la que Jesús quiere ofrecer su enseñanza: las bodas son el Reino de los Cielos; el esposo es Cristo que vendrá al final de los tiempos a juzgar y retribuir a cada uno según sus obras; el momento de la llegada es incierto y de ahí la necesidad de permanecer en vela. La parábola, así, nos interpela a través del tiempo: invitados a una vida de comunión con Dios, para poder acceder a su Reino debemos permanecer en vela, demostrando así nuestros deseos.

Tenemos una misión encomendada: dirigir a Cristo todas nuestras actividades, hacer que sea él el corazón de nuestro obrar, para que todo pueda ser en él recapitulado, vivificado y elevado al Padre. Dios cuenta con nosotros para avanzar en la instauración de su Reino entre los hombres. Para ello debemos tomarnos en serio esta vida, viviéndola con la conciencia de que el bautizado puede pensar como Cristo, puede pensar las cosas de arriba (cfr. Col 3,1-3), al mismo tiempo que ama este mundo, ya que Cristo, cabeza de la Iglesia, está sentado a la derecha del Padre.

El cristiano no vive calculando o dividiendo su vida en compartimentos estancos, como si alguno de ellos fuese ajeno a Dios. Nada nuestro le es ajeno: nos espera en todo lo que hacemos, pensamos y sentimos, las veinticuatro horas del día. Si queremos ser luz de Cristo en el mundo, el amor de Cristo ha de estar presente en toda nuestra existencia: nuestro sentir ha de ser el sentir de Cristo.

(Frases extractadas de www.opusdei.org)

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