En las semanas siguientes, ese tono triunfalista se expandió a través de los medios cartistas, que daban por hecho el apoyo de los países del Mercosur, más los votos de El Salvador, Guatemala, Panamá, Ecuador e, incluso, algunas islas del Caribe. Esto parecía sorprendente, pues el otro candidato era el canciller de Surinam, Albert Ramdin, un representante de esa región.
El entusiasmo era tal que, para subirse al carro victorioso, los senadores colorados Basilio Núñez y Ramón Retamozo presentaron un proyecto que planteaba declarar de “interés nacional” la candidatura de nuestro ministro de Relaciones Exteriores.
“No la vieron venir”, la frase popularizada por Milei –al final, el único aliado que le quedó a Paraguay en la región– puede aplicarse en este caso. Nos abandonaron nuestros vecinos. Por eso, la depresión gubernamental. En la reciente asunción a la Presidencia del Uruguay de Yamandú Orsi, mientras la delegación paraguaya hacía un intenso lobby para reafirmar los apoyos, hubo una cena en Montevideo que cambió el rumbo de la elección. Participaron, entre otros, Yamandú, Petro, Lula y Boric. Allí se resolvió que Brasil, Colombia, Chile, Bolivia y Uruguay no le darían el voto al paraguayo.
La catástrofe fue inmediata. Como efecto dominó, se supo en las horas siguientes que México, Canadá, Honduras, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Perú, República Dominicana y todos los países del Caribe darían su voto al surinamés.
La Presidencia, en un comunicado oficial, expresó su decepción por la forma “abrupta e inexplicable en la que el Paraguay fue informado por países amigos de la región, con quienes compartimos un espacio e historia común”.
El aislamiento regional en el que queda el gobierno de Peña luego de este desaire es enorme. No se compara con aquel de 2012, cuando el Paraguay fue expulsado del Mercosur, tras el golpe parlamentario a Fernando Lugo, pero nos obliga a analizar sus causas.
El candidato no es el culpable de la derrota. El canciller Ramírez tiene una trayectoria diplomática respetada y podría haber sido un muy buen secretario general de la OEA. El problema es que representa a un país con pésima imagen internacional por la debilidad de sus instituciones, el creciente autoritarismo del gobierno y la indisimulable influencia del crimen organizado en la política.
Son esas circunstancias las que explican los neuróticos vaivenes de nuestras posiciones en temas como las relaciones con la Unión Europea y Venezuela, la itinerante Embajada en Israel, el pedido de salida anticipada del embajador Ostfield, el obstinado apoyo a Taiwán y el enigmático conflicto con la DEA.
El fondo de la cuestión es la sumisión de este gobierno a las políticas de Trump. El acercamiento sobreactuado de la diplomacia paraguaya hacia él fue dañino. Trump anuncia posturas proteccionistas comerciales agresivas que afectan al comercio latinoamericano. Paraguay no lo nota tanto, pues solo el 3% de sus exportaciones tienen como destino los Estados Unidos. Pero para otros países de América las cifras son preocupantes; por ejemplo, el intercambio comercial entre Estados Unidos y Brasil supera los USD 200.000 millones.
Por eso, los países de la región, que temen una OEA obediente a los mandatos de Trump, no confiaron en el candidato paraguayo. No se trata solo de una cuestión ideológica. Tuvimos en contra gobiernos progresistas, pero también otros países dispuestos a agruparse ante los aranceles y las provocaciones de Trump. No es culpa del candidato. Es el costo de un gobierno incoherente, al que le encanta hablar de soberanía, pero se derrite por un guiño trumpista.