04 nov. 2024

Las reglas no escritas del coloradismo (y sus émulos)

Una sociedad exitosa o fracasada no es solo el resultado de la calidad de sus leyes y de la eficiencia y credibilidad de las instituciones encargadas de hacerlas cumplir; es también la consecuencia de leyes no escritas, de esas reglas que nos dicen cómo funciona realmente un país, y cómo deben actuar quienes viven en él para alcanzar determinadas metas. Esos cánones de conducta a veces son un secreto a voces porque se las sabe indecentes; todos las conocen, pero nadie las declama ni defiende a viva voz simplemente porque resultan vergonzantes.
Hay casos como el nuestro, sin embargo, en los que ya se ha perdido toda vergüenza y esas normas son pronunciadas en plena campaña electoral o en conferencia de prensa, sin que quien las exponga se ruborice siquiera, así sea un candidato presidencial o el presidente del Congreso.

La norma no escrita en Paraguay, pero más vigente que cualquiera, es que la formación académica, la probidad, el esfuerzo y la coherencia carecen por completo de importancia ante la contundencia de la militancia política a la hora de conseguir un cargo en el Estado. Lo había dicho de manera categórica el propio presidente Santiago Peña cuando estaba en campaña; que no hay que creerse “guapito” por tener la pared de la sala atestada de títulos universitarios, porque a los cargos se accede solamente a través del Partido Colorado.

Por si quedara alguna duda, el presidente del Senado, el siempre polémico Basilio Bachi Núñez, confirmó (luego de que la prensa empezara a revelar los primeros nombres) que en los pocos meses que lleva de gestión ya aprobó la contratación de 455 funcionarios en la Cámara, con salarios en promedio de cinco millones de guaraníes. Por supuesto, ninguno concursó para el cargo, ya que ingresaron bajo la farsa de los cargos de confianza, una interpretación antojadiza de los republicanos sobre lo que supone esa figura que de acuerdo con la ley y el espíritu de la Constitución nada tiene que ver con la lectura y el uso que ellos le dan.

Pero la cuestión se torna más escandalosa cuando revisamos el historial de los contratados.

Casi todos ellos apenas terminaron la secundaria. Son bachilleres. Su único mérito es haber participado de la campaña política del legislador que solicitó su contratación o ser familiares o amigos de algunos de esos legisladores, ya que muchos intercambian las solicitudes para esquivar cualquier denuncia de nepotismo.

Lo más grave de estos casos es la consolidación de la regla no escrita más devastadora en el Paraguay: El mérito y la formación no sirven. Entre la carrera de grado, el internado y la especialización, podés estudiar 12 años de Medicina para terminar con mucha suerte con un vínculo laboral de más o menos lo que gana un bachiller mediocre, que en vacaciones frecuentaba la seccional para hacer hurras a un intendente que de arreglar zapatos pasó a vivir en una mansión atiborrada de camionetas de lujo, y en la que hacía fiestas con jueces, fiscales y un par de narcos.

Esas son las verdaderas normas que rigen en el país, las que reivindican Peña y Núñez.

Si aspirás a una vida de lujos, si querés garantizar el bienestar económico de tu prole, el camino no es el estudio, ni el esfuerzo, ni las buenas ideas empresariales ni la genialidad comercial. El camino es el de la seccional, el de los pipus y las hurras, el de la obsecuencia y el servilismo. Hay que lamer la botas de los hurreros –como pidió el propio Núñez–.

Y este es el resultado.

El Paraguay de la mediocridad, el que está al final de la cola de las pruebas de PISA, el de menor patentes de invención de Sudamérica, el de un setenta por ciento de futuros docentes aplazados, el que le vota a los mismos que mantienen el modelo, el que aspira a colarse en algún cargo público donde cobrar sin hacer mucho y emborracharse los fines de semana.

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