El Paraguay como nación se está suicidando. El tejido económico y social ya no siente dolor. Es como una lepra almática y espiritual. Dios hizo el dolor como alarma perfecta ante disfunciones llamadas enfermedades. Con los síntomas la gente normal recurre a los médicos, hace los tratamientos y busca los remedios. De hecho, se habla de una epidemia de patologías mentales pospandemia azotando a la población. La sociedad no reacciona. Tanto en el Oikos como en la Ekklesia, dentro del interés individual y de los anhelos colectivos. Se nota en la violencia doméstica y en las aulas escolares, en la rutina del tránsito, en el lenguaje de la clase política, en la calidad de los resultados electorales y así por delante. Somos un gran asentamiento que rodea a algunos barrios cerrados y en estos territorios cada uno se las arregla como puede. La vida como condominio casi no existe y nuestra compasión se desarrolla en un ambiente aséptico de redes sociales donde tenemos muchos amigos, pero nula confianza mutua. El contrato social está roto y por eso la presión tributaria es de solo 9,9 % del PIB. La evasión es enorme, la SET la estima en 1.900 millones de dólares año. No da ni para reparar los techos de las escuelas estatales, menos para garantizar seguridad jurídica y física protegiendo la propiedad privada que está en el centro de las prioridades de los que no quieren pagar más impuestos. Ni siquiera hablo de subir las tasas, si pudieran mostrar todo lo que venden y ganan sería suficiente. La economía subterránea es 21,2 mil millones de dólares. Y si los que gobiernan malgastan los recursos pues dejen de financiarlos en las elecciones.
El gobierno electo ya parte con un déficit fiscal de casi 2 % sobre el PIB y asumirá con un mono adicional de más de 1.000 millones de dólares morosos entre vialeras, industrias farmacéuticas y constructoras. Ni hablar de los más de 500 millones de dólares de intereses de la deuda pública que se debe pagar en el 2023. El ministro de Hacienda escogido por el nuevo gobierno denuncia que el déficit ya debería estar en 5 % si no se escondieran deudas comprometidas bajo el maquillaje contable del informe Situfin. Claro, los funcionarios malgastan y roban 3,9 % del PIB equivalente a 1.600 millones de dólares anuales. Eso lo dicen el BID y el Banco Mundial. Nadie cree en nadie, menos en los gobernantes, y pocos pagan sus impuestos como dicen las normas. El capital social medido por Latinobaròmetro revela que sólo el 9 % de los paraguayos confía en su compatriota y el 91 % desconfía del otro. La clase alta se queda con la mayor parte de la torta, la clase baja con las migajas del modelo tekoporá y la clase media se queda sin nada teniendo que vivir endeudada para aparentar que le va bien, jugando paddle y andando en chileré. Pura fachada.
En las ciudades la pobreza extrema subió 83 % entre el 2021 y el 2022 según la EPH del INE. Brutal. Eran 77 mil en el 2021 y en el 2022 saltaron a 141 mil personas. Son 64 mil empobrecidos adicionales merodeando los asentamientos y siendo parte del paisaje en los semáforos, veredas y plazas. Indoloro y normal.
El chuchismo subdesarrollado. En los centros urbanizados, imitando lo que se ve en Netflix y en las redes, la solidaridad de moda es sólo la de las causas de países desarrollados. Los medios de comunicación ayudan fijando las tendencias. Es mucho más cool preocuparse por la discriminación al grupo LGBT que el imperativo de dar de comer a los 950 mil hambrientos hallados por el INE. Esto es denigrante, suena valle, pero lo anterior es políticamente correcto, además de chuchi. Ser no binario es casi obligatorio. Los problemas importantes para la ciudadanía dentro del mundo digital son sólo los de cuarta generación: traumas de la obesidad y la cultura de la cancelación; el conflicto de derechos homosexuales contra Dios, Patria y Familia; la justicia de los que quieren cambiar de sexo y el bullyng educativo. Mientras, inutilizamos a nuestros hijos estacionando en doble fila frente al colegio para que el nene de 14 años, bobo total, no camine 200 metros. En las clases menos pudientes las polladas hacen de ministerio de salud y el a buen tiempo familiar evita que mucha gente duerme con el estómago vacío. Sin embargo, entre los que se dieron mejor en la vida y aparecen exitosos en las redes sociales se llevan rutinas ni que fuera que viven en ciudades inteligentes y desarrolladas. Mientras vamos al café de acá y de allá para que nos vean y compramos el merchandising de la nueva franquicia global, nuestras conversaciones suenan a confiterías del Chelsea Market, antes de ir gua’u a pasear al High Line en New York, aunque estemos al lado de algún ycua Essap que despliega agua y cloaca al lado de nuestras narices. Plop.
