Esta tendencia es preocupante, ya que el censo ha mostrado que si no aprovechamos la última etapa del bono demográfico, perderemos la oportunidad de aspirar a un país con desarrollo. Solo basta hacer un recorrido por Asunción y el Departamento Central para ver el bono demográfico tratando de sobrevivir limpiando vidrios en las esquinas.
Las coberturas de salud, educación, protección social, agua potable y saneamiento básico todavía presentan brechas importantes. Algunos indicadores permanecen igual que hace veinte años, mientras que otros, como la mortalidad materna, están retrocediendo.
Mientras la austeridad genera retaceos de recursos imprescindibles para el desarrollo, la política fiscal muestra poco esfuerzo en mejorar el sistema de contrataciones públicas y el manejo de los contratos. Los sobrecostos son alarmantes y las sorpresas sobre las deudas a proveedores inadmisibles.
La carrera del servicio civil continúa sin implementarse de manera plena; sin embargo, el gasto en servicios personales y otros rubros relacionados con el mantenimiento de los funcionarios públicos, como los seguros médicos privados, sigue creciendo. Si a esto agregamos los problemas de la Caja Fiscal que sigue sin reformas, la situación se agrava. Todos estos gastos presentes y riesgos en el corto plazo son asumidos por la ciudadanía a través de sus impuestos con una contrapartida de servicios públicos ineficientes y de baja calidad.
La ciudadanía, además de pagar sus impuestos, termina financiando con sus recursos, cuando los tiene, gastos en salud y educación que deberían ser asumidos por el Estado si hubiera una buena gestión.
El caso del transporte público es ejemplar. El presupuesto sigue aumentando el subsidio, financiado con impuestos, a los transportistas, mientras que el servicio empeora cada vez más y la ciudadanía termina pagando un pasaje por un servicio pésimo.
El presupuesto, además, olvida problemas centrales para la población como es la inflación y el empleo de calidad. Los recursos destinados a enfrentar estos dos aspectos centrales de la vida son casi inexistentes.
En este contexto, no sorprende la angustia ciudadana y la deslegitimidad que enfrenta el aparato estatal. Si la política fiscal y el presupuesto público como principal instrumento del Estado no sirven para mejorar la vida de las personas y para que estas sientan que la Nación les abraza, no es una buena política fiscal.