Se ha ido Mazzoleni, pero eso no tranquiliza. Tuvo errores, sin duda, pero sería injusto olvidar sus aciertos y su aplomo en muchos momentos de este año penoso. A su indiscutida honestidad le faltó el carácter necesario para marcar la cancha frente a la corrupción de los insumos chinos. Se arrepentirá durante mucho tiempo de esa pusilanimidad.
Con él también se va Guillermo Sequera, un excelente técnico, que tuvo que soportar el incesante bombardeo de quienes no le perdonaron sus ideas progresistas. Y queda una administración calamitosa que fue incapaz de asegurar la provisión de medicamentos en los hospitales.
Se fue Mazzoleni pero no el miedo. ¿Vendrá alguien que deberá tomarse muchos meses para entender la jungla burocrática de Salud Pública? ¿O será alguien que proviene de las entrañas de un ministerio oxidado por atávicas insuficiencias y deformidades? Ninguna de las dos alternativas augura un rápido freno a la pandemia, objetivo buscado por casi todos.
Puse “casi”, pues hubo muchos actores con intereses políticos que alentaron los enfrentamientos entre médicos, exagerando el sentido de las declaraciones poco oportunas de algunos de ellos. Hubo otros en franca carrera de postulación al cargo ministerial. Y hubo, sobre todo, el aprovechamiento de esa sensación de inutilidad del Gobierno y desesperación de la población para hundir más aún al endeble gobierno de Mario Abdo. Son las curiosas contradicciones de la Operación Cicatriz, que un día cose y al siguiente deshilvana.
La ida de Mazzoleni descomprime una brutal crisis política, pero no cambia nada. Él no es el culpable de los humillantes “gastos de bolsillo” al que se someten los familiares de pacientes. Fue, simplemente, la última figura del más imperdonable fracaso del Estado paraguayo: el abandono de la salud pública.
Allí, en esa criminal ausencia, están los verdaderos culpables de lo que hoy nos espanta. ¿Qué otra cosa podríamos esperar si desde la mitad del siglo pasado ningún gobierno priorizó la salud pública? ¿Acaso podemos exigir eficiencia a un sector crónicamente relegado por la negligencia, la corrupción, el sectarismo y los presupuestos miserables?
Los colorados deben asumir que estuvieron en el poder —con una sola y breve interrupción— durante más de setenta años. Los 35 años de Stroessner nos legaron un Ministerio de Salud en ruinas, en el que solo podían trabajar los afiliados a la ANR y perforado por el clientelismo y el bandidaje. La población no esperaba nada de su puesto o centro de salud.
Durante las dos décadas de la democracia, los sucesivos gobiernos colorados, con altibajos, mejoraron algunos aspectos de la cobertura sanitaria. El IPS se modernizó y amplió. Pero nunca le dio a la salud pública el lugar que debe tener en un programa de gobierno. Nunca se animaron a plantear una reforma estructural que apuntara a una salud gratuita, universal y de calidad. La pandemia reveló nuestra raquítica capacidad de respuesta. Hay años luz de distancia entre las estructuras de salud de los países vecinos y el nuestro.
Antes de culpar a Mazzoleni, piense en eso. Antes de empezar a culpar al pobre desdichado que lo suplante, recuerde a los verdaderos responsables. Son los que prostituyeron el derecho a la salud durante décadas, los que abandonaron a los pobres de esta patria a su suerte, los que no hicieron nada con tanto poder y ahora se indignan porque los hospitales colapsan. La culpa está en el pasado. Un pasado casi integralmente teñido de Partido Colorado. La reforma del sistema de salud es una urgencia. Me angustia que quede en manos de quienes en setenta años nunca quisieron cambiarlo.