Varios elementos de la realidad me hicieron pensar en la urgencia de hallar una tercera vía educativa que nos permita manifestar el rostro más luminoso de nuestra cultura y salirnos de una vez del círculo vicioso del plagueo y la crítica sin propuesta. Me explico. En el escenario de una reunión de padres de jóvenes aplazados en los exámenes de febrero y con posibilidades ya limitadas para marzo, salió a luz la flor y nata de nuestra mentalidad sobre temas como la vocación, la valoración del esfuerzo como medio de promoción y el factor realismo para superar las dificultades. No faltaron ni el famoso aichejáranga ni la negación de la propia responsabilidad. Algo parecido percibí en el tratamiento de la prohibición municipal de los limpiavidrios por defensores y detractores, y el análisis sobre la marcha campesina.
Es que cuando nos ponemos de cara a los problemas del fracaso escolar, de la pobreza o de la falta de compromiso de las autoridades, surgen necesariamente aquellos factores que guían realmente nuestra vida. Si es el éxito a como dé lugar, afloran las excusas para que el resto –aunque sea a costa de injusticias y manipulaciones– se adapte a mi deseo de no sufrir un revés. Es lo que pasa con los padres que piden bajar la escala, considerar más puntos, poner en aprieto a los profesores exigentes, ¡todo menos rever la relación educativa con los hijos y ayudarlos a sacar algo provechoso de las situaciones de fracaso! Porque para muchos la solución debe venir de arriba, de un padre Estado o de algo externo que no implica compromiso personal del protagonista del drama.
¿Y los pobres? Los pobres son personas que también tienen una dinámica creativa. No son datos estáticos, ni masa informe. Lo que necesitan es lo mismo que nosotros: la oportunidad y la exigencia de brillar con luz propia. ¿Nuestra deuda con ellos? El respeto a su dignidad. Ni dádivas, ni indiferencia, ¡sino la tercera vía del interés real!
Pero ¿qué autoridad pone en juego hoy su humanidad, sus fuerzas, su pasión en la promoción humana integral? ¿Quién hace lo que aquella argel directora de escuela que en un edificio venido a menos, con bajo presupuesto y con alumnos de diversos niveles económicos sabe dar un espectáculo educativo de calidad humana a propios y extraños, y en vez de dar peces enseña a pescar?
Para hacer algo realmente educativo hay que tener el coraje de salir del autoflagelo y la autocompasión, así como ser capaces de abandonar la indiferencia. Se trata de un tema profundamente humano, es decir, moral. ¡Uf, perdón, la mala palabra!