Chicago boys. Los hacedores de políticas públicas hablan de convergencia fiscal, esterilización monetaria con altas tasas para evitar la inflación y emisión de deuda para pagar deudas del capitalismo de secuaces que siempre son atribuidas a la malísima gestión del gobierno anterior, oh sorpresa, de su mismo signo político. Los empresarios hablan de disminuir impuestos y de liberación de regulaciones medioambientales y laborales para bajar aún más la presión de las cargas estatales, como si fuera que tenemos libre mercado con seguridad jurídica, grado de inversión y protección social. Mismo que el presidente electo, en plena campaña y contradiciendo sus conferencias librecambistas del Basanomics, haya reconocido en la UIP que en Paraguay el principal cliente es el Estado. Doble plop. Desde 1992 tenemos una Constitución casi escandinava que se acata, pero no se cumple. En cuanto a hábitos socio-comportamentales, la clase alta imita a los norteamericanos, sin un sistema de crédito de largo plazo, sin tasas accesibles, recursos humanos capacitados, energía sin cortes, renta promedio elevada, consumo dinámico, oferta atomizada ni exigente régimen impositivo. Vivimos sin infraestructura suficiente de agua, saneamiento, salud, educación, habitación y electricidad, y sin los compliances del exigente mercado financiero de países desarrollados, que aún así tiene corridas bancarias y crisis en pleno siglo 21.
Decimos que vamos a crecer en el PIB hasta duplicarlo, pero para lograr eso faltarían ingenieros, albañiles y los electricistas formados darían turnos para dentro de un año. La educación está un desastre y hasta el analfabetismo viene subiendo. Hay solo 1,4 médicos por cada 1.000 habitantes contra 4,5 del Argentina y 2,5 del Brasil. Además, somos vicecampeones en los mercados del crimen en Sudamérica detrás de Colombia. Prometimos crear 500 mil nuevos empleos, con sanciones significativas en el mercado internacional lo que demora el investment grade, para lo cual vamos a necesitar entre 10 mil y 20 mil millones de dólares que todavía no sabemos de dónde los vamos a sacar. Podría haber una sorpresa de fondos hidroenergéticos. Hasta ahí podemos contar.
Conclusión. Asistí a una espectacular representación artística en Arlequín Teatro en la semana pasada. En el escenario personalidades históricas mantuvieron una reunión procurando establecer prioridades para sacar al país del sempiterno caos institucional. Estaban Eligio Ayala, Manuel Gondra, Rafael Barret, Adela Speratti, Monseñor Juan S. Bogarín, Serafina Dávalos y Albino Jara. Cada uno expuso sus causas: Ayala se enfocó en la economía con manejo transparente de los recursos públicos; Gondra en la negociación interna y la geopolítica de la paz; Barret en el contrapoder de la prensa; Speratti en la educación; Bogarín tenía fe en la confesión de los pecados; Jara exigía orden y disciplina incluso al costo del uso violento de las armas y Dávalos luchaba por los derechos en especial los de las mujeres. Las discusiones no llevaron a parte alguna. No hubo acuerdo. Era el eterno retorno de Nietzsche plasmado en reuniones estériles. Como aquella en plena pandemia cuando fuimos convocados por la Vicepresidencia al BCP para reformar el Estado con final en modo oparei. Tal como dice el libreto del autor de la obra, Alcibiades González Delvalle: “Nuestro pasado es nuestro presente. Y buscamos el provenir anclados en el pasado”. El país se levantó cuando se asumieron las enfermedades y se siguió la receta debido a los síntomas de dolor. Sentir dolor es saludable. Ser un leproso no es obligatorio.