La fluctuación del precio de los productos que cultiva, a raíz de la competencia desleal por lo que ingresa de contrabando, le obliga a salir a vender su producción casa por casa.
Sobre una moto con kachape sale por la mañana temprano para evitar pérdidas completas y por lo menos empatar en sus gastos –dice–; y más ahora que experimenta una abrupta caída del precio de sus productos en el mercado.
Lamenta tener que descuidar su trabajo en la chacra y en la huerta en un intento por salvar el costo de inversión y tratar de generar –por qué no– algo ganancias.
“Tenemos mercado, pero no tenemos precio”, tira el joven productor misionero.
Asegura que tuvo una cosecha de excelente calidad: cebollas de buen calibre, bien curadas y de tamaño uniforme. Sin embargo, a pesar de que la producción nacional fue baja, debido a plagas que afectaron cultivos en zonas como Paraguarí, “los precios no acompañan”, explica el productor.
Y cuenta el porqué de todo esto: “Lo que hay en abundancia es cebolla de contrabando, con descaro exhiben con etiqueta y todo sin problemas”, lanza.
Lo que Amarilla no comprende es “por qué bajan los precios para el productor, si hay poco producto nacional –cuestiona–. Solo a nosotros nos afecta, el consumidor final siempre paga un alto precio por la cebolla; no entiendo por qué no le quieren pagar al productor lo que corresponde”, insiste el agricultor.
Mientras en los almacenes logran vender a G. 70.000 la bolsa de 18 kilos, los acopiadores apenas les ofrecen G. 35.000. “Así no se puede, lo ideal sería que los acopiadores vengan y nos compren 100, 200, 500 o 1.000 bolsas; así desalojamos la chacra y seguimos trabajando –explica–. Pero como no ocurre, no nos queda otra que salir a vender para salvar los gastos y ganar alguito. Lo hacemos en motocarro para abaratar costos también llevo las lechugas y otros verdeos para aprovechar al máximo la salida”, refiere.
Su cosecha de cebollas alcanzó este año unas 3.000 bolsas aproximadamente; fruto de cuatro meses de intenso trabajo e inversión en semillas, productos fitosanitarios y mano de obra.
“La gente ya no quiere trabajar en la chacra, no porque sea haragana, sino porque no le resulta, uno lucha por un buen producto y, al momento de la cosecha, te bajan el precio, después, cuando ya no hay, vuelve a subir”, se queja por la tiranía de un mercado desregulado.
Por lo que, de este modo, un productor “nunca ve el resultado que merece”, postula. “Yo, por ejemplo, no recibo ayuda del Gobierno y lo mínimo que deberían hacer por personas como yo es trabajar para que el productor reciba un pago justo por su producto”, plantea.
Ante este escenario, Amarilla decidió tomar las riendas de la comercialización.
“Si le vendemos al acopiador, ni la inversión recuperamos. Pero saliendo a vender, al menos salvamos algo. Hoy el productor debe ser multifacético y saber vender. Digo saber vender porque me duele en el alma tener que vender así”, comparte y añade que lo ideal sería que ellos puedan vender, sin salir de sus chacras, como mínimo 200 a 4.000 bolsas.
“Pero, si llueve –mientras esperan a los acopiadores- se va a pudrir y tenemos que cosechar y vender como sea para no perder todo y eso es aún más triste”, concluye.