Recuerdo una conversación ocasional que mantuve hace un par de años con un estudiante de los primeros cursos de la carrera de Periodismo. “A mí no me gusta leer –me decía, no sin cierto desenfado–: Yo quiero ser periodista de televisión”. Enmudecí de manera instantánea. Perplejo, pensé: “Este muchacho se equivocó de carrera”.
Un periodista que no lee, desinteresado de su formación –no digamos ya profesional sino humana–, es un cuerpo sin alma. Es un ciudadano incapaz de entender lo que acontece a su alrededor y lo que le sucede a sí mismo.
Porque, ¿qué llevó al más grande escritor de todos los tiempos, Jorge Luis Borges, a declarar: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído?”.
Evidentemente, el hecho de que es absolutamente imposible comprender el mundo en el que vivimos, la realidad que nos circunda sin capacidad de abstracción, y eso, como bien lo dejó escrito el italiano Giovanni Sartori, en su libro Homo videns. La sociedad teledirigida, solo se consigue mediante la lectura.
Es más: Emil Michel Cioran, el filósofo maldito, el más iconoclasta de cuantos ha conocido Francia, escribió: “No hay que leer para comprender a los demás, sino para comprenderse a sí mismo”.
Desafortunadamente, la lectura no es una de nuestras obsesiones nacionales ni mucho menos. Tal vez eso explique cómo un individuo de la mediocridad intelectual de Alfredo Stroessner haya podido gobernar el país con mano de hierro durante 34 años. También ayudaría a comprender las razones por las cuales una clase política de baja estofa haya podido dominar la vida pública de los años que siguieron al derrocamiento del basto tirano. O el motivo por el cual personajes de opereta estaban –algunos continúan estando– al frente de la universidad pública.
Por eso es necesario leer; porque un pueblo instruido, formado, capaz de interpretar los fenómenos que transcurren en su entorno directo e indirecto, es apto para discernir las reformas que deben ser operadas a fin de hacer emerger una nueva sociedad.
Es oportuna y trascendente entonces la pregunta: Y vos, ¿cuántos libros leíste este año? Sobre todo si sos padre de familia, si ocupás una posición destacada en el ámbito profesional, si pretendés liderar los cambios que tan insistentemente reclamás.
Y si no leíste ninguno o apenas uno o dos, no te desanimes, todavía estás a tiempo. El libro, ese fascinante instrumento del cambio y de la superación personal, te espera.