10 nov. 2025

Réquiem definitivo por una función

Muchos de los que suben a diario o circunstancialmente la calle Colón, quizás ni miren la estructura que está siendo demolida actualmente a la altura entre Piribebuy y Manduvirá.

Sobre todo los jóvenes de 20 años o menos edad ni idea tendrán de qué se trata dicho lugar que desde hace unas semanas está siendo reducido a escombros.

Para quienes pasamos esa edad y hemos conocido las antiguas salas de cine, identificamos perfectamente el sitio: Corresponde a lo que fue en su momento el Cine Yguazú.

El predio, que ya estaba abandonado desde hace tiempo, fue comprado por un banco local, que decidió derrumbarlo.

Hace casi 24 años, escribía mi primer comentario para el Semanario El Yacaré. Lo había titulado “Réquiem por una función”. Fue en enero del 2002. Fue cuando me había enterado, a través de un ex empleado del lugar, que el cine había cerrado sus puertas de manera indefinida.

No niego que durante los siguientes años aguardé con esperanza de que el cine volviera a abrir sus puertas. Era una gran experiencia mirar una película en su pantalla de 38 metros, la más grande del país en ese entonces, recostado en los cómodos sillones de cuerina.

Sin embargo, cuando una iglesia evangélica convirtió la antigua sala de proyección de películas en expiación de demonios y alabanzas varias, la esperanza quedó en casi nada.

De entre los antiguos cines que uno podía encontrar en Asunción y otras ciudades del país, el Yguazú tal vez sea el único que no pasó por el habitual proceso de cine comercial-cine porno-iglesia evangélica-cierre definitivo sin vueltas.

Creo que el cine Premier, ubicado sobre la calle Montevideo y Piribebuy, tampoco pasó por el proceso de ofrecer películas de las disputas cuerpo a cuerpo en su cartelera.

Es que esta resultó ser una estrategia de poder seguir atrayendo público para su sobrevivencia como lo hicieron otros cines antiguos. Bueno, en el ex local del cine Premier ahora recaudan de otra manera.

Pero antes de su cierre para siempre, el Victoria buscó expiar su anterior vida de proyecciones pecaminosas. El Yguazú también llevó adelante una medida similar para seguir teniendo público.

Pasando la segunda mitad de la década de los noventa, estas salas ofrecían la posibilidad de disfrutar de dos películas comerciales a un costo menor, como si fuera un miércoles en los cines de los shoppings.

En algunos casos tenían un programa doble, con el cual por el precio de una entrada podías ver las películas que recientemente estaban en cartelera y que ya habían salido de la grilla de otros lugares. Fue alucinante ver el Imperio contraataca en la antigua pantalla del Victoria.

Esta era una buena opción para los cinéfilos que anhelaban disfrutar de los recientes estrenos y cuyo deseo no coincidía con su economía.

Si ustedes tuvieron experiencias de otro tipo en el Victoria e iban tras ellas, no les diremos nada. Acá no estamos para juzgarlos.

La demolición del antiguo Yguazú es otro derrumbe de la imagen que fue en su momento ir al cine. Estamos hablando de la era prediluviana, cuando el país tenía solo dos canales de aire, contar con una videocasetera era un lujo para pocos y las películas llegaban con meses o incluso años de retraso.

Era también recordar las largas filas de multitudes en la calle, aguardando el estreno de la película promocionada en la tele. Era entrar a una sala oscura donde el olor a humedad y espuma vieja se mezclaba con el pororó hecho con un aceite random usado 10.000 veces.

Es también ver cómo cae a pedazos otro símbolo de una Asunción que ya no está. Una ciudad que ha ido desapareciendo poco a poco.

Es observar cómo de manera silenciosa ha ido cambiando su fisonomía, sus costumbres, sus calles, sus edificios. Y también ha tenido esos cambios violentos como los hechos por la penúltima Administración municipal.

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