Si bien Peña está lejos de ser un populista autoritario (claramente no encuadra en esta descripción) preside un gobierno que emite señales contradictorias sobre su política internacional y que busca sintonizar con regímenes de este tipo.
Actores políticos del sector oficialista son reacios a aceptar las reglas del multilateralismo, desconfían de la cooperación internacional y utilizan el discurso de la soberanía nacional para desacreditar convenciones y estándares internacionales en materia de derechos humanos, transparencia o medio ambiente, además de perseguir a las organizaciones de la sociedad civil, creando comisiones legislativas y promulgando leyes que buscan asfixiarlas.
Simpatizan –sin disimulo– de liderazgos iliberales y participan de espacios mundiales que nuclean a estos líderes, como el Foro de Madrid, donde la posición crítica y combativa a lo que ellos dan a entender como globalismo, es la tónica común.
¿Alguien puede creer seriamente que detrás de la posición del Gobierno Nacional en esta agenda de política internacional hay un debate razonado que responda a los intereses genuinos del Estado paraguayo? Nada de esto, la acción en este campo es puro arrebato pseudo nacionalista, (que fue efectivo como eje de campaña), pero no el resultado de una reflexión serena, racional y estratégica, sobre líneas de acción que convengan ampliamente al Estado.
Esta línea discursiva es además apoyada por grupos mediáticos y “periodistas” que refuerzan la narrativa de la amenaza globalista.
La intención de legisladores oficialistas de pedir la expulsión del embajador de Francia ejemplifica lo expuesto anteriormente. Como todo arrebato (reacción emocional e impulsiva) es una medida desproporcionada. La Cancillería convocó al Embajador por sus dichos, y presentó su reclamo formal, lo cual me parece correcto y razonable. Pedir la expulsión de un embajador debería ser una medida de última instancia, ante una inconducta grave, para lo cual, deberían medirse, a su vez, las consecuencias políticas y diplomáticas de una decisión como esta.
Detrás de cada una de estas tensiones del gobierno con la comunidad internacional está presente ese “soberanismo discursivo”, que, sin embargo, es funcional a los intereses de quienes buscan debilitar los controles democráticos, consolidar un poder sin contrapesos, y, aparentemente, aislarnos de la comunidad internacional.