Durante una de sus largas caminatas con los discípulos, Jesús les interrogó sobre la opinión pública acerca de su Persona. Después de ofrecer varias tentativas de respuesta, el Maestro les pregunta con gran pedagogía qué piensan ellos. Pedro se deja llevar entonces por el ímpetu amoroso y responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (v. 16). Esta confesión sobre la identidad del Maestro reveló designios divinos sobre la identidad y misión de Simón: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” y “te daré las llaves del Reino de los cielos…”.
Este episodio y el lugar en el que sucedió quedaron grabados en la memoria de los apóstoles y consignado en los evangelios. Por voluntad del Señor, Pedro sería el líder de los doce y de la Iglesia, factor de unidad y eficacia para todos.
Más tarde, cuando Pedro negó a Jesús durante la pasión, comprobó que su liderazgo y eficacia eran prestados. Pero después de la Resurrección, esa posición de Pedro sería innegable y admitida por los cristianos, que rezaban juntos por Pedro (cfr. Hch 12). Por eso los cristianos tenemos el amoroso deber de rezar mucho por el Papa, sucesor de Pedro, y respetar su tarea al cuidado de la Iglesia como los apóstoles respetaron la primacía de Simón. A este respecto, comentaba san Josemaría: “Tu más grande amor, tu mayor estima, tu más honda veneración, tu obediencia más rendida, tu mayor afecto ha de ser también para el Vice-Cristo en la tierra, para el Papa.
—Hemos de pensar los católicos que, después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el Santo Padre”[1].
Cuenta el libro de los Hechos, que Dios eligió también como Apóstol a un joven fariseo de la tribu de Benjamín: Saulo de Tarso, perseguidor de cristianos. Gracias a la oración de Esteban (cfr. Hch 7,58ss.) y a la fina caridad de Bernabé (cfr. Hch 9,23), Pablo sería admitido en la Iglesia.
La vida de estos dos grandes apóstoles nos enseña que, a pesar de las limitaciones propias y ajenas, Dios sabe realizar sus designios de amor; su gracia actúa siempre en los corazones.
Lo que Dios pide para que haya fruto es la actitud de la Iglesia naciente: perseverar todos juntos en la oración, con María, la Madre de Jesús (cfr. Hch 1,12).
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/2023-06-29/)