25 abr. 2024

La curita como cultura

La sociedad en la que vivimos ha optado –y nosotros con ella y en ella– por la cultura del parche. A todo problema le aplicamos una curita y ya está. Quedamos con la conciencia tranquila. Tras un lento e imperceptible proceso hemos “tirado la toalla” ante problemas acuciantes y muy graves.

EN PERSPECTIVA

Se ha normalizado la peligrosa práctica de tomar atajos a la hora de buscar soluciones reales. Con tal de evitar las cuestiones de fondo, con acciones educativas transformadoras, pero lentas y hasta dolorosas, preferimos propuestas parches, aquellas rápidas y menos traumáticas, pero que terminan siendo estériles al no mirar de frente el drama.

Y es así que ante el aumento de la inseguridad, con el incremento de asaltos callejeros y robos de tiendas y viviendas, gran parte de ellos –según estudios de la Policía– llevados a cabo por motochorros, muchos de estos jóvenes y adictos a las drogas, la solución que se propone es reactiva; “faltan más policías en las calles”. Como si la inseguridad se solucionaría con un uniformado por cada esquina. Algo tan imposible como inadecuado.

Quizás aquella sea una medida que haga falta y se transforme en una contención temporal. Pero terminará allí. No solucionará nada. Apenas servirá para cambiar la versión o el escenario del problema y de sus actores.

Y es así que ante el trágico y doloroso suceso que provocó la muerte de una docente en Colonia Independencia, acuchillada por un alumno días pasados, la propuesta inmediata pasó por implementar una mochila transparente o la instalación del detector de metales en las escuelas. En el mejor de los casos, se destacó que “faltan más sicólogos”, pero casi como si fueran magos con cuya presencia bastaría, olvidando la responsabilidad determinante que tienen otros actores.

Y no es que estas propuestas sean totalmente inútiles; tienen su grado de razonabilidad y lógica, pero no llegan al fondo, y en eso hay que ser honestos. Hay medidas urgentes pero superficiales; otras importantes pero profundas. Muchas solo cubren temporalmente el drama y terminan ocultando una herida que, sin embargo, empeora aceleradamente.

Además, con el parche aplicado el mal avanzará lejos de la atención y presión social o mediática, hasta que un día explotará de nuevo.

También ocurre con otro drama: los embarazos adolescentes. Hoy basta con repartir preservativos e introducir anticonceptivos bajo la piel de las chicas para quedarnos tranquilos, con el problema “resuelto”. Triste y destructivo.

Mientras sigamos tratando la herida infectada con curita o la muela cariada solo con calmantes, la cosa irá empeorando en Paraguay; con el agravante de que las necesidades generan negocios y con ellos mucha gente interesada en su continuidad.

El aumento del consumo de crac y sus efectos en la inseguridad ciudadana no se resolverá con más uniformados sino atacando los focos de microtráfico y las entrañas del sistema de corrupción policial y narcopolítica que apaña y protege este flagelo; generando fuentes de trabajo y políticas de calidad de vida de zonas vulnerables, promoviendo la familia, entre otras medidas.

Al igual que la violencia en instituciones educativas no cesará con una mochila transparente o un sicólogo en aula, mientras no exista ese espacio imprescindible –que en primer lugar debería ser la familia– en donde aprendan a amar y ser amados, a vivir las frustraciones y curar heridas; dialogar y resolver conflictos, fortalecer la autoestima y canalizar preguntas existenciales o angustias propias de la adolescencia.

Así como ocurre ante el drama de las madres adolescentes, en donde urge ir al fondo de la afectividad, el retardo de las relaciones sexuales, la libertad, la promiscuidad y sus consecuencias, etc. Ir hasta la raíz de los problemas y desechar la “curita” como cultura no es cosa fácil, pero será un salto de calidad en la forma de encarar las realidades. Una necesidad más que urgente en la actualidad.

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