El fenómeno de la manipulación de la información no es nuevo y es universal. Pero la producción de contenidos falsos alcanza hoy niveles impensados. Las redes sociales, los bots, la inteligencia artificial y otras tecnologías son las armas de una revolución silenciosa que ataca el acceso a la información, ese bien común indispensable para la buena salud de las sociedades democráticas.
Desde el 2017, los jóvenes e innovadores periodistas de El Surti se han dedicado a mostrar a la gente cómo se la puede engañar. Sistematizaron prácticas de verificación de las referencias expresadas en discursos y documentos, desmintiendo los datos inexactos al confrontarlos con las fuentes. Elevaron así el costo de la mentira.
La construcción de una base de datos e indicadores, a través del monitoreo de redes sociales, mensajería, medios de prensa y entrevistas, les permitió identificar las narrativas que les dan apariencia lógica a los engaños que buscan torcer políticas públicas y alterar procesos electorales. Con vocación “casi forense” —como describió Jazmín Acuña en la presentación—, caracterizaron a los desinformantes, sus recursos y sus estrategias.
Ese populismo digital está muy bien articulado en Paraguay. Hay políticos interesados en ese producto y profesionales ganando dinero, aturdiéndonos con un ruido que confunde e impide que pensemos con claridad y debatamos con respeto. El libro demuestra cómo, a partir de publicaciones de redes sociales, un contenido engañoso alcanza una divulgación rápida y masiva, al ser replicado por políticos, influencers, perfiles extranjeros, medios digitales y periódicos ligados a un grupo político. Un simple tuit delirante puede convertirse, gracias a una telaraña muy bien estructurada, en una verdad indiscutible para parte de la población.
¿Recuerda usted el alboroto mediático creado por la supuesta entrada al Paraguay de hackers brasileños contratados por el PLRA para organizar un fraude electoral? Esa historia —jamás comprobada y hoy olvidada— se originó en un tuit en el perfil de Hugo Portillo, un ex gerente del Banco Basa, sin citar fuente alguna. El bolsonarista Oswaldo Eustaquio, buscado por la Justicia brasileña y refugiado en nuestro país, se encargó de ampliar y difundir el bulo, que pronto se convirtió en titulares enormes del diario de Cartes. A partir de allí, la supuesta asociación entre Lula y los hackers llegó a medios digitales del exterior. El hilo en Twitter de Eustaquio tuvo más de 226.000 impresiones.
Otro ejemplo impactante es el que explica por qué uno de los países con la peor calidad educativa del mundo decide derogar una donación previamente aceptada de la Unión Europea de 38 millones de euros destinada a la cooperación escolar. Esta realidad esquizoide comenzó en octubre del 2022, cuando grupos fundamentalistas religiosos y conservadores hicieron grandes manifestaciones contra el Plan Nacional de Transformación Educativa. Cartes vio en esas multitudes movilizadas por relatos de contenido falso un nicho de mercado electoral que podía ser instrumentalizado en el marco de las internas partidarias.
Hasta ese momento, el cartismo no era de ultraderecha religiosa, pero copió los métodos que le resultaron exitosos a Trump y Bolsonaro. Y la idea resultó tan provechosa que fueron más allá y así llegamos a este punto ridículo en el que, a través de falsedades, vamos a desbaratar una cooperación que permitía el almuerzo infantil en centenares de instituciones escolares.
El fanatismo que nos llevó a esta situación inexplicable fue insuflado por un entramado invisible que este libro ayuda a comprender.