En estos días, las máximas autoridades del planeta debaten las posibles soluciones o atenuaciones, al cambio climático, en Dubái, Emiratos Árabes Unidos (EAU), durante la 28.ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28). La amenaza de catástrofes a causa de la situación aumenta en cada jornada, mientras sigue habiendo información falsa al respecto, de inescrupulosos a los que poco les importa el bien común.
BBC Mundo nos recuerda que la temperatura global promedio en la Tierra aumentó 1,1°C desde finales del siglo XIX, y la ciencia vincula este evento “de manera concluyente con la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) que libera gases de efecto invernadero a la atmósfera”. “Estos gases, como el dióxido de carbono o el metano, retienen una cantidad adicional de energía en la atmósfera terrestre y calientan el planeta”, detalla el medio. Es más, el calentamiento global ya genera consecuencias devastadoras, con los océanos calentándose y el nivel del mar subiendo, lo que a su vez genera que “algunas especies están desapareciendo y el suministro de alimentos está en riesgo”.
También “son más frecuentes e intensos los fenómenos meteorológicos extremos, como las olas de calor”. Por si fuera poco, “la última vez que la Tierra experimentó un cambio importante en su temperatura promedio, aumentó 5°C en un período de varios miles de años, pero el ritmo actual de calentamiento es significativamente más rápido: en unos 150 años el planeta ya se ha calentado 1,1°C”. No son buenos augurios, en pocas generaciones más, los científicos vaticinan que, “con base en los acuerdos climáticos actuales, los aumentos de temperatura pueden llegar a 2,5°C a finales de siglo”.
Existe un compromiso ineludible por parte de las autoridades públicas y privadas del mundo. No pueden no aunar esfuerzos para reducir los efectos de esta situación. La catástrofe humanitaria que se avecina, si no se toman decisiones reales es impredecible, y los adelantos de las crisis probables están a la vista: Migraciones masivas, hambre, sed, enfermedades que se pensaban erradicadas que vuelven a aparecer, nuevas dolencias, conflictos antes evitables, y un largo etcétera. Las consecuencias representan una cadena de desastres pronosticada.
La economía no se salva para nada de los efectos. Por ejemplo, la ONU estima “que si la temperatura global promedio aumenta 1,5°C para finales de siglo, el cambio climático podría costarle al mundo USD 54 billones”. Ese número seguramente es auspicioso, sin poder medir la cifra real. La mirada de soslayo es inaceptable. Todavía no entiendo cómo hay quienes afirman que solamente son eventos cíclicos, que también los hay, los que están afectando actualmente el clima. No es así, lean más por favor, infórmense.
Así, me sumo a las declaraciones del papa Francisco, quien solicitó que “salgamos de las estrecheces del particularismo y del nacionalismo, esquemas del pasado, y abracemos una visión común, comprometiéndonos todos ahora sin demora con una necesaria conversión ecológica global”. En estos días de reflexión, de análisis sobre las acciones del año que se despide, aliento a pensar un poco sobre el cambio climático, sobre qué estamos haciendo para prevenirlo, y más que eso, al menos para atenuarlo. En ese marco, consideremos también la contaminación que vemos en todas partes y aquí en medio de una Asunción que busca sacudirse del maltrato con algo de cuidado en su calle céntrica principal, pero que todavía deja mucho que desear fuera de esta vía.
Mientras los políticos se ocupan más de violar la Constitución Nacional, exijamos que actúen en alternativas a los combustibles fósiles, en un país que produce 100% de energía eléctrica limpia y renovable, pero que, al mismo tiempo, sigue ocultando qué es lo que plantea para la revisión del Anexo C del Tratado de Itaipú. ¡Cuidado, nos estamos quedando sin tiempo!