“Parece que había una capillita de por medio”, aseveró la abogada María Isabel Candia de Hermosilla, al sostener en un programa televisivo que fueron los celos los que llevaron a Lucía Sandoval a asesinar a su esposo. Increíblemente, la letrada se siente orgullosa de su creación literaria. Fue ella la que, años atrás, popularizó en un caso propio las categorías de “catedral” (esposa) y “capilla” (amante). Es que a este juicio nunca le faltó vulgaridad.
La fiscala María José Pérez también esgrimió argumentos peyorativos y discriminatorios contra las mujeres que sufren violencia doméstica.
Fue un juicio con mucho tufo machista.
Lo curioso es que la misoginia provenía de dos mujeres, la abogada y la fiscala, que, además, coincidían en oscurantismo. Ambas acusaban de “coaccionar al tribunal” a grupos ciudadanos que señalaban que en este proceso se violaban tratados de derechos humanos firmados por Paraguay.
Lucía Sandoval fue absuelta. Dudo que lo fuera si la opinión pública no lograra conocer su caso. Y lo conoció, en parte, por las fallidas estridencias de quienes la acusaban y, en parte, porque las organizaciones que asumieron su defensa difundieron el exceso jurídico que estuvo a punto de ocurrir.
La historia de Lucía es la de miles de mujeres: violencia doméstica durante años y denuncias policiales que luego son retiradas por presiones familiares. Cuando finalmente ella obtiene una medida de protección que obligaba al hombre a dejar el hogar, el Juzgado de Paz ¡le solicita a ella misma que se la entregue al esposo! En el episodio final hay un forcejeo y un disparo con el arma del marido que acaba con la vida de él. No se constataron rastros de deflagración en las manos de la acusada y fue ella quien pidió auxilio a los vecinos y llevó en su auto al herido a un centro asistencial. Desde ese día estuvo presa y alejada de sus dos hijos.
Si Lucía hubiera sido acusada de homicidio culposo no habría tanta repercusión. Pero la Fiscalía optó por solicitar 25 años de prisión por homicidio doloso agravado, es decir, intencionado y premeditado. En el sorprendente desfile de argumentos ridículos la querella argumentó que basta un lavado de manos para negativizar la prueba de parafina y que Lucía “mató a su marido influenciada por la menopausia, que produce obsesiones en las mujeres”. En cualquier caso Lucía pasó tres años y medio en la cárcel. Ahora debe rehacer su vida y recuperar a sus hijos, más que seguramente, instrumentos de un síndrome de alienación parental.
La fiscala nunca investigó el problema central del caso, que afecta a Lucía y a miles de mujeres paraguayas: el del fracaso del Estado en proteger a las víctimas de violencia doméstica. Escribí “las” porque, aunque la querella y la Fiscalía parecen desconocerlo, casi todas las afectadas son mujeres.
Lucía fue absuelta por las dudas de un tribunal que deja dudas sobre la profundidad de su criterio. Poco importa, esta inédita victoria de una Lucía alumbra el futuro de miles de otras.