03 nov. 2025

José y María inundados

Al otro lado del silencio

Ocurrió hace más o menos 2.015 años, en una ciudad llamada Belén, en la antigua Judea, durante la ocupación romana. Movilizados por un decreto del emperador César Augusto, el carpintero José y su esposa lavandera María, embarazada y montada sobre un burrito, deambulaban en busca de un lugar en donde refugiarse, pero nadie les abría las puertas. Tuvieron que guarecerse en un establo o pesebre de animales, en donde nació el niño llamado Jesús, cuyo cumpleaños celebramos actualmente con fiestas en cada Navidad.

Ahora, por las calles de Asunción del Paraguay también deambulan carpinteros, lavanderas, pescadores, gancheros, recicladores... con sus niños y bártulos a la espalda, en este caso debido a que sus hogares quedaron inundados por la gran crecida del río y les resulta difícil hallar un lugar en donde refugiarse a salvo de las aguas, ni siquiera establos o pesebres.

Ya se han producido lamentables incidentes y enfrentamientos, como los de la plaza Japón, en el barrio Republicano, donde los vecinos y la Municipalidad construyeron rejas alrededor del espacio público, para evitar que los inundados puedan entrar, pero estos rompieron cadenas y candados para ingresar y levantar sus precarias chozas de emergencia. O como los de la ocupación del Club Deportivo Paraguay, en el barrio Ricardo L. Pettit, que al principio fue resistida con una fuerte represión policial.

“El enfrentamiento entre pobladores, por falta de lugares de refugio, está creando una situación de tensión social, casi de guerra civil”, dijo, con tono de alarma, en la noche del domingo, el nuevo intendente municipal asunceno, Mario Ferreiro, en un programa de televisión. La sensibilidad social y la dedicación mostradas por las nuevas autoridades comunales no resultan suficientes, sin embargo, para enfrentar el drama de la inundación, que ya ha sobrepasado marcas récords para convertirse en la más grande de este siglo. Es un drama que interpela a todos los gobernantes y a toda la sociedad, y que exige que todos nos involucremos.

Hemos retrocedido mucho en valores solidarios, en actitudes de tolerancia y capacidad de ser sensibles con el que sufre. En décadas anteriores, el país entero se movilizaba en campañas de solidaridad con los damnificados, contribuyendo a generar un espíritu colectivo de esperanza por encima de las tragedias. Ahora, en cambio, priman los prejuicios sociales, la condena fácil, la idea prefabricada de que todos los bañadenses son “haraganes” y “delincuentes” que no quieren trabajar, y se merecen el sufrimiento por negarse a salir de los bañados, ignorando que ese es su lugar en el mundo, y que hay formas técnicas de volverlo un lugar digno, siempre que haya voluntad política de los gobernantes.

2.015 años después, ¿seguiremos negándoles un refugio al carpintero José y a la lavandera María?

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